Ráfagas: Voracidad panalista
Un poco por el resultado electoral de disminución de votos, aunque sin perder el poder, el presidente López Obrador adelantó el proceso que se le conoce en México como sucesión presidencial: la designación del candidato a la presidencia de la República del partido en el poder hecha por el presidente en turno.
El método funcional lo inventó Porfirio Díaz, el dictador que gobernó de 1876 a 1911 y que fue derrocado por una revolución. La categoría de sucesión presidencial la definió Francisco I Madero, un disidente antireeleccionista que desde la nada logró movilizar al país en contra de Díaz y comenzó lo que se conoce como Revolución Mexicana a las seis de la tarde del 20 de noviembre de 1910.
Madero fue un pequeño empresario, activista, demócrata, conocido más bien por explorar el espiritismo. Pero en 1908 publicó un libro histórico, político y propositivo titulado La sucesión presidencial en 1910. El Partido Nacional democrático. Ahí nació la categoría de sucesión presidencial que es un modelo político casi exclusivo mexicano en el que el presidente en turno hereda el poder a un sucesor de su entorno directo, aunque más adelante el presidente entrante tenga que romper con su antecesor.
Estos datos ayudan un poco a entender en el extranjero este complejo o enredado mecanismo de designación de candidato presidencial desde el poder y del uso de todos los recursos públicos del presidente saliente para beneficiar a su candidato y sucesor. Madero usó el concepto de sucesión a partir de la palabra en derecho familiar y en empresas provenientes de España que llevaban el título que fuera y el apellido agregado de “y sucesores”. En su análisis Madero inclusive fue más allá y aportó elementos históricos universales para probar que el método de designación de candidato presidencial en grado de sucesor garantizado del poder provenía de la Roma de los Césares.
En el extranjero es muy difícil comprender los estilos mexicanos de hacer política. El de la sucesión presidencial lo aplicó el grupo revolucionario de militares que ganaron la lucha armada en el período 1910-1917 y salvo uno o dos sobresaltos pudo haber una entrega pactada y sucesoria del poder desde 1924 hasta 1994. En esas paradojas de la historia el general sonorense Álvaro Obregón, como Porfirio Díaz, se designó a sí mismo como sucesor modificando la Constitución para regresar a la reelección presidencial, pero provocó su muerte en 1928. El heredero del poder político fue el general Plutarco Elías Calles, quién fundó el Partido Nacional Revolucionario conocido hoy como PRI y el cual tuvo el poder para poner presidentes desde 1929 hasta 1994.
El proceso de sucesión presidencial en México va a regresar a ese pasado. El modelo de designación en secreto del sucesor operó hasta 1970. De 1976 al 2000 cuatro presidentes usaron el mecanismo en lo general, pero ya exhibiendo a los precandidatos y poniéndolos a competir entre ellos. En el pasado el presidente en turno escogía en la soledad de su despacho a su sucesor, se guardaba el nombre y sólo lo comunicaba horas antes de la nominación pública; en el juego previo había un precandidato que se le conocía como el tapado y que los caricaturistas dibujaban a un personaje con una capucha blanca con solamente dos hoyos para los ojos.
En 1999 el presidente Zedillo no pudo poner candidato sucesor, dejó en libertad del proceso electoral y el PAN ganó la presidencia en una competencia de votaciones respetadas. Ya en el poder y a pesar de su origen panista Vicente Fox y Felipe Calderón quisieron copiar el modelo del PRI y fracasaron. En el 2012 el PAN de Felipe Calderón no pudo mantener la presidencia y el PRI regresó al poder. En el 2018, el presidente Peña Nieto restauró el modelo del tapado, designación personal y sumisión partidista, pero no pudo con la fuerza política del disidente Andrés Manuel López Obrador y el PRI perdió por segunda vez la presidencia.
Hoy el presidente López Obrador parece restaurar el viejo modelo de sucesión presidencial del viejo PRI. Lo curioso es que Cuauhtémoc Cárdenas y López Obrador se rebelaron en 1987 y 1988 contra el PRI del presidente Miguel de la Madrid para exigir un proceso abierto y democrático de nominación del candidato, sacándolo de la voluntad personal del presidente saliente.
Hace unos días el presidente López Obrador echó a andar en una conferencia de prensa el mecanismo de sucesión presidencial y lo hizo en los mismos términos que el viejo PRI: desde la tribuna del presidente de la República, con el presidente de la República señalando reglas y condiciones y dando nombres que sólo él habría de aprobar para las elecciones del 2024. En este sentido el grupo disidente que nació del seno del PRI por rebelión contra el mecanismo autoritario de sucesión presidencial estaría restaurando ese método político que en el pasado dio resultados y que no hay elementos suficientes para decir que en el 2024 podría repetirse.
En el extranjero llama mucho la atención el absolutismo presidencial que existe en México a través de la voluntad autoritaria-institucional del presidente de la República en turno porque controla todos los hilos del poder. Sin embargo, el presidente de México solamente tiene un solo acto de poder que lo magnifica por encima de instituciones y reglas democráticas y es precisamente el acto de designar a su sucesor en la candidatura presidencial del partido en el poder y operar todo el aparato del Estado-gobierno-partido para que gane privilegiando las ventajas presidencialistas.
En este sentido, el presidente López Obrador adelantó el proceso de sucesión presidencial por el recorte de votos y posiciones legislativas que obtuvo en las elecciones del pasado 6 de junio y el país se va a mover sólo al ritmo de la sucesión presidencial y será una lucha entre el presidente qué querrá imponer a su sucesor y la oposición que buscará una nueva alternancia.
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