(W) Ecos Sindicales: Operación Panal
PACHUCA, Hgo., 8 de septiembre de 2016.- Nicolás Flores, gobernador constitucional del estado de Hidalgo, surgido de la Revolución Mexicana de la cual emanó la Constitución que nos rige, y 20 mandatarios más que le han sucedido desde 1921, han prometido de todo y cumplido muy poco de lo mucho que dijeron y no pudieron hacer.
(No menciono a Juan C. Doria, primer gobernador –quien trabajó con gran pasión durante casi cinco meses– ni a los sucedáneos designados por la dictadura porfirista hasta 1910).
Desde 1917, con la elección del general Nicolás Flores– favorito de Venustiano Carranza– cada uno de los 20 gobernadores que administraron al estado, al terminar su encargo y rendir su postrero informe, han expresado: “cumplimos con nuestra tarea, pero aún queda mucho por hacer”.
Y ese “mucho por hacer” cumplirá cien años en 2017, año en que festejaremos el primer siglo de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
Esos cien años de promesas, en nombre de “los gobiernos revolucionarios”, pero eludidas por la mayoría de los 21 gobernadores que han protestado cumplir y hacer cumplir las leyes, incluye la continua frustración de cinco generaciones de hidalguenses.
Cada uno de los gobernantes en turno aseveró acabar con la delincuencia y la pobreza; construir escuelas y hospitales; llevar caminos y electricidad; crear empleos y acabar con el analfabetismo.
Hace cien año morían como moscas los indígenas de la Huasteca afectados por el cólera porque bebían aguas infectadas. Dichas condiciones no han cambiado: no hay agua entubada y continúan las epidemias cíclicas.
En la lista de mandatarios, de Nicolás Flores a la fecha, figuran Amado Azuara, Matías Rodríguez, Bartolomé Vagas Lugo, Ernesto Viveros, Javier Rojo Gómez, José Lugo Guerrero, Vicente Aguirre, Quintín Rueda Villagrán, Alfonso Corona del Rosal.
Carlos Ramírez Guerrero, Manuel Sánchez Vite, Otoniel Miranda Andrade (que sólo gobernó 29 días), el provisional Raúl Lozano Ramírez; Jorge Rojo Lugo, Guillermo Rossell, Adolfo Lugo Verduzco, Jesús Murillo Karam, Manuel Angel Núñez Soto, Miguel Angel Osorio y Francisco Olvera.
Omar Fayad Meneses, gobernador número 22, de 1917 para acá, ha prometido acabar con la “santa corrupción”, venerada patrona de los políticos mexicanos.
Algunos de los nombrados han pasado a la historia como distinguidos o mediocres. Hasta la fecha, ningún político se ha atrevido a escribir desaciertos, sólo alabanzas, por ejemplo, hacia Javier Rojo Gómez, “el único mexicano que ha gobernado en tres entidades: Hidalgo, Ciudad de México y el territorio de Quintana Roo”.
En los días que vivimos, aparejados con el gobernador de Hidalgo, los 84 presidentes municipales—casi la mitad mujeres—y los 30 diputados locales, afirmaron defender, respetar y hacer respetar nuestras leyes.
Cabalmente, en la toma de posesión de cada funcionario de mayor o menor jerarquía debería existir, románticamente, además del real compromiso con la sociedad, un desafío para ver quién es el mejor de todos, en sus quehaceres, cuando terminen sus encomiendas.
¿Omar Fayad podría ser calificado el mejor gobernador en cien años?
¿Quién será la mejor o el mejor presidente de los 84 municipios de Hidalgo?
¿Quién de los 30 diputados sobresaldrá en la 63 Legislatura?
Sin embargo, “caras nuevas vemos, esfuerzos ya veremos”.
Por otra parte, pesa mucho la desconfianza popular sobre el hecho de que los caudales personales en el oficio político aumentan de un día para otro, tal como lo han archí-visto cinco generaciones de hidalguenses. La santa corrupción tiene una aliada sagrada, la santa impunidad.
Empero, en cada generación, cuando se inician nuevas administraciones gubernamentales, brilla y renace la esperanza, esa esperanza que muere al último.