Ráfagas: ¿Malos manejos en la Comisión de Búsqueda de Personas?
Algunos lacayos de Palacio vieron “con ternura” que el mandatario mexicano le arrebatara la palabra al presidente Biden y al premier Trudeau, al final de la Cumbre de Líderes de América del Norte.
Incluso les pareció un gesto de “autenticidad” bananera del mexicano frente al mandatario de Estados Unidos y al primer ministro de Canadá.
Otros ingenuos argumentaron que el monólogo de casi media hora de López Obrador, al final de la Cumbre, fue una señal involuntaria “del poder” y “la fuerza” del presidente mexicano.
“Le mostró al mundo de qué está hecho”, dijo uno de ellos.
Y por supuesto que no faltaron los idiotas que ante el desplante autoritario del presidente mexicano concluyeron que, en realidad, López pretendió presumir sus mañaneras al mundo.
¡Presumir el autoritarismo y el pensamiento único?
En efecto, está claro que cada quien puede concluir lo que le plazca sobre el vergonzoso espectáculo que le regaló al mundo el tirano mexicano al final de la Cumbre de Líderes de América del Norte.
Sin embargo, en buen castellano, el desplante de López Obrador al final del encuentro no fue más que la cotidiana censura del dictador mexicano quien, de esa manera, exhibió su autoritarismo y, sobre todo, le confirmó al mundo entero que en México sólo existe una palabra, la palabra presidencial.
Sí, una censura de Estado, lanzada contra los líderes de dos de las democracias más consolidadas y en cuyos países la censura es un viejo recuerdo.
Sí, así de crudo y así de claro.
Pero el tema va aún más lejos. Imaginen por un momento; si López es capaz de censurar y callar al mismísimo presidente Biden y al propio premier Trudeau, de qué tamaño es la censura lanzada a diario contra los medios mexicanos; contra los empresarios de medios, contra los intelectuales y periodistas de nuestro país.
Pero también es cierto que en algo tienen razón los lacayos de Palacio: en efecto, Obrador le dio una lección al mundo; una lección de autoritarismo, del tamaño de la censura que ha impuesto en México, de nivel de sus delirios autócratas y de que en México no hay más verdad que la verdad oficial; la del tirano de Palacio.
Y por ese “acto de honestidad” presidencial -acaso el único acto honesto del presidente más deshonesto de la historia-, Obrador merece un aplauso; un reconocimiento por mostrarle al mundo que en México no sólo Biden sino el propio Trudeau, no tienen derecho y tampoco la libertad de expresar sus puntos de vista.
No tienen derecho a responder las preguntas de los periodistas; en México sólo existe una opinión valida, la opinión oficial, la del presidente.
Y es que, le guste o no a los paleros de López, al final de la Cumbre asistimos al mayor acto de censura de que se tenga memoria en un evento internacional; ni siquiera el mítico “comes y te vas” de Vicente Fox y menos el “¡ya cállate!” del Rey de España a Hugo Chávez.
Pero si hurgamos tras bambalinas, el problema va más allá de la censura a secas.
¿Por qué?
Porque la censura no es sólo la pulsión mecánica de un dictador que pretende imponer la verdad oficial.
No, la censura a secas y, sobre todo la censura de Estado, tiene un objetivo; un principio y un fin.
¿Qué pretendió ocultar López Obrador al censurar al presidente Biden y al premier Trudeau?
¿Qué acuerdos inconfesables firmó, pactó o aceptó el presidente mexicano López, como para urdir el montaje de la censura que impidió hablar a los jefes de gobierno de Estados Unidos y de Canadá?
Está claro, como lo dije ayer aquí, que tanto Biden como Trudeau no llegarían a casa, luego de la Cumbre, con las manos vacías.
Por eso, muy pronto serán cuestionados por la prensa libre de sus países y entonces conoceremos los costos para México y los mexicanos de la Cumbre de Líderes de América del Norte.
Y es que con López Obrador nada bueno podemos esperar.
Al tiempo.
Las opiniones y conclusiones expresadas en el artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición de Quadratín.