Otorgan amparo a exalcaldesa de Pachuca
PACHUCA, Hgo., 25 de noviembre del 2020.- En México algo grave va a pasar, porque algo grave está pasando. Así fue hace 110 años y así lo parece ahora. Una mujer armada y su hermano, en Puebla, disparan para defenderse de los policías y agentes que los tomaron por sorpresa en su casa.
Aquiles Serdán busca refugio y su madre y sus hermanas Carmen y Filomena, son llevadas a la penitenciaría, pero dos días más tarde, descubierto, es acribillado por los policías.
Así inician las revoluciones, era 20 de noviembre de 1910.
En adelante, son numerosas las mujeres que contribuyen a la lucha en busca de una victoria que les ha prometido mayores libertades, las libertades del siglo XX, las que finalmente se ven echadas a un lado en el constituyente de 1917.
Mientras según su condición social, cultural y económica, muchas mujeres sufren de raptos, violaciones y agresiones, otras tantas se integran como mensajeras, enfermeras, combatientes, periodistas, defensoras, educadoras, todas revolucionarias, feministas que pedían, desde entonces, educación y reglas morales iguales para hombres y mujeres. Participación política, elegir y ser electas, el reconocimiento de que, si para las obligaciones, hombres y mujeres son iguales, para las prerrogativas deben serlo igual, voces calladas en artículos que fueron escritos en masculino.
Más de un siglo de lucha que, como la materia, no se crea ni se destruye, sólo se transforma.
Congregadas en noviembre de 1916, en Yucatán, unas 150 mujeres dieron origen al Consejo Feminista Mexicano, antecedente del Frente Único Pro Derechos de la Mujer (FUPDM).
Las feministas lucharon por derechos desde la Sección Mexicana de la Liga Pan-Americana de Mujeres, la Unión de Mujeres Panamericanas, la Alianza de Mujeres de México y otras organizaciones que, más tarde, unidas, lograron el reconocimiento como ciudadanas con derecho a votar y ser votadas, apenas en la segunda mitad del siglo pasado.
Enfrentadas también, varias veces divididas, las hubo defensoras burguesas, las que no eran amenazantes, las disciplinadas, las hubo violentas y comunistas, las que luchaban por el poder político para el pueblo y las que defendían espacios dentro del partido en el poder, igual las obreras, las campesinas, fortalecidas, unidas, avanzaron en derechos para todas, algunas disciplinadas y, la mayoría, finalmente, atrapada en el corporativismo desde el que se logró el voto electoral, el primer paso, el decisivo, el definitivo para avanzar en la igualdad jurídica, social y económica que hoy aún no se alcanza.
Siendo Lázaro Cárdenas impulsor del voto femenino, no publica jamás en el Diario Oficial la iniciativa aprobada a favor de las mujeres por temor de que voten por un partido más liberal. Hereda a Manuel Ávila Camacho, de línea más conservadora, el trabajo de mantener a raya a las feministas, a quienes éste encuadra en el papel de buenas amas de casa, madres y esposas y no deja espacio para la posibilidad de igualar los derechos político-electorales.
Miguel Alemán promete y “obsequia” entonces el voto a las mujeres en los municipios, no sin antes condicionar el acceso a este derecho pidiendo a las mujeres que no dejen de ser en el hogar madres incomparables, esposas abnegadas y hacendosas, hermanas leales e hijas recatadas.
Es Adolfo Ruiz Cortines quien mueve finalmente la maquinaria para el voto nacional de las mujeres, bajo una presión internacional ya insostenible, pidiendo que las mujeres lo busquen, que vayan y le pidan amablemente el acceso a sus derechos, acción que valdría al partido oficial una victoria política, la entrada al grupo de las naciones modernas, el engrose de filas de sus votantes, el mantenimiento del régimen.
Así no, señoras, esas no son las formas, son, desde hace más de un siglo, las indicaciones del patriarcado que debieran seguirse, según el ideal machista, para mendigar un derecho.
Algo grave está pasando en México, pero parece haber una espera tensa que se nota en redes, en comentarios y críticas respaldadas por autoridades, por medios masivos, por anonimatos sin persecución y sin castigo, con mensajes de odio que no son censurados, sino vitoreados igual por hombres que por mujeres.
Algo grave pasará si, entre las que hoy exigen sus derechos, cansadas de mendigarlos, llega a haber más muertas o, en un ataque, en una manifestación, en una represión policial o gubernamental pierden la vida ante el deliberado aplauso de millones de cibernautas y el estoicismo de los relatores de la historia.
Otra vez, mujeres armadas con ganas de igualdad podrían detonar una revolución, protagonizarla, padecerla. Se espera que la nueva guerra no tome las armas y no sea derivada de una muerte, que no recrudezca la violencia, que no provenga de un feminicidio que pareciera anunciarse como una sombra cercana en cada comentario, en cada acusación, en cada vilipendio vertido por detractores de una demanda más que justa que pareciera necesitar ser escrita en los monumentos para recibir atención, que pareciera necesitar violencia para ser visibilizada, porque no hay más, nadie las ve si no es a partir de ello.
Calladitas, volverían a los tiempos de Ruiz Cortines, a disciplinarse, a no conseguir nada, a cerrar más sexenios sin acceso a sus derechos.
Van y pintan y rompen y gritan y queman haciendo honor a González Bocanegra y la letra que dice “Y tus templos, palacios y torres se derrumben con hórrido estruendo, y sus ruinas existan diciendo: De mil héroes la patria aquí fue”.
Fueron ellas, son ellas, somos todas, fuimos todas.