Ráfagas: ¿Malos manejos en la Comisión de Búsqueda de Personas?
INDICADOR POLÍTICO
Aunque no se han explicado las razones del presidente López Obrador para desdeñar la Cumbre por la Democracia de Biden y mantener sólo una representación diplomática formal, en el fondo esa decisión mexicana implicó una estrategia de nacionalismo de resistencia ante la reconstrucción del imperialismo estadunidense.
En la realidad, el presidente Biden y Estados Unidos ya no son el faro de la democracia; por un lado, su bandera democrática se fijó en el escenario de la guerra fría ideológica capitalismo-comunismo en el periodo de la guerra de Corea en 1950 a la desintegración de la Unión Soviética en 1991. Y en nombre de la democracia capitalista, la Casa Blanca ha iniciado guerras irregulares, derrocado gobiernos a través de la CIA; financiado oposiciones fascistoides, desarrollado una política de exacción ilegal de recursos, legitimado dictaduras y, en suma, usar la democracia como coartada para la construcción de una zona de dominación imperial para el american way of life.
El fin de la URSS dejó a EU sin contrapunto ideológico. La derecha estadunidense quiso inventar el fantasma –en lenguaje marxista– del terrorismo, pero sus razones ideológicas no consolidaron una dinámica productiva; ahora la Casa Blanca de Biden ha desarrollado algunas líneas temáticas extraterritoriales para consolidar a EU como el eje del universo: el narcotráfico con las organizaciones criminales transnacionales, la lucha contra la corrupción en el mundo occidental, el libre comercio, el cambio climático y la militarización de Europa sin que exista una URSS bélica.
La democracia estadunidense no es un ejemplo para el mundo. Por principio de cuentas, ni siquiera es democracia procedimental: la estructura de dominación de los procesos electorales se basa en el dinero y en las complicidades con los centros de poder; la hegemonía de fuerza es un complejo militar-industrial-cibernético-corporativo bursátil-espionaje. El racismo como pensamiento de raza es histórico y crece como formas de distribución racial de la riqueza.
Los migrantes no llegan a EU a disfrutar la democracia política, sino que aspiran a salarios en dólares que se asuman como confort para ellos y sus familias en sus países de origen. De manera antidemocrática, el establishment demócrata-republicano sigue excluyendo a las clases no propietarias de la dinámica del poder y el Capitolio es una zona de tráfico de influencia basada en el dinero, como lo ha revelado el documental El Pantano.
Para hacer política y ejercer la democracia en EU se necesita dinero, mucho dinero, y del tráfico de dinero se construye una red de intereses de grupos de interés que nada tienen que ver con el pueblo mayoritario. Menos del 5% de las leyes que se aprueban en el Capitolio tienen interés social real. Los hijos de migrantes que llegan a la política responden a los intereses de sus patrocinadores monetarios, no sus aliados de raza. Barack Obama ganó millones de votos por el color de su piel, pero traicionó su legado racial al usar el poder para salvar al capitalismo depredador y exaccionista del colapso de 2008.
La democracia estadunidense es un mito genial, pero Biden la usa como carnada para atrapar países y sectores sociales ingenuos. Apoyar a Biden implica la complicidad con el perfil imperial conquistado de Estados Unidos en el mundo. Para Biden, la democracia es esencia del capitalismo depredador y explotador de las clases no propietarias. En la guerra fría la Casa Blanca tuvo que batallar con el simbolismo del comunismo justiciero, aunque en versión de un Estado autoritario y dictatorial.
La Cumbre por la Democracia de Biden resultó un fracaso ante la intangibilidad de la demagogia imperial, a pesar de la asistencia de jefes de Estado de países sometidos a la órbita del dólar. El eje del discurso de Biden fue inventar a Rusia y a China como los ejes del mal político y económico, en una retórica para incautos intelectuales mexicanos que ven en la Casa Blanca a la salvadora de los populismos regionales.
Estados Unidos no es un faro de democracia sino un Estado de seguridad nacional imperial de dominación mundial y un poder empresarial dominante.
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