No alcanza
CIUDAD DE MÉXICO 9 de enero de 2017.- Nos aproximamos al 16 de enero, día de celebración del 148 aniversario de nuestra patria chica, el llamado Estado Libre y Soberano de Hidalgo. En dos años más se celebrará el 150 aniversario, lo cual no es cualquier cosa, la creación de nuestra entidad fue un paso nada fácil, lamentablemente poco hemos validado este proceso que a veces se queda en un hecho anecdótico o nomás en una fecha. Es por ello que conviene repasar algunos detalles que se han quedado al margen de la visión y de la historia oficial que solamente refiere el hecho como un evento en el cual simplemente Benito Juárez emite un decreto para crear el Estado de Hidalgo.
Ante este panorama, es importante ponernos a pensar de dónde venimos y quiénes somos los hidalguenses, me propongo en lo que resta del mes de enero analizar ambas vertientes que nos permitan identificarnos plenamente con lo que nos mueve como ciudadanos de esta bella entidad cuya historia comienza mucho antes que la fecha oficial de 1869.
Para empezar hay que dilucidar el nombre de nuestro territorio, que bien sabemos es en honor a Miguel Hidalgo y Costilla cuyo mérito fue iniciar con éxito la lucha por la independencia de esta nación. Existe un vocablo denominado “hidalguía”, el cual es definido en el diccionario como “caballerosidad, dignidad, nobleza o pundonor”, es natural comprender que el apellido “Hidalgo”, que portaba el Padre de la Patria, correspondía a algún antepasado hispano que en reconocimiento a un logro o hecho honorable le fue reconocido carácter de hidalguía y por ello le fue dado tal apelativo, no dudo que el cura Hidalgo honrara con todo este linaje.
Ahora, tenemos que considerar qué nos hace especiales, no superiores; qué es lo que hay en Hidalgo que no exista en otra parte pero que compartimos con orgullo y aportan mucho a la mexicanidad. Para esto me remito a una de mis más gratas lecturas, el “Elogio de Hidalgo” escrito por el gran Gutierre Tibón, erudito italiano exiliado en México que bien conoció nuestra tierra, este buen hombre dice que “el Estado de Hidalgo es hijo de la más antigua tradición mexicana…”, “…la tierra que hace quince siglos era el centro de una gran cultura”, hablaba de la tolteca, civilización forjada en el culto de un dios bondadoso como Quetzalcóatl.
Es en donde se origina la toltequidad que es la quintaesencia de la filosofía trascendental en Mesoamérica, como lo definiera Molina en su diccionario de lengua náhuatl del siglo XVI como “el arte para vivir”, el equivalente, según Miguel León Portilla, al Tao, al budismo o al hinduismo. Los toltecas revelan la importancia del conocimiento, del valor y vigor de la belleza a favor de la vida, el toltecameh es por definición el artista, el poeta, el músico, el sabio, el escultor, el que hace arte plumario o el danzante, era una sociedad que valoraba más el saber y el arte que el poder físico o guerrero.
La gran Tollan-Xicotitlan era la capital de un imperio impresionante de dimensiones que parecerán exageradas y que legaron la gran influencia en otras culturas, mucho de lo sucedido queda en la palabra de los ancestros con la cual vivieron culturas mexicas y mayas y hasta la fecha los mexicanistas aprecian. Es en Hidalgo en donde se encuentra el origen del sistema de creencias de los pueblos de Anahuac, la devoción y ritualidad hacia los dioses proviene del valle de los dioses, del Teotlalpan (que significa en el valle de los dioses), territorio ubicado desde el sur de Ixmiquilpan hasta Jilotepec y desde Huichapan hasta Zempoala. Es el Teotlalpan donde nacen Tezcatlipoca, Huitzilopochtli, Coatlicue y otras deidades que rigen múltiples fenómenos naturales. Si el territorio de Hidalgo conservara su nombre nahua quizá se llamaría Teotlalpan, así como a la tierra de los guajes se le denomina todavía Oaxaca o al río de la chía se le denomina Chiapas.
Los códices nos dicen que del norte llegaron los chichimecas y atraviesan desde Huexotla hasta Tollan, Tepepolco y Zempoala para llegar a Tizayuca, adonde el jefe Xólotl lanza cuatro flechas hacia los puntos cardinales para marcar su territorio y de ahí forja un imperio trilingüe de matlazincas, otomíes y nahuas, con su pueblo se asienta en Tenayuca, se hacen llamar tecpanecas, los que dominaban la zona lacustre y posteriormente fueron derrotados por la triple alianza.
Otro grupo humano también viene del norte, presumiblemente de Chicomostoc, como los tecpanecas, a estos les llaman aztla-toltecas, habitan un barrio de Tula en los últimos años de imperio tolteca, se vuelven adoradores de Huitzilopochtli a quien veneran en Hualtepec, ese gran cráter volcánico ubicado entre Nopala y Chapantongo, y ahí su dios les pide que funden Tenochtitlan, los encabeza Metzitzin o Mexitin, “liebre magueyera”, a partir de ahí se llaman mexicas y su grito de guerra suena: “¡Meshico!”.
Es en Hidalgo donde aún con orgullo hay presencia de grupos humanos tan importantes para la expansión de la cultura originada en el Teotlalpan, así los huastecos, otomíes, acolhuas, tepehuas y totonacas portan en sus mitos creacionales y su historia el paso por estas regiones y llevan sus saberes hasta tierras tan remotas como la península de Yucatán. El territorio que hoy es Hidalgo fue recinto de importantes señoríos como el de Metztitlán y el de Tutotepec, además de que la parte sureste fue un importante zona productiva magueyera para el reino de Acolhuacán con sede en Texcoco, zona esplendorosa que fue gobernada por Nezahualcóyotzin, orgulloso descendiente de otomíes y uno de los últimos monarcas de Tula.
Si con esto empezamos analizar la grandeza de Hidalgo desde el mundo prehispánico, vamos de gane y podemos entender la gran herencia que los ciudadanos hidalguenses manejamos en nuestros hábitos, en nuestra vida y cultura, así es bueno empezar a conocernos para luego valorarnos.