Ráfagas: Denuncian corrupción en Tribunal de Arbitraje Laboral
INDICADOR POLÍTICO
Si México es uno de los tres principales problemas de seguridad nacional de Estados Unidos y por lo tanto las 17 agencias de la Comunidad de Inteligencia desarrollan una estrategia operativa eficaz, ninguna administración gubernamental mexicana ha sabido o ha querido diseñar una diplomacia de seguridad nacional para administrar a EU como el problema número uno de México.
Ahora mismo, en medio del proceso de elección intermedia en Estados Unidos que va a modificar el panorama del poder estadounidense, el canciller mexicano se encuentra haciendo campaña para su precandidatura presidencial abandonando las prioridades estratégicas que le hubieran dado ventaja comparativa a México en función del reacomodo de los bloques estadounidenses de poder.
Por principio de cuentas, México tiene –o se supone— un Consejo de Seguridad Nacional que fue pensado por Adolfo Aguilar Zínser en el 2001 como un aparato estratégico de diseño de políticas de resistencia vis a vis el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca. Sin embargo, la batalla burocrática la perdieron los estrategas y la ganaron los burócratas y el presidente de la República carece de un aparato de generación de inteligencia de seguridad nacional que le ayude a interpretar el escenario americano y mundial y definir una diplomacia estratégica que debiera sintetizar la política exterior con la política de defensa nacional.
Las relaciones de México con Estados Unidos se han personalizado con los presidentes americanos en turno, oscilando entre la confrontación (Nixon y Reagan) y el entendimiento productivo a través del Tratado de Comercio Libre, pero dejando pasar oportunidades (con Bush Jr. y Obama) para plantear primero una política estratégica de seguridad nacional propia y después obligar a una negociación de intereses mutuos con EU vía autonomías relativas fundamentales.
La estrategia actual de relaciones de México con Estados Unidos se basa en la falsa percepción de que nos ha ido mejor con Donald Trump que con los presidentes de largo ciclo geopolítico de 1992 a 2022, pero una cosa ha sido que Trump se haya desentendido de México como relación estratégica y la haya sintetizado en un problema de seguridad fronteriza y otra que se pudieron haber explorado caminos de entendimiento para ayudar a México a una maduración productiva que le diera fortaleza geopolítica.
El último presidente con concepción de geopolítica de seguridad nacional fue Luis Echeverría, pero a partir de entonces ningún presidente se entrenó o se capacitó para entender la lógica de las relaciones bilaterales y actuar en consecuencia. En aras de un enfoque economicista que ayudará aumentar las exportaciones mexicanas al mercado estadounidense, el presidente Salinas de Gortari fue el gran entreguista de la soberanía mexicana al liquidar el modelo de seguridad nacional basada en el nacionalismo defensivo y pasar a la cesión del marco geopolítico de seguridad nacional mexicano a los intereses estadounidenses.
Ahora que se define el nuevo rumbo de Estados Unidos con las elecciones intermedias que oscilarán entre el viejo modelo del consenso demócrata-republicano y el modelo puritano aislacionista de Donald Trump, México de nueva cuenta cerró los ojos ante la realidad, replegó sus piezas del ajedrez bilateral y está a la espera de los nuevos replanteamientos geopolíticos en la pugna Biden-Trump.
Nunca se había dado una pasividad diplomática de México respecto de Estados Unidos en un escenario binario: de un lado, la estrategia tradicionalista del canciller Marcelo Ebrard en la lógica del tratado de Salinas de Gortari vía el sometimiento mexicano a las prioridades estadounidenses y de otro lado la picardía del presidente López Obrador de entenderse mejor con Trump porque ninguno de los dos tiene pensamiento estratégico y de seguridad nacional ni ha pensado en alguna solución a la zona de guerra que representa la frontera territorial México Estados Unidos, hoy en poder del crimen organizado transnacional.
La ausencia de un enfoque de política estratégica mexicana hacia Estados Unidos tampoco se resolverá con el nuevo escenario bilateral que plantearán las elecciones no solo en el saldo cuantitativo final de la contabilidad de votos anoche, sino que del lado mexicano de nueva cuenta se regresará al modelo diplomático –por llamarlo de algún modo– de aceptar las presiones estadounidenses y, como Speedy González, solo jugarle bromas pesadas a los americanos y salir gritando “¡¡¡yupi, yupi, yupi!!!
Las opiniones y conclusiones expresadas en el artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición de Quadratín.