
Ráfagas: Tello, ¿luz verde o por cuenta propia?
PACHUCA, Hgo., 28 de julio de 2025.- En el mundo del arte, la idea del prestigio académico es contradictoria en muchos sentidos. El arte trasciende cualquier estructura rígida; se encuentra en los procesos, en las comunidades, los barrios y en el acto íntimo o colectivo de crear. Limitar la creatividad a lo académico reprime la diversidad de voces y miradas.
El arte no se enseña únicamente desde un salón, un maestro o un programa curricular. Se aprende directamente al hacerlo, al sufrirlo, al plasmar el entorno o vivir los procesos comunitarios con una cosmovisión propia. Crear también es resistir: resistir la uniformidad, resistir el sistema que reduce el valor artístico a títulos, diplomas o exposiciones en instituciones de prestigio. Recordemos que diversos movimientos artísticos nacieron desde el cuestionamiento a la rigidez académica abriendo caminos alternativos para imaginar lo posible.
Esto no significa despreciar lo académico. La formación académica sigue siendo vital para dotar de herramientas, conocimiento y técnicas que permiten a los artistas expandir sus capacidades. Pero las instituciones culturales y educativas tienen una responsabilidad mayor: generar un equilibrio entre fortalecer lo académico y reconocer las formas de aprendizaje no escolarizadas, las experiencias locales y los procesos creativos propios que surgen de la realidad social.
Todos los caminos son válidos y, de hecho, se complementan. Sin embargo, mientras sigamos creyendo en el mito de que el prestigio académico es el único aval del talento, estaremos cerrando las puertas a una riqueza creativa que no responde a diplomas, sino a vivencia.
Las instituciones que entienden esto pueden convertirse en verdaderos motores culturales: espacios donde se combina el rigor académico con la frescura de lo auténtico, donde se valora al artista que estudió en una academia y también al creador que aprendió de su comunidad, de su familia o de su territorio. Generar diálogos y espacios para fortalecer ambos aspectos es imprescindible para valorar y fortalecer la diversidad de las expresiones culturales, de lenguajes y de caminos para crear.
Porque el arte, en su esencia más pura, no necesita legitimarse con títulos; se valida por su capacidad de transformar, emocionar y resistir. Al artista se le valora por sus obras no por sus estudios.