Saldrá el Sol en Pachuca el 3 de diciembre: Luis Miguel en concierto
También de dolor se canta
No es lo mismo, no es igual, algo falta.
Yuriko se levanta y continúa con sus actividades diarias en una rutina que no tiene el mismo final que antes, cuando sabía que, en breve, estaría en el escenario. Su agenda está vacía. No imagina, ni de lejos, un festejo septembrino sin el Cielito Lindo, sin un Son de la Negra, y teme a diario, con el avance de los días, que este año, en las fiestas de Independencia, callen los mariachis.
Su traje de charro lleva meses guardado, su voz no resuena más allá de las paredes de su casa. Porque canta. Canta en la bañera, en los cuartos, ensaya, toca su guitarra, pero todo lo define en una palabra: Tristeza.
“Sólo quisiera que no nos dejaran al último, por favor, que no fuéramos los últimos…”
Yuriko Badillo Cuevas, “El Ángel que Canta”, ha mantenido por más de tres meses el paro de labores obligado para evitar el contagio por Covid 19.
Su único contacto con el público, desde el inicio de la cuarentena, es apenas unas cuantas llamadas que le piden que interprete una canción, que “lleve” una serenata en línea, que alegre con el canto y la música momentos de encierro que para la comunidad artística parecen no terminar.
En las calles ya se aglomera la gente, las medidas preventivas se disipan poco a poco y el movimiento habitual se va recuperando en las actividades esenciales y en algunas no esenciales.
Sin embargo, atrás se quedan las ferias, los eventos masivos, las reuniones, los conciertos, los espacios en los que músicos y cantantes como Yuriko no sólo veían un medio de subsistencia y un lugar de trabajo, sino también el sitio en el que hacían lo que amaban.
“Yo no trabajo, hago lo que amo”, afirma al decir que da clases de guitarra, canto, actuación y, a través de su página de Facebook Yuriko (el ángel que canta), promueve también la labor de otros compañeros, “porque es necesario apoyarnos unos a otros en estos momentos”.
No niega que ha pasado momentos de depresión, de desesperación ante la falta del abrazo del público, su aplauso, la alegría y el grito de ánimo, un ajúa o un ayayay que, lleno de sentimiento, le anime a elevar su voz en los cánticos más conocidos de la música vernácula, esa que no suena igual sin el coro de las masas.
Sabe que todo cambiará, pero quiere cantar, transmitir, porque descarta por completo que las artes no sean una actividad esencial, porque considera que éstas deben inculcarse desde la infancia, que son básicas para un desarrollo sano tanto como las matemáticas y el español, pues ayudan a desenvolverse y a adquirir capacidades también necesarias para la vida.
Yuriko es de las afortunadas, se hizo de ahorros de presentaciones anteriores y sabe que algunos de sus compañeros tienen medios alternos de supervivencia, pero muchos otros quedaron también en el desamparo, sin ingresos y, sobre todo, sin la música y sin su público.
Tristeza y un poco de desesperanza, siente cuando nota que hay tiempo por delante antes de volver al escenario, que no hay autoridad ni gobierno que escuche no sólo el canto, sino también el grito de los artistas que serán de los últimos sectores en reactivarse y que aún desconocen si existe al menos un probable protocolo para reanudar los eventos populares que son base de su actividad.
“Hay que aguantar, ya falta poco”, se dice a sí misma y a sus compañeros antes de impulsar a que se conozca la situación de los artistas. “Tenemos una familia, también nosotros comemos, tenemos familiares que se enferman, gastos, pagos de servicios. Hay quienes no ven ese lado. Ojalá piensen en nosotros, que nos escuchen y se vea lo que hace falta a los músicos,”, anhela.