PACHUCA, Hgo., 13 de julio de 2015.- Del miedo se ha dicho tanto que se termina por no hablar de lo que se teme justo por lo mismo, lo que paradójicamente, si puede ocasionar un estado de vulnerabilidad aun mayor, porque tenerle miedo al miedo nos impide discernir en que momento este puede salvarnos incluso de la muerte, y también, cuando el miedo nos está robando vida.
Por razones más que obvias, regularmente a casi nadie le agrada experimentar miedo, pero si es posible que haya gente que esté habituada a él, mucha gente lo experimenta más de lo que desearía, pero a veces no se entiende como tal porque el miedo llevado al extremo genera agresividad y en ciertos casos extremos puede llevar a una persona a darse por vencida y no buscar alternativa alguna para resguardarse… el miedo crónico discapacita y aniquila.
¿Realmente deberíamos tenerle miedo al miedo?
El miedo es una emoción que se experimenta desagradablemente en el organismo ante la posible o real existencia de algo o alguien que representa o es un peligro para la persona que lo siente.
Se dice que esta emoción es aprendida, y que es a lo largo del desarrollo humano que se van adquiriendo ciertos temores en relación a lo que el entorno va señalando como peligroso o dañino, pero, también es cierto que en el propio cuerpo la alarma del miedo y el miedo existen, y que este aparece en el cerebro reptiliano y en el sistema límbico, por lo tanto, se activa en la amígdala cerebral ante el peligro, lo que ocurre con la finalidad de preparar fisiológicamente al organismo para reaccionar frente a este…
Si hemos sentido miedo (que es casi seguro), sabemos lo que se experimenta físicamente cuando aparece, algunas de sus manifestaciones nos preparan para huir y actuar, como: la dilatación de la pupila, el incremento de la concentración, y una mayor secreción de adrenalina, etc.
Otras, consideradas no tan adecuadas porque pueden limitar la capacidad de defensa son: los temblores, el exceso de sudoración, la taquicardia, y la ausencia de control sobre la conducta. El miedo es una de las emociones más complejas, debido a que sus componentes son psicológicos y fisiológicos, y no es simple determinar cual predomina sobre cual.
El miedo, correctamente entendido es necesario y hasta deseable para reaccionar ante lo que podría dañarnos o perjudicar a otros, sin embargo, son las experiencias previas y las creencias construidas sobre este las que lo distorsionan presentándolo como una emoción indeseable, aun cuando es indispensable para la supervivencia, por eso, admitirlo y escucharle nos alejaría a tiempo de lo que pudiera lastimarnos, entendiendo las señales fisiológicas que se activan con él como una defensa adaptativa del organismo, incluso en situaciones sociales que no siempre se atienden o resuelven efectivamente: en medio de una discusión, frente a indicadores de violencia en la pareja, ante un ataque de otra persona o como autoregulador de la conducta para no ponerse en riesgo.
El miedo que daña (conocido como miedo neurótico) es el que surge ante situaciones o preocupaciones que no tienen relación con la realidad, o por lo menos no en la magnitud en la que se observan, que existen en lo imaginario e inexistente, que están sobre dimensionadas y se dramatizan recurrentemente como ocurre en trastornos como la ansiedad generalizada, en los que la persona experimenta preocupación y temor constante por eventos sin motivo aparente, o que no tienen una justa proporción entre la preocupación y lo que sucede debido a que están predominantemente en relación con una construcción personal de creencias que obstaculizan más de lo que en verdad ayudan.
Los niños muy pequeños no sienten miedo como tal hasta que una experiencia les marca la pauta para experimentarlo, ya sea, porque se enfrentan con algo que los asusta como quemarse con el fuego, un primer acercamiento desagradable con un animal o como respuesta a los miedos sociales que les inculca la gente con la que conviven cotidianamente como el “coco”…
Por supuesto, es importante saber reconocer el miedo, escucharlo y atenderlo para que conduzca a la acción y huir o enfrentar acertadamente aquello que de no hacerlo causaría males mayores, pero, es imprescindible saber reconocerlo sin permitir que se vuelva crónico, ya que en tal caso es necesario atenderse con un profesional de la salud mental.
Al miedo no habría que tenerle miedo… a lo que se debería temer es a perder oportunidades, a renunciar a lo que se desea y merece por experimentarlo en forma equivocada… y aun entonces, es posible modificar el sentido y la intensidad de esta emoción reeducando la forma en que se percibe, interpreta y enfrenta.
¿Te has preguntado si aquello a lo que le tienes miedo está basado en un peligro real o imaginario?, ¿A ti, para qué te sirve el miedo?… Porque si en lugar de salvarte te está generando más temor o daño es tiempo de buscar la manera de devolverlo a su función original: resguardar tu supervivencia NO impedir tu bienestar.
En determinadas circunstancias todos sentimos miedo, y al igual que el dolor es conveniente sentirlo, la diferencia entre aquello que nos conviene experimentar y no radica indiscutiblemente en lo que con esto se ocasiona… si nos salva o nos destruye.
@Lorepatchen