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INDICADOR POLÍTICO
Aunque cada nueva presidencia de la Unión Europea parece recibir de su antecesora un sobre cerrado que podría decir: “atiende a Iberoamérica”, en la realidad la región al otro lado del Atlántico está olvidada. Pasan presidencias europeas y la geopolítica sigue distanciada por el Atlántico.
El nuevo periodo del presidente de español Pedro Sánchez se encontró con esa tarjeta en su escritorio temporal de la Presidencia de la UE, pero sus propios agobios en las elecciones generales adelantadas para dentro de nada menos 10 días, la prioridad española por delante y una zona europea con sus propios y graves problemas le deja poco espacio de maniobra.
Pero en caso de encontrar algún hueco en su apretada agenda, se encontrará que España y Europa en realidad no tienen ninguna agenda geopolítica para Iberoamérica, que los europeos no han entendido los cambios geopolíticos en la región, que Estados Unidos se ha pasmado ante los cambios sociales y políticos en la sociedad regionales y que la ola migratoria de millones de personas ha removido los viejos esquemas de interpretación del continente.
España mismo tiene un grave problema de enfoque geopolítico. Las corrientes progresistas del PSOE en el gobierno, sobre todo su aliada Unidas Podemos y en particular Pablo Iglesias, mantienen una relación ideológico-económica con Venezuela y todo ese grupo populista, pero la derecha europea está más articulada a los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos en la OTAN que no tendría paciencia ni espacio para tratar de entender la inclinación populista –que no de izquierda socialista– de los principales gobiernos iberoamericanos.
España amplió su presencia económica y empresarial en la zona iberoamericana, pero sin atender los resortes ideológicos de los gobiernos: nunca entendió el papel estratégico de la revolución cubana y su impacto en la región, pero se concretó al área de inversiones en el sector turístico, por lo que, tampoco, entendió la expansión ideológica y como ejemplo de Fidel Castro en la radicalización ideológica de la región.
La composición geopolítica de los gobiernos iberoamericanos requiere de un esfuerzo mayúsculo de sensibilidad y serenidad, porque no es lo mismo descubrir de pronto que el populismo en la región es negativo y atenta contra los intereses liberales de los inversionistas, que tener que reconocer una corresponsabilidad de políticas exteriores europeas en Iberoamérica, sobre todo porque existe la llamada cláusula democrática que serviría como un mecanismo de caracterización política e ideológica de los gobiernos.
Estados Unidos y Europa vieron con buenos ojos el regreso del poder de Ignacio Lula da Silva en Brasil, pero ahora se quejan de que se está convirtiendo en un líder de los populismos regionales, pero en realidad Lula siempre ha sido el mismo y fueron los países europeos y EU los que supusieron que se podría trabajar una alianza para nuevos equilibrios liberales en la región.
De igual manera, EU y Europa no han hecho ningún esfuerzo político por tratar de entender –ya no digamos comprender– el perfil geopolítico del presidente mexicano Andrés Manuel López obrador, quien, por cierto, carece de pensamiento estratégico, de seguridad nacional y de geopolítica, pero que muchos de sus comportamientos tienden a generar efectos ni en otros países.
El reciente conflicto en la CELAC –Comunidad de Países Latinoamericanos y del Caribe– y la negativa del presidente mexicano de entregar la presidencia del organismo regional del Pacífico fue un caso muy concreto de que las reglas del juego en Iberoamérica han cambiado y nadie se ha preocupado por ajustarlas, poner otras o aprovecharlas. Las crisis locales en Bolivia, Perú, Venezuela, Colombia, Chile, El Salvador, Nicaragua, Guatemala y el proceso de cambio de presidente en México han pasado, por así decirlo, de noche en Estados Unidos y Europa.
Los últimos datos indican que estos dos bloques políticos están preocupados por la situación política y geopolítica en Iberoamérica, pero solo por los indicios de un expansionismo más político que militar de China, Rusia, desde hace tiempo de Corea del Norte y desde luego que de Irán. El temor tiene razones de existir, pero lo que se percibe apenas del razonamiento europeo y estadounidense es ese el viejo modelo de dominación de seguridad nacional y no un esfuerzo de comprensión de los motivos que han tenido los países locales para aceptar relaciones o inversiones o apoyos de los cuatro grandes adversarios de Estados Unidos.
Por ejemplo, hasta hoy parecen percatarse en Washington de que Corea del Norte está expandiendo algunos tentáculos hacia Iberoamérica, pero se olvidan que Corea del Norte fue uno de los países, en los tiempos de la guerra fría posterior a la revolución cubana, que abrió sus puertas para el entrenamiento guerrillero de cuadros socialistas y comunistas de jóvenes universitarios iberoamericanos que fueron estimulados por Cuba y Corea del Norte para capacitación militar e ideológica. Y estamos hablando de los años setenta.
En Iberoamérica no hay liderazgos estratégicos que pudieran encontrarle una utilidad práctica de largo plazo a la expansión de los cuatro adversarios estadounidenses, pero cuando menos sí es seguro que las naciones populistas que han aceptado esas relaciones serían votos y consensos menores a la estrategia hoy en día de seguridad nacional de Estados Unidos en Ucrania.
Recientemente se vetó un mensaje por video del presidente ucraniano Zelenski en la reunión de la CELAC, pero fue un error de entendimiento político del que propuso que participara, toda vez que desde antes de la invasión Rusia ya había establecido presencia política en la región y China habría comenzado por el lado del aprovechamiento de las rutas comerciales.
La recomposición del equilibrio geopolítico en Iberoamérica requiere algo más que una declaración demagógica de que ya van a atender a la región del sur de Río Bravo.
Las opiniones y conclusiones expresadas en el artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición de Quadratín.