Ráfagas: Saqueo en Tepeji
INDICADOR POLÍTICO
Del reporte El desafío de la interdependencia de 1987 que abrió el camino histórico, ideológico y educativo a la percepción amigable de EE. UU. en México para firmar el Tratado de Comercio Libre en 1991 al espíritu americanista antitrumpista de la élite liberal-izquierdista mexicana, el vecino del norte ya no forma parte de las definiciones históricas, sino que se ha reducido a un simple pragmatismo de coyuntura.
A pesar de que las presiones del gobierno de Trump fueron de circunstancias que afectaban a su proyecto interno y México no fue asumido como un problema de seguridad nacional estratégica, la élite liberal-izquierdista mexicana odió al expresidente y en los hechos políticos y climas electorales votó por Joseph Biden, cuya agenda en México regresó a los enfoques imperiales de dominación estratégica y subordinación totalizadora.
En la historia de México ha habido un tránsito muy preciso en la percepción mexicana sobre EE. UU.: de la alianza estratégica para consolidar el proyecto revolucionario al nacionalismo de la posguerra; ya en la fase imperialista de la Casa Blanca, la élite tecnocrática salinista sin contenido histórico ni pensamiento estratégico entregó a México al enfoque de seguridad nacional estadunidense, como lo reveló en 1992 el embajador John Dimitri Negroponte en su famoso Memorándum al Departamento de Estado: el Tratado sería la vía para subordinar a México a los intereses estratégicos, geopolíticos y de seguridad nacional de Washington. En los años previos y primeros posteriores a la firma del Tratado apenas hubo un pequeño hilo de enfoque negociado desde la perspectiva del nacionalismo defensivo, más retórico que de decisiones soberanas.
Trump llevó a la élite centro-izquierda mexicana a una entrega total al enfoque neoimperialista de Biden y así se percibió en los enfoques revelados por representantes de esas corrientes: los mexicanos antes nacionalistas votaron por Biden y lo que representa como enfoque de reconstrucción imperial. Esta fase se puede identificar como el ciclo del desnacionalismo.
Las presiones de Trump, por ejemplo, en la revisión del Tratado, en la exigencia de que la Guardia Nacional mexicana contuviera las caravanas de migrantes y en las relaciones sobre temas del narcotráfico no hubo estrategias imperiales, sino sólo de circunstancias. Para Trump, México no merecía siquiera interés estratégico porque al final de cuentas la Casa Blanca contaba con los mecanismos e instrumentos de presión para obligarlo a apoyar los enfoques bilaterales estadunidenses.
La ausencia de pensamiento estratégico y la carencia de un enfoque de Estado en la seguridad nacional de Trump distorsionaron el viejo modelo de dominación imperial del ciclo Reagan-Obama y sacaron a México de los planes geopolíticos. Los únicos esfuerzos de entendimiento se dieron en el área militar, en tanto que las demás agencias de inteligencia funcionaron por la libre.
La falta de una estrategia de seguridad nacional de EE. UU. hacia México en el gobierno de Trump dejó las relaciones a nivel de agendas particulares de las dieciséis agencias que conforman la comunidad de inteligencia del gobierno, coordinadas en el papel por un director/directora de inteligencia nacional. De todas esas organizaciones sólo una ha mantenido una actividad presente y creciente en México: la DEA, sólo que no con objetivos de combate a la siembra, trasiego y exportación de drogas, sino sólo con el objetivo de controlar a los cárteles para administrar el ingreso, distribución, venta al menudeo y lavado de narcodólares en territorio estadunidense.
Las relaciones bilaterales México-EE. UU. se llevan en dos zonas de turbulencia: las diplomáticas a nivel de casas de gobierno y las de seguridad nacional en las agencias encargadas de esos menesteres. La estrategia del presidente López Obrador parece enfocarse a centrar las relaciones en el área de funcionarios y mantener bajo control a las agencias de seguridad, Para México, el tema de seguridad es un asunto de seguridad nacional. Por eso el canciller Marcelo Ebrard ha abierto contactos directos con el Departamento de Estado y promueve una nueva doctrina de seguridad nacional mexicana fusionando intereses nacionales/política exterior/defensa nacional.
Por primera vez en la historia de las relaciones con el régimen posrevolucionario México enfrenta la posibilidad de una soberanía efectiva, aunque con la oposición de los viejos sectores nacionalistas hoy en modo de promotores del desnacionalismo en las relaciones bilaterales.
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Política para dummies: La política es, hoy, un enfoque de seguridad nacional.
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