
Letras Minadas: Omisión y negligencia detrás de las inundaciones
PACHUCA, Hgo., 2 de junio de 2025.-En una comida entre amigos, mientras hablábamos del comportamiento social en México, José Guadalupe Estrada —notario y amigo— nos recomendó un libro que, según él, arrojaba luz sobre muchas de nuestras inquietudes. Días después lo conseguí en formato digital. Lo leí de un tirón. Al terminarlo, comprendí por qué se convirtió en uno de mis favoritos: El resentimiento en la moral, de Max Scheler. Escrito hace más de un siglo.
El título, que al principio me pareció académico y frío, cobró sentido al avanzar en sus páginas. Scheler no solo describe una emoción; revela un mecanismo profundo que moldea nuestra vida social. Y, en el caso de nuestra sociedad actual, es un lente revelador.
Nuestras sociedades arrastran desigualdades brutales: económicas, educativas, simbólicas. Pero el mayor peligro —advierte Scheler— no es la desigualdad en sí, sino cómo la emocionalizamos. Cuando el dolor por la exclusión no se canaliza hacia la transformación creativa, se convierte en resentimiento. Y el resentimiento no busca justicia: busca revancha moral.
En ese marco emocional, lo admirable —el mérito, el esfuerzo, el saber— se convierte en sospechoso. El éxito deja de inspirar: ofende. La inteligencia ya no orienta: humilla. No se construye un nuevo sistema de valores, sino que se invierte el anterior. El mediocre se siente superior por haber sufrido, y el exitoso es moralmente condenado por haber triunfado. En ese caldo de cultivo, no sorprende que muchas de las publicaciones en redes sociales que hoy consumimos —que exaltan la pobreza como virtud y la ignorancia como autenticidad— encuentren tanto eco.
Lo verdaderamente preocupante es que, cuando el resentimiento se vuelve criterio moral, nuestras sociedades pierden la brújula. No se busca que todos suban, sino que nadie sobresalga. Y eso, en una sociedad herida, crece como maleza. Donde no hay equidad, el resentimiento es refugio emocional. Donde no hay movilidad, se vuelve consuelo amargo. En muchas de las comunidades de nuestro país, donde la historia ha enseñado a desconfiar del que progresa, esta emoción tiene tierra fértil.
Hoy, redes sociales, grupos de WhatsApp y pasillos laborales pueden convertirse en sus vehículos. Basta con que una persona publique un logro, un viaje, una transformación de vida, para que alguien recuerde su pasado como si fuera una condena. Como si no fuera válido cambiar de historia sin pedir permiso.
El resentimiento no solo opera en la esfera pública. También se anida en espacios cerrados: oficinas, barrios, salones de clase. Allí donde todos comenzaron parejo, pero algunos avanzaron más, esta emoción se intensifica. En comunidades con alta visibilidad, el éxito ajeno no es una estadística: es un espejo. Y si el reflejo muestra la parálisis propia, muchas veces lo que sigue no es la admiración, sino la descalificación moral.
Así, el grupo se protege emocionalmente, no elevando su nivel, sino degradando al que se atrevió a salir del molde. Y lo más delicado es que el resentimiento no siempre se muestra con violencia. A menudo se disfraza de preocupación, de chiste, de advertencia. Pero su intención es la misma: anclarte al lugar donde no incomodas a nadie.
¿Qué tiene esto de sociológico? Que el resentimiento no es solo una emoción individual. Es un fenómeno estructural que organiza relaciones, bloquea trayectorias y perpetúa jerarquı́as invisibles. Es la razón por la cual, en muchos casos, avanzar cuesta más que comenzar. Y muchas veces, no es la falta de talento lo que frena, sino la presión silenciosa de quienes no soportan ver a alguien ir más allá.
No se trata de glori icar el “yo sı́ pude”, ni de romantizar el esfuerzo como si fuera un camino universal. Se trata de entender que el resentimiento es una forma de violencia pasiva que empobrece lo colectivo. Que cuando alguien convierte su dolor en juicio contra quien sı́ logró avanzar, no está pidiendo justicia: está encadenando el futuro al pasado.
Una sociedad saludable no deberı́a temer al mérito ni castigar la superación. No deberı́a hacer de la precariedad una identidad obligatoria, ni de la pobreza una marca de autenticidad. Recordar de dónde venimos no significa quedarnos allı́. La memoria no es ancla: es raı́z.
Las de chiles seco
En contextos adversos, avanzar es también, una forma legı́tima de resistencia.