Laboratorio Público/ Innovación
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Sin lugar a duda no se puede entender al villismo, ni tampoco concebir a la “Toma de Zacatecas” (1914) sin la estrategia del general Felipe de Jesús Ángeles Ramírez, nacido en Zacualtipán, Hidalgo el 13 de junio de 1868. Maderista, humanista y gran idealista el único militar de carrera que combatió durante la Revolución Mexicana, y que lo hizo para suerte de lado del ejercito de Doroteo Arango Arámbula, mejor conocido como Francisco Villa. Fue hijo de Felipe Ángeles Melo, un coronel liberal que combatió en contra de la invasión estadounidense allá por el año de 1847, y de Juana Ramírez, mujer de origen francés. Se dice que la amistad y respeto de Porfirio Díaz para con su padre, que para entonces era un militar retirado, le valieron al joven Ángeles alistarse con muy buenas cartas de recomendación en la escuela militar.
Sus estudios primarios los realizó en Huejutla y en Molango. Cabe señalar que este último lugar fue arrasado en un asedio del ejército federal durante la usurpación de Victoriano Huerta, ello como una provocación hacia el ejercito villista y sobre todo porque los lugareños quienes le guardaron un gran respeto y cariño desde su juventud, por lo que lo adoptaron como oriundo y dada su popularidad en campaña, no dudaron en pregonar que el general Felipe había nacido en Molango; quien diría que ese rumor jactancioso les costaría tan caro a los molanguenses.
Posteriormente se trasladó a la capital hidalguense para estudiar en el Instituto Literario de Pachuca, y como se señaló párrafos anteriormente, ingresó tiempo después al Colegio Militar donde no solo las referencias sino su excelente desempeño le valieron una beca concedida por Porfirio Díaz. En 1892 egreso con el grado de Técnico de Artillería (equivalente hoy a Ingeniero en Armamento). Más tarde fue director de la Escuela de Tiro y en a mediados de la década de 1890 fue enviado a Estados Unidos para realizar estudios de artillería y después a Francia como comisionado especial para adquirir armamento por el gobierno mexicano.
Ejemplar en sus estudios fue ascendido a mayor. No obstante, pese a que esto era resultado en gran parte por su talento y empeño, así como por las facilidades que el propio sistema puso en él para ello, no dudo incluso en ser un crítico de la dictadura, pues en una entrega de premios del Colegio Militar, hizo alusión a la tiranía que para entonces se respiraba en el sistema político “atacando al soldado arbitrario y brutal y elogiando al hombre de armas apegado a la legalidad e instituciones”, ello en un efusivo discurso frente al presidente Porfirio Díaz.
Su alto valor humanista más allá del deber ciego de un militar, hicieron de Ángeles una persona crítica y hasta cierto punto incómoda para el régimen. Esto le valió para que fuese enviado de comisión militar a Francia con el objetivo de alejarlo de la realidad política y social del país. Precisamente en aquel lugar fue que vivió de lejos la noticia de que el régimen porfirista había llego a su fin, a su regreso simpatizó con los ideales antirreeleccionistas de Francisco I. Madero de quien no dudó en ningún momento en sumarse a sus filas. Fue director del Colegio Militar durante a principios del gobierno de Madero (1912) y después fue nombrado conciliador en el conflicto en Morelos ante el ejército de Emiliano Zapata. Pero sobrevino la Decena Trágica y con ello la caída y asesinato de Francisco I. Madero y Pino Suárez (vicepresidente), lo que le obligó a replantearse su situación. Después del asesinato de estos últimos, fue apresado y enviado al exilio desde donde regresó en 1913 para reincorporarse al ejército reaccionario y reagruparse con los simpatizantes del maderismo.
Cabe señalar que estando en el extranjero recibió una misiva del expresidente Porfirio Díaz, quien se encontraba en el exilio en Francia. Dicha carta manifestaba la preocupación del exdictador por la situación de México y le pedía al general Ángeles reorganizara al ejército para para derrocar a Victoriano Huerta, y con ello poder restaurar la situación del país de la mano de los sublevados, y de Francisco León de la Barra, ex porfirista y presidente interino. Pero en la práctica sabemos que la cuestión fue más compleja y que luego de la caída de Huerta sobrevino una lucha de facciones revolucionarias en las que el ejército convencionalista (villistas y zapatistas), resultaron los grandes perdedores ante el constitucionalista (carrancistas y obregonistas).
A este efecto, la suerte de las huestes villistas cambió hacia finales de 1915 y después de la desarticulación de la División del Norte, llegó la caída paulatina de los principales mandos de dicho ejército a lo que se le sumó de la expedición punitiva estadounidense (1916-1917) que tenía por objetivo capturar a Francisco Villa. Para entonces el disperso ejército de villista se encontró a salto de mata. El general Ángeles se la vivía con una pequeña escolta huyendo de un lado a otro en el norte de México y la frontera con Estados Unidos. Corrió el rumor por parte del ejército carrancista de que el general hidalguense se había vuelto loco y que era cuestión de tiempo capturarlo. Lo cierto es que, en medio de la desbandada y persecución, en alguna parte de la sierra chihuahuense Francisco Villa y Felipe Ángeles se reencontraron nuevamente hacia finales de 1919.
En la crónica “Con Villa (1916-1920) memorias de campaña” de José María Jaurrieta, lugarteniente de Francisco Villa, se cuenta que el reencuentro entre estos amigos y compañeros de armas estuvo enrarecido por un halo surrealista en el que se le notaba más meditabundo y callado al general hidalguense que de costumbre, como si presintiera que su final estaba cerca. Pero que aun en aquellas circunstancias se le veía tranquilo y no perdía su gran habito por la lectura, pues señalaba el cronista que a todo lugar donde andaba siempre llevaba consigo un caballo o mula cargado con libros de literatura, filosofía o historia, que eran sus temas predilectos… Días después de aquel reencuentro se enteraron de que había sido capturado y pasado por las armas en la ciudad de Chihuahua (26 de noviembre de 1919).
Sirva pues esta breve crónica biográfica para recordar más allá de los méritos por los que el reciente aeropuerto (AIFA) lleva su nombre, un ilustre revolucionario hidalguense.
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