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CIUDAD DE MÉXICO, 13 de marzo de 2024.- La comunidad artística y cultural de México se viste de luto este miércoles con el fallecimiento de la escritora y periodista Guadalupe Appendini, a los 92 años de edad. Su partida, ocurrida en la tranquilidad del hogar de su sobrina Catita Ortega Appendini en Pachuca, Hidalgo, marca el fin de una era y el inicio de un legado significativo. Viuda del icónico historietista mexicano Gabriel Vargas, fue una figura maternal y pilar de fortaleza y generosidad no solo para su familia, sino para un amplio círculo de amigos y conocidos que tuvieron el privilegio de conocerla y compartir con ella. Más allá de ser recordada como la compañera de vida de Gabriel Vargas, dejó una huella profunda por su solidaridad. Siempre dispuesta a extender su mano amiga, Appendini se caracterizó por su apoyo fraterno y desinteresado.
En el momento del adiós, cuando las palabras buscan consuelo en el recuerdo, es común ensalzar las virtudes de quien se ha ido, dejando en sombras cualquier defecto que pudiera haber matizado su vida. Sin embargo, al hablar de Guadalupe Appendini, es justo reconocer que, más que omitir sus defectos por cortesía, precisamente es su escasez lo que nos llama a recordar las numerosas virtudes de su existencia. Lupita fue un ser humano excepcional, cuya vida se definió por la profundidad de su amistad, la sinceridad de su colaboración, la intensidad de su amor por Gabriel Vargas y su inquebrantable dedicación a ser una fuente de apoyo y cariño para quienes la rodeaban.
En realidad, su generosidad no conocía límites; encarnó la esencia del altruismo para con sus familiares y amigos y siempre fue un refugio seguro en tiempos de tormenta. Como esposa, fue el complemento perfecto que enriqueció la vida de Gabriel Vargas, no solo compartiendo con él una vida, sino convirtiéndose en cómplice de sus creaciones y sueños, incluso, manteniendo con sus propios recursos, las ediciones de “La Familia Burrón”. Pero más allá de los títulos y roles, fue su sentido pleno de la humanidad, sin esperar nada más a cambio, lo que la distinguió. A través de sus acciones, dejó muy claro que la grandeza también se mide en actos de bondad y en la capacidad de levantar a otros, cosa ya muy rara en un mundo que a menudo premia la autosuficiencia y el individualismo.
La última vez que vi a Lupita fue hace apenas un mes, el pasado 13 de febrero. Fue una jornada repleta de emociones y recuerdos, teñida por la calidez de la nostalgia y la alegría del reencuentro de esos días lejanos, que ella pasaba en Pachuca desde 2019, luego de que fue aquejada por una embolia en su domicilio—, en resguardo de los cariñosos y extremos cuidados de su sobrina Catita y las continuas visitas de su entrañable y vieja amiga, desde 1977, Yolanda Monina Palafox, quien apenas la visitó este martes en Pachuca, acompañada por su pareja Constantino Ramos.
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