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Libros de ayer y hoy
Seis palabras para desatar la catástrofe: “Güey, vamos a grabar un video”. Lo siguiente es fácil de predecir. Las imágenes no serán seguramente las más adecuadas para los propios implicados. Alguno de ellos, ambientados por la fiesta, la noche o la bebida (quizá las tres juntas), lo compartirá en redes sociales sin pensarlo dos veces. Poco después, vendrá la parte difícil: pagar las consecuencias.
La historia puede ocurrir en cualquier ámbito. Detalles más, detalles menos, pero con matices sumamente similares, esta vez pasó en el futbol. El castigo para Alexis Vega y Uriel Antuna, jugadores de Chivas, no fue culpa de la prensa. Tampoco se trata de un tema prohibitivo: nadie habla de la “militarización” del deporte, ni nadie quiere monjes en short. Tienen derecho, como cualquiera, a divertirse. Sólo se trata de entender que para todo hay un lugar y un momento.
Si alguien insistiera en buscar un culpable, tendría que señalarse a las redes sociales. Al “descuido” de Vega para subir un video de forma pública. A la necesidad, que hoy día parece natural en muchas personas, de compartir absolutamente todo lo que se hace. A esa perturbadora sensación de que la vida sólo se disfruta si tiene likes. Y cuando no los hay, es como si nada trascendente pudiera existir. Usos y costumbres de estos tiempos, vaya.
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