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INDICADOR POLÍTICO
Lo más extraño, pero previsible, de la crítica de sectores liberales y progresistas mexicanos hacia la decisión del presidente de México de no asistir a la IX Cumbre de las Américas por la exclusión de países a partir de una certificación estadounidense de regímenes internos se localiza en la defensa de esas corrientes nacionalistas nada menos que del lobby cubano de la ultraderecha legislativa de EU.
El otro dato que de manera incipiente ha aparecido en el escenario de las relaciones bilaterales fue la irrupción de México, por primera vez de manera directa, en el proceso de sucesión presidencial de Estados Unidos a partir del hecho de que los intereses mexicanos están en riesgo desde 2016 por la incorporación en la agenda bilateral realizada en aquel entonces por el candidato republicano Donald Trump.
Y finalmente el enfoque distorsionado de los antiguos sectores nacionalistas mexicanos no ha querido entender la lógica de reconstrucción imperial de Estados Unidos que hizo su aparición en la guerra de Ucrania estimulada por la Casa Blanca para definir nuevas líneas rojas de la guerra fría contemporánea. La política exterior del presidente Biden, en Europa, Asia y América, se localiza en la lógica neoconservadora del establishment de la derecha geopolítica que impuso la guerra de Bush en el Medio Oriente y ató las manos de los demócratas Clinton y Obama, partiendo del discurso de Biden en Múnich en febrero del año pasado anunciando el regreso de Estados Unidos al liderazgo mundial.
La IX Cumbre de las Américas se perfiló desde el principio como la agenda de imposición de intereses estadounidenses en la región recolocando a la Casa Blanca como el eje geopolítico de los países al sur del río Bravo. El principio rector de la política exterior de Biden se planteó en su estrategia de seguridad nacional de marzo de 2021 para regresar al modelo de la autoridad extraterritorial de Washington para certificar la subordinación de América Latina y el Caribe a los criterios estadounidenses en materia de democracia, corrupción, políticas contra las drogas, migración y comercio.
El presidente López Obrador desnudó la actual correlación de intereses políticos y geopolíticos de Estados Unidos. En su conferencia mañanera del lunes 6, se refirió al lobby cubano que ha tomado el control de la política exterior estadounidense a través del senador demócrata de origen cubano Bob Menéndez, quien ya amenazó con destruir la OEA si comete el error de recibir en su seno otra vez a Cuba.
Los otros dos senadores del lobby cubano que han cercado al presidente Biden son Marco Rubio y Ted Cruz, los dos enfilados hacia la lucha por la candidatura presidencial republicana de 2024 que le disputan al expresidente Trump.
La cuña del presidente López Obrador en la política exterior de Estados Unidos al salir en defensa de Cuba por su exclusión en la IX cumbre de las Américas le rompió el escenario sucesorio al presidente Biden porque lo obligó a regresar a las sanciones contra La Habana, pero en momentos en que al interior de su equipo intentaban aflojar las restricciones del bloqueo.
Los sectores intelectuales y analíticos mexicanos de manera sorpresiva –o quizá no tanto– han criticado al presidente mexicano por su ausencia en la IX Cumbre por razones cubanas y ahora resulta que el viejo nacionalismo intelectual está ensalzando las amenazas retóricas de la Casa Blanca. El lobby cubano legislativo en Estados Unidos ha iniciado presiones en tres áreas de las relaciones con México: la subordinación ciega a los contratos de empresas estadounidenses, la denuncia de que el Gobierno mexicano protege a cárteles del crimen organizado y la exigencia de que México regrese a su condición de patio trasero en materia migratoria convirtiendo a la Guardia Nacional mexicana en una sucursal de la border patrol estadounidense.
La estrategia de López Obrador logró su objetivo: introducir el conflicto en el entorno legislativo de Biden y enfrentarlo al lobby cubano que quiere hacerse de la Presidencia en 2024 cuando ya el propio presidente Biden anunció que se presentará a la reelección, además de presentar a un presidente estadounidense sin fuerza política y atrapado en los intereses de poder de grupos conservadores.
La crisis en torno a la IX Cumbre fue más significativa al interior del establishment estadounidense que en las relaciones bilaterales.
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