
Ráfagas: Zempoala, chispazos de corrupción
PACHUCA, Hgo., 1 de septiembre de 2025.- En 2017 tuve la oportunidad de acudir a Epicentro, un Festival de Innovación en el que participé durante las ponencias sobre innovación en el sector público.
Una de las preguntas comunes se vinculaba a cómo se medía el impacto de los proyectos. Se habló desde matrices de indicadores de resultados, evaluaciones ex ante y ex post, e incluso de la teoría del cambio.
Sin embargo, durante las ponencias se enfatizó que los números y las metodologías son fundamentales al momento de medir, pero que aunado a la ciencia también hay intuición.
Esta idea se desarrolló al hablar del ecosistema chileno de innovación. Alguien dijo: antes de preocuparnos por cómo medir que se hace innovación social, debemos ocuparnos de que sea un tema recurrente, que se escuche en los cafés, se vean proyectos vivos en los espacios públicos y se prototipen ideas en las universidades. Cuando esto forme parte del día a día es que existe un ecosistema. Más allá de las definiciones académicas y de los componentes teóricos, un ecosistema de innovación se vive, se reconoce y se palpa.
Bajo esa premisa, saber que existe un ecosistema implica identificar nodos de una red: actores activos que impulsan proyectos y generan acciones. Cuando se identifican estos elementos, teóricamente existe el ecosistema; sin embargo, la filosofía detrás de él nos dice que los actores se sienten parte del mismo, se reconocen entre sí y generan intercambios de valor.
El papel del gobierno es generar las condiciones para que esto suceda. Desde marcos normativos que incentiven la creatividad, hasta espacios públicos que fomenten la experimentación, su función no es sustituir a los actores, sino articularlos, tejiendo vínculos entre academia, iniciativa privada y sociedad civil.
Un gobierno que impulsa ecosistemas de innovación actúa como catalizador: abre convocatorias, ofrece estímulos fiscales, propicia la inversión en talento local y garantiza un entorno de confianza donde las ideas puedan transformarse en proyectos sostenibles. La innovación no surge de decretos, pero sí se expande cuando las políticas públicas eliminan barreras, incentivan la colaboración y reconocen el valor de quienes arriesgan al crear.