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INDICADOR POLÍTICO
La posición oficial del presidente Biden respecto al retiro militar de Afganistán y el incumplimiento de la meta de occidentalizar a ese país musulmán fue sustentada en la tesis histórica de la Casa Blanca de qué los afganos no quisieron la democracia occidental.
El problema radica en el hecho de que la estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos se basa en el criterio de imponer el modelo democrático-capitalista estadounidense en todo el mundo como una justificación del enfoque de todo imperio.
La derrota asumida por Estados Unidos en Afganistán y su fracaso en la construcción de una democracia en ese país coincidió con una convocatoria del presidente Biden a una cumbre mundial sobre la democracia a realizarse en el segundo semestre del 2022. El objetivo fue dar un paso adelante en el liderazgo estadounidense de la democracia occidental y cristiana-protestante en todo el mundo. Por Afganistán, esa Cumbre nació muerta.
En nombre de la democracia en modo estadounidense realizó La Casa Blanca una larga lista de intervenciones militares directas, indirectas e inducidas en países del mundo que se estaban desviando de esa tipología política capitalista: Corea, Vietnam, Irak, Cuba, Granada, Panamá, entre otras intervenciones militares no-democráticas para imponer la democracia de Washington.
La esencia del enfoque imperial estadounidense ha radicado, sobre todo, en el dominio de seguridad nacional de todo el mundo occidental para priorizar lo que es el centro neurálgico del imperio estadounidense, referido y reiterado en todas sus estrategias gubernamentales de seguridad nacional: el mantenimiento del american way of life un modo de vida estadounidense antes la expansión del socialismo, del nacionalismo y hoy del populismo.
El modo de vida estadounidense definido como sueño americano o estatus de confort sólo se ha logrado a través de la explotación en grado de exacción de los recursos naturales y humanos de otras naciones, como sea ha probado de manera sobrada en el enfoque de la guerra permanente estadunidense en el Medio Oriente por ser la reserva más importante de petróleo en el planeta.
Si Washington no pudo imponer la democracia en los países donde intervino de manera militar con formas de gobierno ajenas a las idiosincrasias locales, entonces a partir de la derrota en Afganistán ya no habrá pretextos de democracia y derechos humanos para mandar tropas estadounidenses a otros países, sino que tendrán que ser guerras de invasión para mantener los intereses nacionales de Estados Unidos en todo el planeta.
El enfoque imperial intervencionista de Washington tuvo su punto culminante en la segunda guerra mundial, luego decayó en Corea y Vietnam y más tarde enfrentó el colapso en el Medio Oriente desde los años setenta, repuntó un poco con Reagan en su lucha victoriosa contra el eje comunista de la Unión Soviética al provocar su disolución, aunque casi de manera simultánea fue derrotado en la pequeña Nicaragua por la revolución socialista procubana sandinista.
La sustitución del comunismo por el terrorismo como adversario “de la humanidad” no le alcanzó a la estrategia de Washington por la frivolidad de los gobiernos de Clinton y Obama y careció de autoridad moral en las administraciones de Bush Jr. y de Donald Trump.
El perfil burócrata de Biden, la incapacidad estratégica de la vicepresidenta Harris y el equipo mediocre de inteligencia y seguridad nacional militar y civil llevaron a la Casa Blanca aceptar la derrota en Afganistán y el fracaso histórico de la bandera “democrática” en intervenciones militares con intereses geopolíticos y de recursos naturales. No hay que olvidar que Biden fue vicepresidente de Barack Obama, en cuyas dos administraciones nunca se entendió el conflicto en Afganistán y no se tomó en serio la configuración racional y religiosa de los talibanes hoy victoriosos.
A partir de Afganistán, Estados Unidos ya no es el garante de la estabilidad mundial y cada país tendrá derecho en repudiar cualquier injerencia estadounidense para imponer los intereses políticos y geoestratégicos de Washington.
Al final, Biden demostró en Afganistán que Estados Unidos es, cómo lo dictaminó el presidente Mao, “un tigre de papel”.
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