
Votar o no votar
PACHUCA, Hgo., 26 de mayo de 2025.-Cada vez más jóvenes están gritando en silencio. En los pasillos, en los baños, en los lugares de esparcimiento, en los mensajes que nadie lee a tiempo. El suicidio juvenil ha dejado de ser una estadística marginal para convertirse en un grito colectivo que todavía no sabemos escuchar.
Según datos del INEGI, en 2023 se registraron 8,837 suicidios en México, representando el 1.1% del total de muertes. El 65.6% de estos casos ocurrieron en personas menores de 40 años, y entre ellos, los jóvenes de 10 a 19 años presentan las tasas más preocupantes.
Hoy, en muchas escuelas se promueve la importancia de la salud mental a través de carteles y campañas. Sin embargo, persiste una gran distancia entre el discurso y las acciones reales. Se sigue evaluando el éxito escolar únicamente con promedios, asistencias y eficiencia terminal, mientras las emociones —la tristeza, el miedo, el cansancio existencial— permanecen invisibilizadas.
No se trata de buscar culpables. La complejidad de esta crisis rebasa a cualquier individuo. La depresión no diagnosticada, el bullying escolar, la presión académica, la violencia doméstica y las redes sociales tóxicas son parte de un entorno que dificulta encontrar salidas visibles para los jóvenes. La verdadera constante es la invisibilidad del sufrimiento.
La cultura escolar muchas veces premia la resistencia silenciosa. Sin embargo, esta no es una responsabilidad exclusiva de los docentes o de las familias: es un desafío del sistema. Muchos maestros, a pesar de su esfuerzo diario, no cuentan con formación específica para identificar signos tempranos de depresión o desconexión emocional. No porque no les importe, sino porque históricamente la capacitación se ha centrado en contenidos académicos, dejando de lado la educación emocional.
Tras la pandemia, este vacío se profundizó. Nos preocupamos —comprensiblemente— por recuperar contenidos, pero no por reconstruir los lazos emocionales que se fracturaron. Hoy sabemos que no basta con impartir pláticas aisladas sobre emociones: necesitamos políticas educativas estructurales que integren el bienestar emocional como parte esencial del aprendizaje. Reconocer el aula como espacio clave de prevención. Capacitar a docentes para detectar señales de alerta —aislamiento, tristeza, desconexión— sin convertirlos en psicólogos, pero sı́ como primeros referentes sensibles. Garantizar profesionales de salud mental en las escuelas con presencia constante. Programas de acompañamiento, no solo atención en crisis y quizá incluir espacios emocionales en el horario escolar: tutorías, círculos de diálogo o proyectos de vida que permitan a los estudiantes expresarse sin miedo a ser señalado.
También es fundamental entender el nuevo escenario digital que ha llegado a las familias. Las redes sociales han transformado la manera en que los adolescentes se ven y se relacionan. Modelos de belleza inalcanzables, normalización del dolor y algoritmos que premian la exposición extrema agravan su vulnerabilidad emocional. La alfabetización digital crítica debe ser parte de cualquier estrategia de prevención.
En mi estado, Hidalgo, con su diversidad de contextos entre la Huasteca y la región metropolitana, no está exento de este fenómeno. Los datos indican que los trastornos de ansiedad han crecido un 27% entre los adolescentes en los últimos cinco años, y los intentos de suicidio en municipios como Huejutla se han duplicado. Esta realidad exige intervenciones locales, con estrategias diseñadas para cada territorio.
Hablar de suicidio juvenil no es hacer apología. Es reconocer que hay un problema de fondo que puede ser atendido si se asume con seriedad. El bienestar emocional debe ser tan prioritario como el aprendizaje académico.
Mientras no pongamos como una de las prioridades la escucha, la prevención y la conexión humana, seguiremos viendo pasar cifras frías, sin notar que detrás de cada número hay una vida que pudo haber sido salvada.
Construir espacios donde los jóvenes sean vistos, escuchados y acompañados no es un lujo: es un deber ético, social y educativo que no puede seguir esperando.
Las de chile seco
En las comunidades de alta marginación, donde el acceso a servicios de salud mental es casi inexistente, el sufrimiento de los jóvenes queda atrapado entre la pobreza, el abandono y la invisibilidad.
Las opiniones y conclusiones expresadas en el artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición de Quadratín.