(W) Ecos Sindicales: Razonamiento Matemático
CIUDAD DE MÉXICO, 8 de julio de 2016.- Militante del PRI desde la época de Luis Donaldo Colosio, Enrique Ochoa llegará a encabezar un partido desmoralizado, abatido, y en medio de la mal disfrazada molestia de los barones priistas que no lo ven como uno de los suyos.
Ochoa no es del grupo Atlacomulco ni fue presidente municipal o senador ligado a un gobernador de polendas, o miembro de un equipo de poder dentro del PRI, nacional o regional. Tampoco está alineado con algún precandidato presidencial.
En pocas palabras, no tiene el linaje de la mayoría de quienes serán sus antecesores.
Colosio, en su momento, tampoco lo tenía. Y no se lo perdonaron nunca los de adentro y los de afuera, que lo quisieron hacer renunciar hasta de su candidatura presidencial.
Por eso resultó extraño que Ochoa vaya a dirigir el PRI, un partido de exigencias casi aristocráticas –en términos políticos- para muchos de quienes han sido sus líderes.
Se trata de un buen técnico, un buen negociador, al que el Presidente le tiene confianza
Tiene virtudes para el momento político: es joven y carece de un pasado cuestionable. Sin esqueletos en el clóset, nadie le podrá decir corrupto o mafioso sin caer en el ridículo.
Pero eso es todo lo que se le conoce, y para dirigir al PRI se antoja poco. Quizá su primera tarea sea convencer a los priistas que los puede liderar.
Llega a dirigir un PRI herido por los resultados del 5 de junio. Enojado con el gobierno porque sus militantes y dirigentes medios sienten que éste ha fallado y las culpas las pagó el partido en las urnas.
La frialdad que hay entre partido y gobierno es otra de las realidades que va a encontrar Ochoa a partir del momento en que tome posesión.
Desde el gobierno se tomaron medidas que lastimaron al PRI. Otras que lo ayudaron, es cierto.
El Presidente Peña ha estado lejano de su partido. Ni a sus eventos va.
Y el gobierno ha desdeñado el papel de los intelectuales, académicos y periodistas para que al menos entiendan su proyecto.
Ante la mirada impotente del PRI nacional, gobernadores surgidos de sus filas se convirtieron en verdaderos calígulas regionales.
Nadie los ha hecho pagar sus culpas porque los cubre un manto protector, que no es del PRI, sino que se percibe de la secretaría de la Función Pública del gobierno federal.
El gobierno, en lugar de dar golpes de autoridad contra la corrupción, ha dejado que esa bandera la tome el PAN y las medidas conducentes también las va a encabezar el PAN en cuando menos tres estados.
Así las cosas, ¿quién va a ganar una elección? ¿El PRI? Claro que no.
Ochoa tiene que recomponer la relación entre el PRI y el gobierno y hacer que caminen de la mano, cosa que no ocurre.
Que se vea que son parte del mismo equipo, con un proyecto que defender e impulsar, y para eso requiere del concurso del Presidente Peña.
Y necesitan mandar el mensaje, él y el Presidente, de que no van en la ruta de entregar el poder en 2018.
Son enormes los retos para Ochoa, y no a poder solo.
Después de lo anterior viene otro reto: el Estado de México.