(W) Ecos Sindicales: Operación Panal
Luego del llanto contenido del presidente López Obrador por la critica a su grosero nepotismo, muchos pretendieron emparentarlo con otro presidente llorón y de similar apellido.
Nos referimos, como muchos recuerdan, a José López Portillo, el rey del nepotismo en México.
¿Rey del nepotismo?
Sí, resulta que “Jolopo” –como en su momento motejó la voz popular a López Portillo–, hizo subsecretario de Programación a su hijo José Ramón; hizo directora de RTC a su hermana Margarita, hizo titular del Instituto del Deporte a su primo Guillermo y secretaria de Turismo a su amante, Rosa Luz.
El problema, sin embargo, es que existe una sutil diferencia entre los dos presidentes López. Poca cosa, en realidad, más allá de los primogénitos López, que llevan el mismo nombre.
Y es que si bien “Jolopo” le ofreció a su prole y a su claque cargos públicos al por mayor, AMLO entregó a su prole y a su claque una montaña de negocios privados vinculados a su gobierno.
Y ese es el verdadero corazón de la tragedia de Palacio.
En efecto, como todos saben, el mayor escándalo del actual presidente son los negocios sucios, al amparo del poder y en abierto conflicto de interés, otorgados a hijos, hermanos, primos y entenados de la claque presidencial.
Pero acaso la mayor diferencia entre López Obrador, López Portillo y Enrique Peña, es que AMLO defendió al orgullo de su nepotismo en medio del llanto contenido, mientras que un arrogante López Portillo alardeó a gritos el nepotismo a favor de su prole y, en especial de su hijo, José Ramón.
Así lo dijo “Jolopo”, ante los periodistas al inicio de su gestión: “¡sí, José Ramón, es el orgullo de mi nepotismo…!”; frase para la posteridad.
En cambio, en medio del llanto contenido que indignó a no pocos, López defendió el nepotismo de su primogénito de la siguiente manera.
“… mis hijos ya saben lo que es esto; me da mucho orgullo que resistan y se han portado bien, aunque saben que una cosa es lo familia y otra cosa es el servicio público… mientras yo he sido dirigente ellos no han ocupado ningún cargo; ese es el acuerdo y lo sabemos muy bien”.
Sin embargo, le guste o no reconocerlo a muchos, el verdadero estadista resultó ser Enrique Peña Nieto, quien en tono templado pidió perdón a los mexicanos por haber dañado la imagen presidencial y la confianza ciudadana.
Así lo dijo en uno de sus últimos informes: “la información difundida sobre la llamada Casa Blanca causó gran indignación. Este asunto me reafirmó que los servidores públicos, además de ser responsables de actuar conforme a derecho y con total integridad, también somos responsables de la percepción que generamos con lo que hacemos.
“En esto, reconozco que cometí un error, no obstante que me conduje conforme a la ley. Este error afectó a mi familia, lastimó la investidura presidencial y dañó la confianza en el gobierno. En carne propia sentó la irritación de los mexicanos, la entiendo perfectamente, por eso, con toda humildad, les pido perdón”.
No hubo llanto presidencial, tampoco victimización y menos manoseo de la imagen de los hijos, como fue el caso de López Obrador, quien intentó ganar no el perdón ciudadano sino que buscó lástima.
Y contrasta ese presidente desmadejado en llanto contenido, con el “matón” líder opositor que lo mismo mandaba al diablo a las instituciones que insultaba a los hijos de tal o cual presidente.
Pero acaso la mayor ofensa del llanto presidencial es que las “lágrimas de Palacio” aparecen en defensa del nepotismo de José Ramón López Beltrán cuando, al mismo tiempo, el presidente abandona a miles de niños con cáncer; cuando su deficiente gobierno dejó a miles de niños huérfanos y a miles de padres sin sus hijos; sea por la violencia criminal, sea por la pandemia.
Al final, le guste o no a López Obrador, su hijo José Ramón López Beltrán sepultó la supuesta superioridad moral de honestidad y medianía del presidente AMLO, igual que José Ramón López Portillo fue responsable del desprestigio de su padre, López Portillo.
Si, José Ramón López Obrador y José Ramón López Beltrán son hijos del nepotismo y, al mismo tiempo, sepultureros del populismo de los López.
Al tiempo.
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