No alcanza
INDICADOR POLÍTICO
La pasarela desangelada de corcholatas priistas en busca de la presidencia 2024 se equivocó de escenario: en lugar de la exaltación del auditorio Plutarco Elías Calles del partido que hizo con un nerviosismo escénico el perdedor gobernador de Oaxaca Alejandro Murat Hinojosa, la ceremonia debió de haberse trasladado a uno de los pilares del Monumento a la Revolución donde descansan los restos del fundador del partido del Estado.
Ni siquiera la experimentada política de bases campesinas Beatriz Paredes Rangel escapó alucinación de las circunstancias del instante: “no permitiremos una elección de Estado”, dijo, inmovilizada por la enfermedad, pero lúcida en sus planteamientos, una de las dirigentes de masas del partido que se encargó en el pasado nada menos que de realizar elecciones de Estado para y por el PRI, minucias aparte.
El PRI de las elecciones de Estado hasta su fracaso salinista en 1988 hoy grita “¡al ladrón, al ladrón!”, tratando de esconder sus rubores de los fraudes electorales disfrazados de democracia representativa y deslumbrando hace no mucho tiempo a los politólogos más rigurosos con la imagen de una democracia popular irreconocible.
Pero quién se detiene a pensar en esas minucias: el PRI mirándose en el espejo de Morena, un partido construido a imagen y semejanza de las enseñanzas tricolores. Se trataba de encontrar vasos comunicantes entre dos partidos del Estado, ni más ni menos.
A lo largo de más de cuatro horas, en un escenario de cine de masas, el nuevo-viejo PRI regresó por sus fueros para demostrar que el ADN está ahí, aún con jóvenes priistas que fueron ejemplo de la nueva generación y varios de ellos se encuentran en la cárcel acusados de corrupción desde el poder, en tanto que los que siguen pululando fuera de las celdas de castigo como almas en pena reproduciendo el lenguaje demagógico de las figuras fundadoras del tricolor.
El PRI inició su carrera interna por el 2024 de la mano de ocho figuras carentes del liderazgo político, algunas de ellas que fueron dirigentes de los sectores corporativos nacionales pero que en la realidad terminaron como meros intendentes del poder presidencial absolutista ya sea de Cárdenas, López Mateos, Díaz Ordaz, Echeverría o Salinas de Gortari. Los ocho como una mezcla del amasijo en que ha terminado el PRI: la corrupción, la sumisión, el neoliberalismo salinista-zedillista de José Angel Gurría como la gran figura tricolor para una coalición con el PAN, la Coparmex y el Señor X.
En algunas sillas vacías del auditorio simbólico –el jefe máximo Calles invocado por los arrepentidos paleocardenistas– algunos pudieron ver las sombras de los presidentes que fueron destruyendo al PRI en aras del modelo de poder unitario y circunstancial; la invocación a Colosio hecha por el gobernador Murat Hinojosa causó más extrañeza no tanto por el abandono en que han tenido a su exdirigente y sacrificado candidato presidencial, sino por el hecho de que casi nadie se acordaba de Colosio y menos aún de su significado político.
Con expresidentes como Echeverría juzgados severamente por la historia, el propio Calles expulsado del país por Cárdenas para que no se metiera en asuntos de gobierno, Cárdenas mismo en un exilio interior doloroso de más de 30 años, Díaz Ordaz recordado por la represión del 68, el PRI poco puede ofrecer a las nuevas masas votantes a través de sus expresidentes de la República aún con vida monástica para evitar las persecuciones de la justicia: Salinas escondido y humillado, Zedillo refugiado en el confort del sistema económico estadounidense al que sirvió con modestia y eficacia y Peña Nieto oculto en España por el miedo a expedientes judiciales de corrupción que lo están esperando para ajustar cuentas penales.
Pero el lunes se presentó “el mejor PRI de la historia”, con la generosidad de quien quiera recordar cuál hubiera sido el peor PRI de la historia, porque hay ejemplos y casos que Dios guarde la hora, pero que aún en eso o sea épocas era un PRI ganador, aun atropellando las reglas mínimas de la democracia procedimental.
Pero, bueno, hay que ser generosos, es el mejor PRI de la historia con 16% de votos presidenciales y el 75% de su bancada de diputados gracias a la coalición con su enemigo histórico, el PAN, y su desprendimiento histórico, el PRD, dos partidos magnánimos que parecen haber perdonado todas las trapacerías del partido con tal de que su escudo tricolor –los tres colores de la bandera— pudiera esconderse en una alianza opositora operada nada menos que por el empresario ultraderechista Claudio X. González, el nuevo Calles del neoliberalismo priista que podría pronto sustituir con su nombre el de Plutarco Elías Calles en el auditorio del PRI.
El mejor, pues, PRI de la historia.
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