Ráfagas: Voracidad panalista
Vicente Fernández se subió al avión en Guadalajara y se sentó junto a mi que venía de una ciudad del norte. Sin ningún protocolo me dijo que estaba muy cansado y que si podía dormir uno minutos en mi hombro. Nuca me habían preguntado eso, pero para alguien que ha puesto su hombro en distintas situaciones no fue nada raro y el cantante se durmió plenamente mientras el avión avanzaba. El suyo fue un sueño tranquilo acompasado al movimiento del avión y cuando despertó, me preguntó como me llamaba. Le di el apócope de mi nombre y a partir de ahí, salvo breves preguntas, me contó que iba a la Ciudad de México a cantar en un evento deportivo a petición de Televisa. Sin preguntarme quien era y a que me dedicaba, me contó que los de Televisa bien que ocupaban sus conciertos gratuitos, cuando acababan de darle a Julio Iglesias la Plaza de toros que él, Vicente, había anunciado para un concierto. La ingratitud para un cantante que les había cantado gratuitamente tantas veces, dijo. Para entonces ya éramos amigos, algo tomamos de lo que dan en los aviones y llevada por la confianza de minutos, le pregunté si me podía dedicar una canción. Dijo que si, pero que no en esta ocasión porque Televisa exigía canciones relacionadas con la tradición (algo así como Cielito lindo), sino en unos días más, cuando participaría en un programa en esa televisora. El avión llegó y ahí vamos Vicente y yo como si fuéramos antiguos cuates, caminando por el largo pasillo y en ese momento, lo que se depositaba en mi hombro era su brazo. Llegamos al final del pasillo, donde esperaban tres o cuatro empleados suyos, con enormes sombreros, capas y otros aditamentos. El se acercó a ellos, y al voltear, con una gran sonrisa me dio las gracias y elevó la mano derecha con un saludo mientras yo desaparecía rápidamente por el pasillo horizontal. Dos semanas después, en aquel programa que me había anunciado, sin decir dedicatoria cantó con su voz famosa: Si acaso vuelves. Escribí esto poco después en dos revistas y lo he repetido en otras ocasiones. Cosa normal para una periodista que ha entrevistado a centenares de personas, algunas de alto nivel. Las hemerotecas lo dirán si a alguien le interesa el detalle. Un hecho de como el periodista que escribe -a excepción del que parlotea diariamente-, transita en el anonimato por el mundo, junto a un ser en el que las candilejas relumbraban. El silencio de la letra, contra el sonido.
LO CONTROVERTIDO DE LOS PERSONAJES NO APABULLA AL PUEBLO
Vicente Fernández y Carmen Salinas, fallecidos con dos días de diferencia, aunque sus vidas estaban signadas desde semanas antes, eran famosos y queridos por amplios sectores, pero también eran controvertidos, A él se le acusaba de homófobo y misogista, a ella de una postura política de sometimiento al viejo poder del que había obtenido una diputación En el pasado ha habido muchos como ellos, Jorge Negrete era arbitrario y despedía de la Anda que dirigía a los que no estaban de acuerdo con él. Pedro Infante y Javier Solís, eran otros que le daban duro al machismo y dejaban hijos regados por doquier. Ni Juan Charrasqueado. Pero para un pueblo que en mucho puede tener las mismas características, eso no mermaba el afecto. Carmelita, por ejemplo, era una mujer que criticaba a lo bajo a mujeres a las que no quería y llegó a desprestigiar famas bien ganadas. Conmigo al conocerme igual que Fernández, tuvo un bello gesto que le he agradecido. Vicisitudes de los periodistas que andamos por todos lados, estuve yendo un tiempo para hacer entrevistas con personas cercanas a la obra Aventurera y en una ocasión, con la sala repleta de público cual sería mi sorpresa que Carmen Salinas se dirige a ese público y le dice que se encontraba ahí la periodista Teresa Gil. De entrada no le creí, pero al ver que el público que se ponía de pie y aplaudía, tuve que hacer lo mismo, inclinarme y enviar un saludo de gracias. El mundo del espectáculo con tantos rostros y tantas famas que a su vez tienen que ceder, como Fernández ante Televisa, tiene la imagen que uno quiere tomar. Todo es según el color del cristal con que se mira, decía en La vida es sueño (Alianza Editorial 2013), Calderón de la Barca.
¿Que es la vida? Un frenesí
¿Que es la vida? Una ilusión
una sombra, una ficción.
Y el mayor bien es pequeño,
que toda la vida es sueño
y los sueños, sueños son.
NADA ES VERDAD NI ES MENTIRA, EN LA VIDA DE LOS ÍDOLOS
Los que viven en el espectáculo, viven en la representación. Igual puede decirse del espectáculo de la política y lo acabamos de ver con ese cambio ficticio que proponen algunos partidos, a sus propias ideologías y fines. La apariencia frente a la realidad, mezcladas. Algo así planteaba el gran dramaturgo del siglo de las luces Pedro Calderón de la Barca, quien siguió la línea de Lope de Vega, a su muerte. Su obra cumbre La vida es sueño de 1635, representada miles de veces desde entonces, tuvo una configuración aquí en Los herederos de Segismundo ( principal personaje de Calderón) que dio un premio en 1980 al dramaturgo mexicano Guillermo Schmidhuber de la Mora. Es una obra la de Calderón que ha tenido muchas recreaciones, quizá porque como sus muchos críticos sostienen, aborda temas muy profundos que se han incorporado a la vida actual en la filosofía sobre todo, en el poder para criticar los absolutismos y en la psicología cuando se habla del libre albedrío. Autor que propugnó por la libertad del ser humano, recorre las posturas que tuvieron en cierta manera otros teóricos, filósofos y escritores, sobre esa libertad que propugna la vida como un sueño que debe vislumbrarse a partir del bien para que sea realidad. Los aportes de este escritor español, son muchos y son tomados como puntos de partida del teatro barroco que se estiló durante el renacimiento. Aquí, otro ejemplo.
Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
que solo se sustentaba,
de las hierbas que cogía
¿Habrá otro, así decía,
más pobre y triste que yo?,
y cuando el rostro volvió,
halló su respuesta viendo
que otro sabio iba cogiendo,
las hojas que él arrojó.
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