Subestimando a la presidenta
INDICADOR POLÍTICO
Resuelta la candidatura de Morena para la elección presidencial, el escenario está muy claro:
La polarización ideológica inducida por López Obrador y avalada por el Frente Amplio para confrontar dos posiciones irreconciliables –el populismo contra la derecha– es un arma de dos filos: satisface la paranoia ideológica de líderes empresariales antisistema, caminando de la mano –o más bien: jalando– de partidos políticos de la oposición ya instalados en el neoliberalismo salinista también ideológico, pero beneficia a quien gestiona la movilización de las masas.
El primer problema que ya está enredando al Consejo de Administración del Frente Amplio y al Chief Executive Office (CEO) Claudio X. González se localiza en la vertiente personal de la abanderada Xóchitl Gálvez Ruiz –en modos de candidata– y su ausencia de proyecto estratégico personal que se muestra en sus afirmaciones de que prácticamente mantendrá el proyecto social del presidente López Obrador y Morena, pero en medio de afirmaciones que dejan mensajes preocupantes porque están indicando un perfil que sería producto de meter en una licuadora a Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña, con todo y sus recientes y vivos pasivos gubernamentales.
Las victorias internacionales de la derecha han sido producto del desmoronamiento de gobiernos populistas-progresistas, puesto que las administraciones de izquierda real –la socialista-marxista– no dependen de procesos electorales procedimentales. España está dando lecciones que deben ser leídas en México: el PSOE –socialdemocracia aguada– está siendo salvado no sólo por su alianza con los sectores radicales e independentistas de ETA y Barcelona, sino por la alianza ideológica del Partido Popular exfranquista y el radicalismo fascistoide de Vox y el Yunque, estas dos últimas formaciones ya presentes en la reformulación ideológica del PAN, la Coparmex, el Señor X. y los intelectuales institucionales –para decirlo de algún modo– que se escudan detrás del pánico populista.
La sociedad mexicana votó contra el PRI en el 2000 y en el 2012 no por el temor a un Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano deslavado ni a un radicalizado López Obrador, sino porque presentaron un proyecto priista menos corrupto. En el 2018, la sociedad votó de manera masiva –53%, que no se veía desde 1982– porque López Obrador enarbolaba el mismo modelo priista-panista, pero con críticas a los sectores de las élites que se beneficiaban de la corrupción y del manejo institucional de la República.
A pesar de sus desplantes –que serán cada vez menos, porque ya le controlan su discurso desde el Consejo de Administración del Frente–, la candidata Gálvez Ruiz no está representando una propuesta personal como la de Fox o Peña Nieto, sino que cada día se está mostrando más como una gerente contratada por una élite que define el proyecto ideológico de la derecha económica gubernamental.
El último destello del viejo PRI lo tuvo la senadora Beatriz Paredes Rangel, pero de manera humillante destruyó su propia biografía política prestándose a las maniobras verticalistas del Consejo de Administración del Frente, aceptando postrarse ante lo que representa en el campo ideológico la senadora Gálvez Ruiz y quemando sus viejas naves simbólicas de participación en corrientes progresistas del PRI.
La polarización populismo-derechismo fue una de las estrategias más astutas del presidente López Obrador porque operó sobre el inconsciente histórico de la sociedad mexicana que votó tres veces por el conservadurismo neoliberal y ganó la presidencia con Fox, Calderón y Peña, pero que en el 2018 le apostó a López Obrador. Y a lo largo de las mañaneras durante cinco años, el presidente de la República logró construir un bloque social articulado alrededor de la continuidad de un proyecto social, insuficiente, pero con ofertas muy concretas que respondían a las necesidades de la sociedad no propietaria.
La radicalización de la derecha económico-política no alcanza hasta ahora para modificar las tendencias electorales de junio de 2024, con la circunstancia agravante de que el Consejo de Administración del Frente y su CEO tampoco han podido modificar el escenario estratégico ideológico de las elecciones, y con tres dirigentes de partidos comportándose como oligarcas del poder político para beneficio personal y de su grupo.
La polarización ideológica populismo-derechismo se debe analizar con cuidado para prever tendencias electorales y las percepciones de los votantes en masa que no llenan plazas, pero que sí asisten a las urnas, llevados o por sí mismos.
Las opiniones y conclusiones expresadas en el artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición de Quadratín.