Así no, presidenta
Final de Los 27 de Purísima
En crónicas anteriores dimos cuenta lo que sucedió el 8 de mayo de 1965 al chorrearse una jaula en el tiro general de la mina Purísima de Real del Monte en la que viajaban 30 mineros, muriendo 27. Asimismo, transcribimos la narración de los tres hombres que volvieron a nacer.
En esta última entrega damos a conocer lo que sucedió después de los velorios y la inhumación de los 27 cuerpos y la entrega de las miserables indemnizaciones: ¡20 mil pesos por cada muerto!
Días después del aciago accidente, la Compañía Real del Monte y Pachuca entregó como limosna la cantidad de 700 pesos como ayuda para gastos funerarios a los familiares de cada uno de los fallecidos, en tanto los dirigentes de la Sección 2 del Sindicato Minero hacían los trámites para que la empresa cubriera la indemnización total de acuerdo con lo estipulado en el contrato colectivo de trabajo.
Los mineros fallecidos devengaban salarios de 15 pesos 52 centavos, con categoría de cocheros y ayudantes, y de 15 pesos 96 centavos, el calesero, que estaba entre las víctimas con mayor sueldo. Tomando en cuenta lo anterior y si se contabiliza lo que marcaba el contrato colectivo número 18, la Compañía debería pagar, por cada muerto, 950 días de salario, más 150 días para gastos funerarios y los 700 pesos adicionales. Se contabilizaba el número de años trabajados, además de la participación de la plata y el pago de vacaciones.
En total, cada familia alcanzó a recibir 20 mil pesos por su muerto.
AUMENTO EXTRAORDINARIO
El 14 de mayo de 1965, a escasos seis días de sucedido el desastre se convocó a los mineros de Real del Monte a una asamblea en la cual se dio a conocer que a raíz de la revisión anual del contrato colectivo de trabajo entre las secciones 1 y 2 del Sindicato Minero, los agremiados recibirían, entre otras prestaciones, un aumento salarial asombroso de 2 pesos diarios.
Como era de esperarse, el anuncio de los dirigentes sindicales, Agapito Herrera e Hilario Ortega Portillo, de cada una de las secciones, no fue bien recibido; hubo tensión, reclamos airados, acalorados, como consecuencia de la tirantez producida por la muerte de sus 27 compañeros.
No obstante, los delegados del comité ejecutivo del Sindicato Nacional de Mineros, Metalúrgicos y Similares de la República Mexicana, Pablo Picharra, Rodolfo Morales y Juan Sánchez Roldán (éste último nativo de Real del Monte), declararon que los convenios habían sido “satisfactoriamente aprobados por los compañeros ya que las prestaciones logradas ante la Compañía Real del Monte y Pachuca fueron magníficas”, si se tomaba en cuenta, afirmaban, la situación por la que atravesaba la empresa.
Pronunciamientos como los anteriores, en boca de los dirigentes sindicales, fueron escuchados muchos años antes y repetidos sin quitar palabras: “los mineros eran trabajadores privilegiados”.
MALACATE DE CHATARRA
Debido a la gravedad de los acontecimientos, las autoridades estatales iniciaron las investigaciones en torno a las causas que provocaron el deslizamiento de la jaula de dos pisos de la mina Purísima.
Los tres malacateros que manejaban la máquina que hacía ascender o descender la calesa, afirmaron, desde un principio, que el malacate estaba en malas condiciones, pues indicaron que el 21 de enero de l965 se había chorreado sin que la jaula llevara gente. Eso lo dijeron ante el superintendente de trabajo de la Compañía RDM, José Luis Islas, que se hizo auxiliar por Nicolás Valdés, director de talleres mecánicos.
También participaron en las pesquisas peritos de la dirección general de Minas y Petróleos, de la secretaría del Patrimonio Nacional, Noé Díaz Soto y Gilberto López, quienes deberían realizar exámenes de la máquina.
Sin embargo, era contundente lo afirmado por peritos de la Sección 2, en el sentido de que la falla en el malacate existía desde hacía 20 años, y que el desperfecto estaba en la flecha del motor, lo que impedía el trabajo normal del clotch.
MANTEO EXTRAORDINARIO
Lo que no se tomó en cuenta, y que todos los mineros sabían de sobra, era que la jaula– denominada también aparato– de dos pisos era utilizado para mantear mineral durante todo el día.
José Concepción Pérez Briseño dijo que en diversos niveles metían en la jaula un carro cargado con una tonelada de mineral, tantas veces como era necesario, que descargaban en el nivel 270, el nivel Fortuna del acarreo general que enlazaba a todas las minas de la zona de Real del Monte con la mina San José La Rica, desde donde partían los trenes con góndolas cargadas con diez toneladas de mineral hasta las tolvas de San Juan Pachuca.
El manteo cotidiano realizado en Purísima obviamente desgastó el motor del malacate, independientemente del ascenso y descenso de los jornaleros que entraban y salían durante tres turnos.
FRENOS DE EMERGENCIA
Asimismo, se reafirmó que los frenos de emergencia – “los perros”- no funcionaron y que los frenos normales en un caso como ese no tenían la suficiente potencia para detener la jaula. Se agregó que, si “los perros” hubieran funcionado debidamente, la calesa hubiera sido parada antes de llegar hasta el fondo del tiro.
Los informes anteriores fueron rendidos por los peritos mineros Domingo Prado y Agustín Mejía ante el subprocurador de Justicia del estado, Isaac Piña Pérez.
“Los perros” salvavidas
En 1920 se puso en práctica un invento de los ingenieros Simón Anduaga y Juan Luévano consistente en un aparato denominado salvavidas al que los mineros denominaron “perros”.
Era una combinación por medio de la cual, al desprenderse una jaula por rotura del cable del cual pende, o cualquiera otra circunstancia, unos ganchos salen y se clavan en las guías de madera por donde corre la jaula impidiendo que esta se vaya de volada.
El sábado 2 de octubre de 1920 se inauguró ese aparato en el tiro de la mina del Trompillo, de la negociación de San Rafael y Anexas, según narró en su libro Anales, el profesor Teodomiro Manzano, cuyos ensayos dieron magníficos resultados, que consistieron en lo siguiente:
“Del nivel 265 de la mina del Trompillo se subió la jaula al nivel 240 y allí se dejó en libertad la calesa y, funcionando el aparato salvavidas, como por encanto se detuvo la pesada jaula.
“En la segunda prueba, el ingeniero Anduaga y una señorita, su hermana, ocuparon la jaula, con gran admiración de quienes habían concurrido a presenciar las pruebas. La jaula subía a la velocidad de “subida de gente” -como se dice en términos mineros- cuatro metros por segundo. A los 210 metros se dejó la jaula en libertad… y el aparato funcionó con gran propiedad, protegiéndose los hermanos Anduaga que expusieron su vida para salvar en adelante a los pobres trabajadores…