
Estudiantes de la UTVM inician campaña de reciclaje
PACHUCA, Hgo., 4 de agosto de 2025.- Hace algunos años, reflexionaba con un amigo, sobre algunos nombramientos en universidades y recuerdo que le dije: Los liderazgos pasan, pero las universidades permanecen. Un rector, una directora, o quien esté al frente de una institución de educación superior, o de un grupo de instituciones educativas, tienen mandatos breves, limitados por el tiempo. Pero las decisiones que toman —o que omiten— dejan huella por décadas. Las universidades están llamadas a durar cien años o más: son instituciones que deben pensar a largo plazo, cultivar generaciones, sembrar futuro. Por eso, cada nombramiento importa. Porque un mal liderazgo puede frenar el desarrollo de una comunidad académica entera, mientras que un buen liderazgo puede detonar vocaciones, innovación y transformación social. Dirigir una universidad no es un privilegio: es una enorme responsabilidad histórica. Se necesita grandeza para entender que no se gobierna una administración, sino un legado.
Por años, las universidades públicas, han sido vistas como espacios de movilidad social, pensamiento crı́tico y transformación. Sin embargo, algunas de ellas, en muchas regiones de nuestro paı́s, enfrentan una crisis profunda que no se reduce únicamente a la falta de presupuesto ni a las políticas públicas. El problema, muchas veces, tiene rostro, firma y cargo: está en quienes las dirigen.
Los recientes episodios de violencia, descontento y polarización estudiantil en instituciones de educación superior, revelan un malestar acumulado. En algunos casos, los estudiantes han paralizado actividades por acoso no atendido, decisiones autoritarias de directivos o faltas graves de transparencia administrativa. Las aulas, que deberı́an ser espacios seguros para el aprendizaje, se han convertido en lugares de tensión, desconfianza y simulación.
Este no es un fenómeno aislado ni exclusivo de una entidad: en todo el paı́s, universidades viven situaciones similares. Donde deberı́a haber diálogo, se impone la represión. Donde deberı́an tomarse decisiones para el largo plazo, se actúa con cálculo y supericialidad. Donde deberı́a florecer la confianza, se instala el miedo.
¿Y qué está en el centro de esta crisis? Una razón fundamental: el deterioro de los liderazgos académicos.
Muchas universidades, están hoy al mando de personas que no conocen la pedagogı́a, que no han pasado por el aula, que jamás han acompañado un proceso de formación o construido comunidad académica. En lugar de liderar con visión, se administran con obediencia. En vez de escuchar a quienes hacen viva a la universidad —sus docentes, su personal administrativo, su estudiantado—, se gobierna desde la distancia, el escritorio o la lógica de la imagen pública, de su foto con el aura del poder.
Pero, los números hablan por sı́ solos. Por ejemplo: según datos oficiales, en algunas universidades del paı́s, más del 35% del estudiantado abandona sus estudios durante el primer año. La titulación cae, las tasas de reprobación se disparan, y el acompañamiento desaparece. ¿Cómo formar a un ingeniero, un profesionista, si ni siquiera se tiene una estrategia para implementarla con su equipo?
En este contexto, es necesario decirlo sin ambigüedades: una parte del colapso que viven algunas universidades no se debe al contexto, sino a las decisiones mal tomadas sobre quién las dirige.
Y es que, en no pocos casos, se nombran directivos por intereses polı́ticos, por cuotas de poder, por acuerdos fuera de la universidad. Cargos que deberı́an ser el resultado de una carrera académica, del reconocimiento de una comunidad, se convierten en trofeos. El resultado es devastador: deserción, apatı́a, fuga de talento, desconfianza… y algo aún más alarmante: una sociedad que deja de creer en la universidad como lugar de futuro. Liderar una universidad no es solo gestionar recursos, organizar eventos o tomarse fotos en los pasillos. Es acompañar procesos humanos complejos, es encabezar proyectos de vida.
Las de chiles seco:
Lo más preocupante es lo que sigue: el ego, los excesos, el poder mal ejercido… y un vacío total en procesos formativos.