Radar Político: Penchyna, de moda
El 17 de julio de 1980, cientos de amigos, colegas y lectores de Manuel Buendía se dieron cita para decirle al autor de “Red Privada” que no estaba solo y que cuando desde el poder se agrede al periodismo independiente, la sociedad toda es amenazada.
Rubén Figueroa, el torpe cacique de Guerrero, había lanzado una embestida contra la libertad de expresión en general y contra Manuel Buendía en particular cuando desde su tribuna el periodista desveló las corruptelas de su gobierno.
La cadena de reacción social que respondió a las amenazas de Figueroa fue como una llamarada. No por ridículo, el autócrata tropical era menos peligroso.
Manuel Buendía tradujo el sentimiento popular en una frase: “Nunca más un luchador social debe sentirse solo”.
Aquel lunes, en el desaparecido hotel Del Prado frente a la Alameda en la Ciudad de México, Buendía, Francisco Martínez de la Vega, Fernando Benítez, Miguel Ángel Granados Chapa, Iván Restreto y Carlos Monsiváis, encabezaron la reunión convocada para defender el puntal de la democracia que es la libertad de expresión.
Fueron las del autor de “Red Privada” palabras claras, inteligentes y precisas que no han perdido actualidad. Hoy, en el país más peligroso del mundo para ejercer el periodismo, siguen siendo un llamado a la acción.
Recordemos fragmentos del escrito de Manuel Buendía y el texto Carlos Monsiváis.
“Allá, en los pueblos del interior, es donde el periodismo requiere auténtica valentía personal, porque las banquetas son demasiado estrechas para que no se topen de frente -por ejemplo- el periodista y el comandante de policía de quien aquél hizo crítica en la edición de esa misma mañana.
“Allá, en los Estados, donde los estrechísimos círculos del poder local acogotan la economía de los editores combativos y pretenden lastrar el desempeño de los escritores comprometidos, el ejercicio del periodismo reclama una entereza excepcional. Aquí, donde las dicotomías del sistema se dan tan próximas a nosotros, de algún modo podemos arreglárnoslas para que los rayos no caigan precisamente sobre nuestro propio paraguas. Allá, donde las pequeñas comunidades de colegas pueden ser sometidas con la relativa facilidad por el puño del cacique regional, el grito de un reportero que ha recibido una paliza apenas se escucha afuera de sus propios dientes…si es que le quedan.
“Aquí, en la monstruosa caja de resonancia de la metrópoli, se da -como fruto de la pertinaz acción de las individualidades o de los clubes, del Sindicato y de otras agrupaciones como la de los Periodistas Democráticos- se da, repito, el hecho espléndido de una comunidad periodística cada vez más amplia, más integrada, más solidaria. Y dentro de este ámbito, ya no hay reportero, comentarista, fotógrafo o camarógrafo que se sienta solo, si en legítimo ejercicio de su profesión sufre agresiones físicas o morales, amenazas y cualquier otra suerte de manifiesta o larvada represión.
“[…] expresemos nuestro repudio a cualquier forma de agresión y de represión caciquil contra periodistas en todo el país; entreguemos nuestra activa solidaridad a los compañeros que, habiéndose limitado a ejercer verticalmente su derecho a la información y su libertad de expresión, obtienen como respuesta la violencia oral o de hecho.
“En 1978, cuando la Unión de Periodistas Democráticos me honró con el acceso a su tribuna en ocasión del Premio Nacional de Periodismo, propuse la creación de una especie de tribunal de pares -comisión, o como quisiera llamársele- que pudiese actuar pronta y eficazmente, en la investigación y prosecución de las denuncias que sobre atentados contra la libertad de prensa y la seguridad de los periodistas le fuesen presentadas.
“Ruego a ustedes que se retome esta idea. No sería un organismo que sustituyera o demeritara en lo mínimo la acción de las agrupaciones ya existentes. Al contrario: una entidad que las represente a todas y a todos los estamentos o modalidades de la profesión. Dotado de la fuerza moral que le daría esta auténtica representación, pero a la vez ágil en su actuación, el tribunal podría poner en marcha, en pocas horas, los recursos de la apelación, la interpelación o la protesta, que inmovilizaran precautoriamente una acción represiva contra periódicos y periodistas, a reserva de nutrirse en seguida de información propia, amplia, bastante para emitir oportunamente un juicio que tendría muchas más consecuencias sociales de las que por ahora podrían imaginar algunos caciques y represores.
“Este desayuno no era sólo para hablar de periodistas. Personas que nada tienen que ver con el periodismo -como no sea la lectura de algunos diarios y revistas- participaron con denuedo en la organización de este acto. Y nos dijimos cuál era la intención: ellos son ciudadanos que se pusieron en guardia cuando vieron bajo amenaza una de las libertades. Recordaron instantáneamente en tan repetido axioma de esta estructura social que nos hemos dado: no se puede atacar una de las libertades sin poner en riesgo a todas las demás.
“Y estos sentimientos nos unieron en una sola convicción: era necesario reiterar hoy nuestra solidaridad y nuestro compromiso con todos aquellos mexicanos que, también víctimas del caciquismo, han sufrido, sufren ahora mismo, agresiones mucho más graves de las que nos quejamos algunos periodistas. Y no han tenido voz para querellarse, porque se las extinguieron para siempre.
“[…] Los ciudadanos responden: la opinión pública se moviliza. Hasta la violencia oral o de hecho de los caciques ayuda como respuesta; es la oposición necesaria para avanzar en la construcción de una sociedad menos injusta. Pero nunca más un luchador social debe sentirse solo. Hoy estamos renovando aquí no una esperanza sino una certidumbre: si persistimos en el esfuerzo; si no damos paso jamás al desánimo o al temor; y si la palabra “claudicación” no figura en nuestro código de conducta, los frutos de este cotidiano batallar han de ser buenos y, lo que más importa, servirán a nuestro pueblo. No es otro nuestro destino.”
Carlos Monsiváis escribió:
“Quienes, el 17 de julio de 1980, nos reunimos a manifestarle nuestra solidaridad a Manuel Buendía, no estábamos allí para ‘protegerlo’ de un gobernador que ha hecho del despotismo y el primitivismo espejo de su honra, ni tampoco hacíamos un acto de homenaje a la valentía personal. La reiteración activa de nuestra amistad se fundaba entonces como ahora en la certidumbre de que en el caso de Buendía el valor civil es función de su lucha por los intereses nacionales que lo lleva a prescindir de las comodísimas vaguedades y generalizaciones. En la emotiva respuesta a los textos de Francisco Martínez de la Vega, de Miguel Ángel Granados Chapa y del propio Buendía, se afinó, sin solemnidades y de un modo entrañable, el compromiso de una tarea gremial que se inicia en la defensa de la integridad física y moral de los periodistas. El mejor homenaje para Buendía fue reconocer la calidad de su esfuerzo como figura representativa de una corriente que, en todo el país, desea ejercer el oficio del modo más responsable posible y al hacerlo desmiente de modo tajante la idea social de la venalidad, la rapacidad del periodista. Hoy, ante el pesimismo que nos declara unánimemente corruptos, una decisión se extiende, se pone a prueba y se solidifica: en muy amplia medida, al periodista le corresponde adelantar, representar y sostener consolidaciones y avances de una sociedad civil que sin la crítica no se explica ni gana espacios. De ahora en adelante, convendrá examinar también la calidad de la investigación y la eficacia del análisis del periodista para saber de qué tamaño es su coraje.”
Cuatro años después del encuentro “En defensa de la palabra”, el 30 de mayo de 1984, Manuel Buendía fue ejecutado a luz del día frente a testigos.
Poco antes, en un encuentro con alumnos de periodismo, Buendía había expresado: “De vez en cuando, las balas no respetan la credencial de un periodista, y éste queda ahí, muerto. Y creo que ésa es una forma apropiada de morir. Los periodistas no debiéramos morir de viejos, o así nomás.”
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