Ráfagas: Voracidad panalista
Desde el saber se construye el poder, particularmente el poder político. En el pasado el poder se distribuía en cuatro estamentos perfectamente distinguibles al interior de la sociedad civil, Lassalle los describió con maestría en su conferencia “Qué es una Constitución”. Así, se tenía claro que frente al ciudadano común pertenecer al clero o al ejército otorgaba un poder, un fuero, y con ello un estatus social: los militares, los clérigos y los civiles.
Al paso del tiempo con la secularización del Estado, el control de lo militar bajo el imperio de la ley y el dominio de la burguesía como clase dominante en la economía y en la política con el liberalismo constitucional y republicano, han quedado tres reales estamentos: los políticos, los empresarios y el pueblo cuya característica es la heterogeneidad social, cultural y económica.
La nota distintiva de las sociedades modernas y posmodernas son las relaciones de poder, concepto mediante el cual Foucault sentó un nuevo paradigma para comprender al Poder en todas sus dimensiones posibles, una visión que supera con mucho el determinismo marxista de burguesía y proletariado, explotados y explotadores. Desde la antigüedad hasta hoy, en el contexto de las relaciones de poder, las mujeres han ocupado con mucho el papel de sujetos dominados social, cultural, política y económicamente por los hombres mediante un modelo de dominación universal: el Patriarcado.
Si existe un espacio donde el Patriarcado es altamente significativo lo es el de la Política. Estructuralmente, ella es la forma superior de dominación social creada históricamente por el patriarcado, el arte de la Política descrito con maestría por Maquiavelo, tanto en el Príncipe como en los Discursos de la primera década de Tito Livio, es esencialmente patriarcal, un mundo creado, forjado y determinado por hombres, el espacio cultural de la testosterona.
Luego entonces, las instituciones constitucionales e internacionales, incluidos los tan llevados y traídos Derechos Humanos, están imbuidas por una gran carga patriarcal a la que las mujeres que han dado el salto revolucionario y cultural a la política deben adaptarse sin el menor de los recatos. Las políticas, las mujeres que hacen política, refuerzan constantemente la cultura patriarcal, aún en el más conspicuo feminismo revolucionario. Los ejemplos sobran en todos los ámbitos, nacional o internacional y están a la vista de cualquier buen libro de historia y en las notas de la prensa. El reto para las políticas y para el feminismo político es romper a martillazos, como diría Nietzsche, a la vieja Política patriarcal para construir una nueva Política en donde las mujeres no sean objeto de acciones afirmativas o concesiones caritativas sino arquitectas en el diseño de las reglas desde el saber de la Política renovada.
En México nos encontramos ante un destino cierto, una mujer gobernará a la República, un hecho más que trascendente para la vida de un país que aún no se ha dado cuenta que se encuentra plenamente en la Neomodernidad del siglo XXI, una progresividad cultural e histórica de la que no podemos por fortuna apartarnos. El reto para la mujer que personificará al Poder Ejecutivo federal, la Presidencia de la República, será el de destruir y construir; destruir al Patriarcado político y construir a la Política sin género dominante, forjar los cimientos de nuevas instituciones provenientes de una renovada Constitución no patriarcal. Esa y no otra debiera ser la diferencia en la próxima campaña; un discurso donde se siente en la silla de los acusados al poder patriarcal para juzgarle en todas sus dimensiones y así ofrecer una nueva ruta para una República que debe sortear con éxito los retos que demanda el siglo XXI.
La Princesa (la prínceps, la primera entre los ciudadanos) que la República demanda habrá de construir el nuevo more, la nueva costumbre, la nueva moral de la política mexicana desde el efectivo ejercicio de poder, libre de toda testosterona dominante, el génesis de una nueva época para México donde los géneros no determinen las diferencias en las relaciones de poder, sino en el nacimiento de un nuevo saber de la Política sin patriarcado dominante o caritativo alguno.
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