Ráfagas: Voracidad panalista
El Itinerario Político de ayer terminó con la siguiente conclusión: “Lo peor, sin embargo, es que la tiranía de López está al borde del colapso y los tiempos por venir serán los más peligrosos; los tiempos de la bestia acorralada”.
Y la mañana de ayer mismo, López Obrador confirmó que estamos ante un “presidente acorralado” por sus fracasos, errores, contradicciones, por la creciente crítica a su gestión y, sobre todo, porque a causa de todo lo anterior pierde popularidad y legitimidad.
Y es que sólo un político o servidor público acorralado llega a extremos como el de exigir a uno de sus principales críticos –a Carlos Loret–, revelar el monto y el origen de sus ingresos.
Y sólo un presidente acorralado recurre a la irresponsabilidad de plantear el fin de las relaciones diplomáticas con el gobierno y el Estado españoles, sólo para fabricar un señuelo externo capaz de jalar los reflectores al lado contrario al de sus fracasos.
Pero vamos por partes.
¿Qué significa la exigencia revanchista de AMLO a Carlos Loret?
Simple y sencillamente que asistimos a la venganza presidencial contra uno de sus más efectivos críticos, al cual perseguirá incansable hasta no lograr su destrucción.
Y es que para nadie es nuevo que Obrador es el político y servidor público más rencoroso y vengativo y que, por tanto, moverá cielo, mar y tierra para saciar su sed de venganza.
Por lo pronto, el presidente mexicano lanzó la provocación a Loret –a manera de pregunta sobre el origen y el monto de su ingresos–, como paso previo a un montaje que buscará el mayor descrédito posible al periodista.
Descrédito igual –en la lógica presidencial–, al causado a López por la revelación de la vida de lujos del primogénito de Palacio.
Y es que ese es el tema de fondo; que el reportaje de la casa de Houston y los lujos de hijo mayor del presidente han sido, hasta hoy, el misil más potente contra la imagen presidencial, en 38 meses de gestión.
Pero el misil no solo tiró a la popularidad de Obrador sino que dejó convertida en escombros la legitimidad presidencial, basada en la supuesta superioridad moral de honestidad, honradez, pobreza y medianía.
En efecto, hoy todo México y buena parte del mundo saben que el presidente, su prole y su claque no son iguales; todos saben que son peores y que el de AMLO es un gobierno fallido.
Y la mejor prueba es que, de manera inevitable, “se desgrana la mazorca” de la crítica de no pocos de los antaño leales, como las señoras Carmen Aristegui y Amparo Casar; como Sergio Aguayo y como muchos otros que poco a poco y de manera silenciosa abandonan la lealtad “lopista” para no ser arrastrados al despeñadero en el que terminarán el presidente y su gobierno.
Por eso, un mandatario acorralado recurre a disparates como la amenaza de romper relaciones diplomáticas con España; para crear un enemigo externo imaginable a quien dirigir los reflectores; una botarga foránea que pretende ser el foco de toda la atención y que resulte capaz de desviar la mirada lo más lejos del fallido gobierno del cambio.
Sin embargo, lo que no sabe López Obrador es que la caída de su popularidad, de su legitimidad y de su engaño colectivo ya es irreversible y que las leyes políticas, igual que las leyes físicas, son implacables.
Sí, vivimos el principio del fin del sueño guajiro llamado Cuarta Transformación.
Al tiempo.
Las opiniones y conclusiones expresadas en el artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición de Quadratín.