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MÉXICO, DF, 15 de marzo del 2015.- A pesar de todo, José José aún cautiva al público en el escenario del Teatro Metropolitan. No importa que hayan quedado atrás aquellos años de gran triunfo, o que se fue aquella aterciopelada, fina y potente voz, aquella capacidad interpretativa que enchinaba la piel.
Su cara se arrugó, luce sumamente delgado por la diabetes que le aqueja, como secuela de una vida llena de excesos, misma que estuvo a punto de escapársele, su cabello antes ondulado, ahora es lacio y canoso.
Viste impecablemente de blanco, como en sus mejores años. Pero ahora, al fondo del escenario, entre canción y canción, busca medicamentos homeopáticos para «que todo salga mejor».
Mientras que en el público, el cariño no tiene límite. Vinieron personas de todas las edades, sobre todo mujeres, que fueron enamoradas en su juventud por frases como «te quiero así, tú conmigo y yo para ti, inventando un cielo color caramelo, vivir por vivir».
Durante todo el acto, la gente se levanta por lo menos una decena de ocasiones, corea cada una de sus canciones, todas, grandes éxitos. Incluso pareciera que el público quiere ayudar al intérprete a que alcance de nuevo aquellas notas que lo llevaron a la cima. Parece imposible, su voz es completamente distinta a la de aquel tenor que surgió en 1970.
Pero no importa, los asistentes reconocen su esfuerzo, su entrega en el escenario, porque esta noche vino a dejarlo todo, a pesar de la altura, la contaminación y el frío que imperaron este domingo en la ciudad de México y que afectan fuertemente sus facultades vocales.
Él lo sabe, el público lo entiende, y por eso cantan y escuchan como si fuera una de sus mejores noches. Porque José José canta con el corazón más que con la garganta. Así lo ha hecho durante 53 años.
Y entonces canta, arranca con Yo, una canción que define como autobiográfica y sigue con Me vas a echar de menos, Almohada, Amar y querer, Lo pasado pasado, un popurrí de sus grandes éxitos incluidos Amor, amor, Me basta, Desesperado.
Pero además viene a saludar a sus amigos cercanos, a quienes saluda desde el escenario, a aquellos que le mandan recuerdos de la colonia Clavería, donde surgió a la fama, se acerca y posa para las miles de fotos y videos que le toman desde la tribuna en cada canción. Saluda con la mano a los que se acercan a regalarle una flor, una botella de agua, agradece las declaraciones de amor y reconoce que llegaron demasiado tarde porque está «casado por las cuatro leyes».
Continuamente pide auxilio al ingeniero de sonido, el micrófono es una extensión de su garganta, por eso tiene que funcionar a la perfección.
Además cuenta chistes, pide por la paz y el amor entre las parejas, agradece a Dios la oportunidad de seguir cantando y pide a todos que se acerquen a Él.
Entonces se acerca el final del evento. Un popurrí con las canciones de su disco más triunfador, Secretos y luego Seré de Rafael Pérez Botija, y tras un poco de súplicas regresa al escenario y se despide como alguien de la realeza: interpreta La nave del olvido y, con El triste emula aquel día de marzo de 1970 en que fue el gran perdedor en el Festival de la Canción en el Teatro Ferrocarrilero. El público canta de pie, ovaciona, grita, filma y se acerca. Todos quieren un momento cerca del Príncipe. Algunas mujeres incluso lloran.
Y cuando se despide definitivamente, un anuncio desde el audio ambiental del teatro detiene a la gente: la posibilidad de entrar al camerino y tomarse una foto con el cantante. Se forma una fila que recorre el interior del auditorio y la fiesta sigue.
Unos reconocen su ejecución, «mejor que la del año pasado», dicen unos. Otro grupo, enfundado en una camiseta alusiva a un club de fans canta para acortar la espera: De pueblo en pueblo, Buenos días amor, ¿Y para qué? Esto solo lo puede lograr un ídolo como José José.