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Ráfagas: Otra vez Susana
PACHUCA, Hgo., 21 de septiembre del 2021.- La tragedia del pasado 6 de septiembre, que mató gente, destruyó viviendas, comercios y otros espacios públicos, anegó cultivos y dejó en la calle a miles de hidalguenses, especialmente de la región de Tula, es consecuencia de una cadena de decisiones políticas que impactan necesariamente en los más pobres, como fue el desfogue de embalses para evitar que las inundaciones afectaran al Valle de México y la Ciudad de México y todo el torrente acometiera el río Tula con las consecuencias que hoy todos conocemos.
Desde 1972 el gobierno central decidió que las fuertes lluvias no afectaran principalmente a las zonas industriales en desarrollo tanto de la Ciudad de México como del Estado de México, por lo que se decidió que los desfogues en principio fueran a municipios de alta marginación, donde no hubiera industrias ni desarrollos habitacionales.
La misma lógica aplicó posteriormente cuando se decidió que las aguas residuales de la Ciudad de México y del Valle de México, se trasladaran a través de una intrincada red de canales de irrigación hacia las áridas tierras del Valle de Mezquital, que desde entonces riega sembradíos de hortalizas con aguas negras.
Aquí cabe la frase que a manera de consuelo le dijo un productor en la década de los 80 a las autoridades que visitaron la presa Endhó, entonces y hasta ahora considerada “la cloaca más grande del mundo”, al referirse a que del Valle de México nos envían agua contaminada y los productores la regresan, pero empaquetada.
“Ellos nos mandan su calabaza en los canales, pero nosotros se la regresamos en paquetes”, refiriéndose a los productos que se riegan con agua contaminada y se envían a la Central de Abastos en la Ciudad de México.
Hoy, las autoridades intentan buscarle lógica y solución a un problema que de técnico tiene poco, y mucho más de político, pues si hubiera conciencia nunca se hubiera decidido enviar aguas negras a Hidalgo y convertir a nuestra entidad en el vertedero de aguas contaminantes más grande del país, con sus ya sabidas consecuencias.
Aparece hoy en las redes sociales un texto que se publica en The Washington Post, firmado por Henry Romero con la opinión de Dean Chahim, en el que se dice categóricamente que lo ocurrido la noche del 6 de septiembre no fue un “fenómeno natural”, sino un efecto predecible derivado de un manejo político del drenaje del Valle de México, donde se ubica la Ciudad de México y su zona conurbada.
Lo que ocasionó que el río Tula se desbordara no fue el desfogue combinado de la presa Danxhó (50 metros cúbicos por segundo) y la presa Requena (120 metros cúbicos), ya que el río tiene la capacidad de conducir 250 metros cúbicos por segundo.
Lo que provocó el desborde fue el torrente adicional de al menos 220 metros cúbicos de aguas negras y pluviales, por lo que no fue una condición natural sino una decisión política la que se tomó para el desfogue y sus consecuencias.
Vale la pena leer el texto que nos ilustra sobre el problema que se quiere reducir a un fenómeno natural, que tiene razones más profundas y consecuentemente si el asunto se quiere resolver de verdad, tendrá que elaborarse un plan de gran calado, que indudablemente pasaría por limpiar las aguas que nos llegan del Valle de México, para el riego de las tierras del Valle del Mezquital.
Pero, cabe la pregunta, ¿si las aguas residuales se limpian, nos las seguirían enviando como hacen hasta ahora con las aguas contaminantes? Parece que la respuesta es obvia.