Ráfagas: Voracidad panalista
Al paso de los meses y de las decisiones de política pública del gobierno federal, la mayoría de ellas con consecuencias preocupantes y poco eficientes, solamente nos encontramos con un estado de ánimo, muy pocas veces con la prudencia de la razón.
Lo que vemos se explica, y es que la descomposición a la que habían conducido al país los gobiernos previos, motivaba un estado de inconformidad agudo entre los mexicanos. Sin embargo, el terrible malestar no tomó el camino de las razones políticas y de los argumentos sensatos, o porque no los había o porque quienes los podían representar también eran rostros impresentables, o bien porque el cansancio social era caldo de cultivo para opciones que representaran la emoción.
Así que el asalto al paraíso en un sólo brinco y sin escalas si la mayoría lo quería y lo creía era una posibilidad al alcance. Entonces las más hermosas fantasías políticas se edificaron bajo este supuesto: el fin de la inseguridad desde el primer día de gobierno y sin militarización; un sistema de salud como el de los países nórdicos; una economía creciendo al 4 %; empleo y bien pagado para todos; preservación del medio ambiente y energías limpias; redistribución generosa de la riqueza con el fin de la corrupción; fin de las adjudicaciones directas; cárcel a los corruptos; trato humanitario a los migrantes y cero criminalización; pacifismo a ultranza: abrazos y no balazos frente al crimen, y muchas más que son del conocimiento público.
Para el coraje y la desesperanza social el paradisiaco sueño era legítimo, gratificante y en gran medida lo sigue siendo. Era legítimo soñar, y qué si fuera aquello una locura, más valía la locura para romper con un presente repudiado que urgía dejar en el pasado para vivir mejor. Lo que no se quiso ver y se sigue desdeñando, a pesar de los hechos, es que las realidades no se vencen sólo con estados de ánimo. Si no hay un análisis acucioso de la compleja realidad los programas construidos desde las emociones se desmoronan ante los hechos. Por eso, por la falta de estudio y análisis, el gobierno federal ha dado virajes tan radicales y opuestos al propósito original: ha militarizado su estrategia para combatir a la delincuencia; ha entregado al gobierno estadounidense tramos de soberanía para combatir la migración centroamericana sepultando su propósito inicial; ha precarizado el sistema de salud pública recortando recursos y colocándose años luz del sistema de salud de las naciones nórdicas; ha despedido decenas de miles de trabajadores federales con el argumento de la austeridad republicana y al hacerlo ha debilitado la operación de las instituciones acrecentando el desempleo; ha cercenado, más allá de la lógica de las políticas mundiales de impulso progresivo a la ciencia y la tecnología, el presupuesto del Conacyt, faltando a su compromiso con la comunidad científica del país; como nunca ha achicado los recursos para la cultura teniendo que dedicarse afanosamente a cancelar programas, festivales, certámenes, presentaciones, etcétera, desoyendo el clamor bien razonado de los actores vitales de la creación cultural mexicana; en fin, ha recortado universalmente los presupuestos precarizando a las instituciones y colocándolas al borde del colapso con graves consecuencias para todos; ha ido contra los empresarios, aduciendo lo ofrecido en campaña, para retractarse después para corregir al mal desempeño económico del país ocasionado por la pérdida de confianza y la caída de la inversión generando perplejidad y reclamo que trata de ser esquivado con un agresivo programa de publicidad sustentado en la post verdad. Como no lo hizo ningún gobierno neoliberal ha decidido de manera unilateral fijar los incrementos salariales por debajo de la inflación anual, negando el compromiso de recuperar el poder adquisitivo perdido durante décadas de neoliberalismo. Estábamos mal, ahora no estamos mejor, esa es la verdad. Es muy singular la característica de nuestro gobierno, se proclama de izquierda con medidas económicas neoliberales, con políticas conservadoras en materia de migración y derechos humanos y con vocación populista en materia de programas asistenciales.
A la sociedad mexicana nos sigue faltando la articulación entre coraje, política y razón. El coraje debiera transformarse en creación política inteligente con el uso de la razón y la teoría, pues tomándolo como origen y fin su resultado sólo será la belicosidad. El coraje por sí mismo jamás podrá constituirse en programa viable para la transformación, siempre conducirá a la lapidación de lo diferente y al fracaso por la ineficacia de los actos de gobierno. Prueba de ello es el debate pseudo político que se induce en las redes sociales en donde los «argumentos» están hechos con adjetivos, insultos y mentiras que sólo alimentan el odio y la división, mientras como si se tratara de un ataque de esquizofrenia se llama a la unidad nacional.
Este estado permanente de odio hacia lo otro, si no se frena, terminará sepultando al país. En ello tienen responsabilidad los protagonistas políticos, centralmente aquellos que ejercen el gobierno y que desde su poder motivan e incitan a la confrontación. No podemos seguir supeditados al ánimo, los gobernantes deben entender, antes que sea demasiado tarde, que el coraje que motivó la elección del 1 de julio debe ser transformado en políticas públicas que den resultados para todos los mexicanos. Si se quedan con el solo coraje destruirán, necesitan entonces la transformación civilizatoria de ese impulso para expresarlo en mejores instituciones, mejores leyes, mejor convivencia social, mejor calidad de vida y creativa unidad nacional. Coraje para construir, no para destruir, de eso se trata la política, que no es otra cosa que el bien común. Si no es así algo anda mal.