Ráfagas: ¿Malos manejos en la Comisión de Búsqueda de Personas?
INDICADOR POLÍTICO
La diferencia en los estilos político entre Donald Trump y Joe Biden es de matices ofensivos, aunque el pensamiento de seguridad imperial seguirá siendo el mismo. México abandonó el expediente de las preocupaciones estadunidenses estratégicas en 1993 porque el Tratado de Comercio Libre de Salinas de Gortari cedió lo que quedaba de soberanía y nacionalismo.
Y aunque los cuatro temas de la agenda del siglo XXI son los mismos, sí habrá variedad en el estilo: Trump veía a México con desdén imperial y apretaba tuercas cuando quería obtener beneficios específicos, en tanto que Biden reproducirá el modelo Reagan-Clinton-Bush Jr.-Obama de desestimar cualquier papel de México en el escenario internacional y regional, pero aplicarle enfoque de seguridad nacional estadunidense.
Los cuatro temas de la agenda bilateral desde la óptica de Washington –la Casa Blanca, los mexicans desks y oficinas encargadas de las líneas estratégicas con México– han sido constantes: narcotráfico, comercio, migración y terrorismo, sólo que Trump los redujo a puntos concretos a negociar y Biden los incluirá en los acuerdos de subordinación. Trump, en síntesis, buscaba eficacia; Biden, en cambio, dejará sentir el factor dominación como principio rector de su política exterior hacia México desde la óptica de la seguridad nacional vital de los EE. UU. por la ubicación fronteriza.
El presidente Salinas de Gortari entregó a la seguridad nacional estadunidense lo que quedaba del nacionalismo defensivo y permitió que la Casa Blanca de George Bush Sr. desarticulara la estructura histórica ideológica de la política exterior mexicana como eje central de la definición de su soberanía, seguridad nacional y escudo estratégico. El estratega de este enfoque fue el embajador de Bush Sr. en México, el operador de inteligencia John Dimitri Negroponte, por cierto, director nacional de inteligencia –jefe de las dieciséis agencias de seguridad y nacional de la comunidad de los servicios de inteligencia de los EE. UU.– después de los ataques del 9/11 de 2001.
Los presidentes Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto se despreocuparon por la pérdida de soberanía estratégica por el Tratado y el presidente López Obrador tuvo la suerte de tener estos dos años a un Donald Trump sin enfoque estratégico y con una comunidad desarticulada de servicios estadunidenses de inteligencia y seguridad nacional. Las fricciones recientes han obedecido a agendas concretas y no a estrategias horizontales ni verticales.
Los primeros indicios del equipo de inteligencia y seguridad nacional de Biden sólo han revalidado las percepciones de que regresarán los halcones de los gobiernos de Bush Sr., Clinton, Bush Jr. y Obama; se trataría de expertos en enfoques imperiales de seguridad nacional y de funcionarios que han logrado imponer las agendas de terrorismo y narcotráfico como sucedáneas del viejo comunismo de la guerra fría.
Al incluir esos temas en la agenda de seguridad nacional estadunidense, entonces la relación buscada será de subordinación. En este sentido, lo ocurrido en semanas recientes en el tema del narco entre los EE. UU. y México habrían de ser las primeras pistas de la agenda bilateral de Biden con México: el regreso al sometimiento diplomático. Y si bien no habrá operativos intervencionistas agresivos como en los años de Reagan y el embajador John Gavin, sí se puede advertir dos formas de estilo de los funcionarios imperiales: jalones de orejas y apretura de tuercas.
A lo largo de la última etapa de su campaña, Biden fue muy claro en señalar el regreso de los EE. UU. a un papel hegemónico activo en la diplomacia, aunque la Rusia de Putin carezca de fuerza operativa, la China de Jinping le apueste a la diplomacia blanda y la Corea del Norte de Jong-un se pase mandando piquetes a la Casa Blanca. El primer paso de Biden será el reforzamiento del equipo militar y civil de política exterior, inteligencia y seguridad nacional y el regreso al modelo de seguridad de Bush Jr. después del 9/11 del 2001
En síntesis, Biden estaría obligando a México a construir una estrategia, política y equipo activo de seguridad nacional vis a vis la Casa Blanca y no el enconchamiento interno.
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