
Ráfagas: Sectur Hidalgo, caravana con sombrero ajeno
MÉRIDA, Yuc., 16 de abril de 2025.-Mario Vargas Llosa escribió un artículo que dio lugar al libro La civilización del espectáculo, una reflexión sobre cómo la cultura contemporánea se ha banalizado y rendido tributo al entretenimiento sobre cualquiera otra consideración. Para algunos el peruano se inspiró en La sociedad del espectáculo (1967) del teórico político Guy Debord. Sin embargo, las urgencias y reflexiones de Vargas Llosa son distintas y, a pesar del tiempo transcurrido desde su publicación, en 2012, mantienen plena vigencia.
Vargas Llosa, observador agudo y profundo de su tiempo, es descrito por Dwight Garner —crítico literario del New York Times— como el novelista más inteligente y consumado del mundo. En su ensayo, el escritor retrata la banalización impuesta por el entretenimiento, alimentada en buena medida por la ola de la comunicación digital. Desde una mirada externa, comprendió que aquello que parecía una moda era, en realidad, un cambio de la civilización que marcaría la era actual.
Queda por imaginar qué pensaría hoy el Nobel sobre la política con ciertos personajes contemporáneos. Su liberalismo radical e intransigente tal vez le impidió trasladar sus observaciones sobre la cultura del entretenimiento al ámbito político. Hoy, el sujeto ciudadano, desplazado por un individuo banalizado, más atento a aquello que le genera satisfacción inmediata, casi siempre se encuentra inmerso en el mundo virtual propio del espacio digital. Ha cambiado la cultura, pero también la política, de manera dramática al abrazar las peores causas, entre otras, el autoritarismo y la exclusión.
En textos previos, se ha insistido en la necesidad de comprender más profundamente la psicología colectiva del descontento, clave para el ascenso de proyectos abiertamente hostiles a los valores de la civilización contemporánea: la libertad, la democracia y su mejor expresión, la coexistencia entre diferentes. Desde muchos frentes se ataca esa convivencia, pero ninguno tan efectivo como el populismo en el poder. No sólo por sus líderes, a menudo mediocres, ignorantes y soberbios, sino por el respaldo popular que los empodera, celebra y los blinda en el ejercicio gubernamental. Después del desastre de estos días y su afrenta al estado de derecho y a la economía, a Trump 47% le aprueba.
Abundan los análisis sobre los líderes populistas, pero hacen falta estudios que apunten a la sociedad, a la génesis del descontento. Cada caso es diferente; Boris Johnson, que apeló a la nostalgia imperial y nacionalista de la vieja generación para impulsar el Brexit, Trump, quien supo interpelar con extraordinario éxito a la mayoría blanca estadounidense. No lo siguieron las mujeres ni la población negra, pero sí parte de los latinos, a pesar de su retórica racista y su hostilidad contra los mexicanos.
Los líderes populistas actuales cobran vida a través del espectáculo. Asumen personajes de ficción, dominan el espacio comunicacional con tal presencia que anulan el debate de ideas, la discusión de propuestas y hasta el valor de las palabras e imágenes. En el caso de México, el fenómeno se agrava porque la mayor traición a las libertades y a la democracia provino de los empresarios, incluyendo a la mayoría de los propietarios de medios. Los peores excesos vividos en años recientes han contado con su aval o su respaldo activo. En estos días la normalización del autoritarismo se robustece con la complacencia de quienes, en el pasado, fueron baluarte de crítica y resistencia al impulso autoritario.
El problema es que se pretende gobernar a través y con el espectáculo. Es una herramienta eficaz para generar adhesión y popularidad, pero es preciso señalar que gobernar exige conducción e implica trabajo arduo de escritorio, estudio, sesiones recurrentes con colaboradores, encuentro con personas relevantes y toma de decisiones complejas. El tiempo no da para destinar buena parte del día a informar, salvo que sea propaganda y allí se centre el empeño de gobernar. El espectáculo es más simple y se vuelve santuario para eludir responsabilidad.
Ese recurso ha sido explotado por las conferencias matutinas del presidente López Obrador y, ahora, por la presidenta Sheinbaum. Permite controlar la agenda pública y proveer contenido replicado por el aparato de propaganda, a menudo con apoyo de empresas privadas de comunicación. El formato se acerca más al entretenimiento que a la información, al igual que los mensajes digitales breves y virales de Donald Trump, personaje sobrado para la comedia o la actuación, que terminó encarnando al rey loco al mando del país más poderoso del mundo. Su anuncio teatral de tarifas comerciales al mundo, sin parangón en la historia reciente, fue un espectáculo. Aunque días después, ante el desastre provocado, tuvo que retractarse… a medias, con reservas en un interminable espectáculo.
Las opiniones y conclusiones expresadas en el artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición de Quadratín.