
Ráfagas: ¿Y el titular de la SIPDUS?
PACHUCA, Hgo., 16 de junio de 2025.- En un momento en que las industrias culturales se enfrentan a una creciente precarización, podemos voltear a ver un modelo empresarial que está haciendo las cosas diferente: las empresas B. Estas organizaciones —que no sólo buscan ganancias, sino también generar impactos sociales y ambientales positivos— están redefiniendo lo que significa tener éxito en el mundo del arte y la cultural
En lugar de medir sus logros únicamente en términos de ventas o audiencias masivas, las empresas B creativas entienden el arte como un instrumento de transformación. Su valor está en lo que provocan: diálogo, inclusión, identidad, memoria, comunidad. La creatividad, en este enfoque, no es solo un bien de consumo, sino un motor ético.
En México, varias empresas B están demostrando que la creatividad también puede ser motor de impacto social y económico. Someone Somewhere colabora con más de 180 artesanos de comunidades rurales para crear ropa que fusiona diseño urbano con bordado tradicional, generando ingresos dignos y preservando técnicas ancestrales. Por su parte, La Cana capacita a mujeres en reclusión para que elaboren productos textiles con alto valor estético, promoviendo su reinserción social. Finalmente, InVisible emplea a personas en situación de calle para la producción de prendas con materiales reciclados, utilizando el diseño como herramienta de dignificación y visibilidad. Estos modelos demuestran que el arte, la moda y el diseño pueden ser también vehículos de justicia social y sostenibilidad.
Las empresas B culturales navegan una contradicción inevitable: trabajan desde valores éticos dentro de un mercado que muchas veces no lo es. Y sin embargo, ahí están: resistiendo, innovando, generando vínculos en lugar de productos.
Por eso, si los gobiernos y las instituciones desean tomarse en serio el papel de la cultura en el desarrollo, deben reconocer y fomentar a estas empresas híbridas que cruzan arte, innovación y compromiso social. Se necesita una política pública que entienda que una empresa cultural puede —y debe— también ser una empresa buena.
Porque en tiempos de crisis, el arte que transforma y no explota, que construye y no divide, que inspira sin olvidar, es más urgente que nunca. Y las empresas B en la economía creativa pueden ser el vehículo para que eso no sólo ocurra… sino que perdure.
Las opiniones y conclusiones expresadas en el artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición de Quadratín.