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PACHUCA, Hgo-. 25 de noviembre de 2024.- El concepto de aprender a hacer, es uno de los cuatro pilares fundamentales de la educación según el Informe Delors de la UNESCO, trasciende el acto de adquirir habilidades técnicas o laborales. Representa la capacidad de transformar el conocimiento en acción, de aplicar lo aprendido en contextos diversos para resolver problemas, innovar y adaptarse a un mundo en constante cambio. En un escenario donde las certificaciones de competencias laborales adquieren cada vez más relevancia, reflexionar sobre la relación entre aprender a hacer, conocer y la valorización de los aprendizajes es fundamental.
El acto de aprender a conocer —otro pilar clave del aprendizaje— no puede desvincularse de aprender a hacer. El primero proporciona las bases teóricas, el razonamiento crítico y las herramientas para explorar nuevos saberes; el segundo, en cambio, lleva estos conocimientos a la práctica. En conjunto, conforman una dinámica en la que se combina el saber con el saber hacer, asegurando que el aprendizaje sea integral y efectivo. Sin esta complementariedad, la educación corre el riesgo de quedarse en la superficialidad de la información, sin generar competencias tangibles ni impactos concretos en la vida de las personas.
En este contexto, la certificación de competencias laborales juega un rol esencial. Reconocer de manera formal lo que una persona sabe y puede hacer no solo aumenta su empleabilidad, sino que también fomenta la equidad al valorar conocimientos adquiridos de manera formal, no formal e incluso autodidacta. Esto es particularmente relevante en sociedades como la nuestra, donde muchos trabajadores adquieren sus habilidades fuera del sistema educativo tradicional. La certificación valida sus saberes y les da acceso a mejores oportunidades económicas y sociales.
Sin embargo, no basta con certificar habilidades; es indispensable fomentar una verdadera valorización de los aprendizajes. Esto implica reconocer que aprender no solo se trata de cumplir estándares laborales o productivos, sino de un proceso que empodera a las personas, promueve el desarrollo humano y fortalece el tejido social. Valorar el aprendizaje significa entender que detrás de cada competencia hay esfuerzo, experiencia y creatividad, aspectos que deben ser visibilizados y celebrados.
Fomentar esta valorización también requiere romper con el prejuicio de que ciertos aprendizajes son menos valiosos que otros. En un mundo interconectado, todas las competencias —ya sean técnicas, sociales o artísticas— son necesarias. Desde el oficio de un carpintero hasta las habilidades de un programador, todos contribuyen al progreso colectivo.
Finalmente, es importante que las políticas públicas y las instituciones educativas promuevan enfoques integrales para el desarrollo de competencias. Invertir en programas que articulen el conocimiento teórico con la práctica, incorporar tecnologías emergentes y garantizar la accesibilidad de certificaciones para poblaciones vulnerables son pasos esenciales para cerrar brechas y garantizar que nadie se quede atrás.
Aprender a hacer se convierte en un puente entre el conocimiento y la acción, una herramienta para enfrentar los desafíos del presente y construir un futuro más inclusivo y sostenible. Valorar este aprendizaje en todas sus formas es una responsabilidad colectiva que puede transformar vidas y comunidades.
Las opiniones y conclusiones expresadas en el artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición de Quadratín.