Ráfagas: Voracidad panalista
Casi al concluir el año inicia un nuevo ciclo. Es una pausa inevitable para analizar proceder, logros y redefinir metas. De una manera casi imperceptible se visibilizan pensamientos y acciones emprendidas y omitidas. Es una especie de auto renovación orgánica.
Imposible sustraernos de esta auto reflexión en la que nuestra percepción discierne entre lo que es o no importante en nuestra vida, de ahí que sea un tiempo predilecto para cerrar ciclos y abrir oportunidades.
Los designios externos no interesan. Las malas noticias son imperceptibles para nuestro espíritu o conexión con lo divino. De alguna manera la mente, que algunos llaman alma, logrará encontrar soluciones a palabras tan abstractas y carentes de sentido para nuestra esencia, por inverosímil que parezca.
El mundo atroz que a veces se dibuja no es trascendental para cada uno de nosotros. Es sólo parte de un escenario en el que nos movemos. Lo que si logra impactar lo que somos y la manera en la que pensamos y actuamos es el autoconcepto: ¿amo a la persona que soy, que avances significativos tengo, ya definí el rumbo que deseo tomar? Las respuestas si impactan nuestra realidad.
Durante el fin de año aparecen múltiples actividades de cumplimento, desde métricas de desempeño laboral a expectativas familiares y roles sociales. Esa vorágine puede propiciar caos si no existe un manejo efectivo, por ello muchos optan por marcar un alto con una gripe, por ejemplo, para desdeñar reuniones o actividades sin sentido.
La euforia real o ficticia que prevale en los fines de año precisa una pausa, lo sepamos de manera consciente o no. Al acercarse el año nuevo, “otra vuelta al sol”, le llaman algunos, nos enfrentamos al espejo.
¿A quién vemos?, ¿es lo que queremos?, ¿somos felices o nos fallamos a nosotros mismos? Ese encuentro cercano nos permite reflexionar en lo que pensamos, en las percepciones más significativas de quiénes somos, qué hacemos, para qué y qué queremos lograr. Pero también nos permite reflexionar sobre las personas que están ahora en nuestra vida y quienes se fueron. No hablo de quienes trascendieron o están en el cielo, sino de aquellos que dejaron de involucrarse en nuestro día a día.
En este autoanálisis también la parte material juega un rol primordial: ¿tenemos lo que queremos, invertimos en algo importante para nosotros o despilfarramos dinero y recursos en actividades superfluas?.
El autocuidado no puede desdibujarse. El estado de salud y confort propio es trascendental para la vida. Pero más allá de todo ello, la consciencia nos despertará a lo verdaderamente esencial: ¿cuál es la conexión que tengo con la Divinidad, es mi Dios benévolo y comprensivo, converso lo suficiente con él, logro escuchar su voz en medio de la cotidianeidad y el caos?
Es momento de orar. De agradecer lo que poseemos y perdimos, de reflexionar sobre la grandeza de quienes nos precedieron en la vida, de invocar la sabiduría universal en las acciones cotidianas y observar la magia hasta en lo más nimio. Es momento de saber que el universo es nuestro hogar y Dios, cualquiera que sea el nombre que le demos, está siempre con nosotros. Esa es la única manera de iniciar un nuevo ciclo y enfrentarnos con felicidad a quiénes somos.
La espiritualidad es el encuentro cercano. Gracias por leerme.
Las opiniones y conclusiones expresadas en el artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición de Quadratín.