No alcanza
INDICADOR POLÍTICO
La pasarela de ocho corcholatas del PRI –todas ellas de segundo nivel– demostró que el partido está fracturado y no dividido, que su programa de gobierno busca la restauración del neoliberalismo delamadridista-salinista-zedillista que ha sido desprestigiado –aunque no cambiado— por el discurso posneoliberal-populista del presidente López Obrador y que su sobrevivencia depende –a decir de los priístas– de participar en el furgón de cola del nuevo bloque político conservador PAN-Coparmex-Claudio X. González.
Sin invocar a los padres fundadores del proyecto neoliberal porque han sido maldecidos primero por los propios priistas, Claudia Ruiz Massieu Salinas de Gortari y Enrique de la Madrid Cordero dejaron muy en claro que el PRI no regresará al poder, al menos no con ellos.
No fue gratuita la presencia de estas dos personalidades que reflejan más sus contenidos familiares que alguna propuesta novedosa propia para sacar al país del hoyo de la crisis. Mientras Claudia y Enrique hablaban medio en clave del pasado familiar y de los proyectos, los asistentes tuvieron elementos suficientes para reconstruir que el PRI revolucionario terminó su ciclo histórico en 1992 cuando, de la mano de Luis Donaldo Colosio, el presidente Carlos Salinas de Gortari decretó el fin histórico del PRI como el partido del proyecto histórico de la Revolución y dio nacimiento al PRI del liberalismo social, un concepto que no ocultó su perfil ideológico básico: el capitalismo de mercado, con decrecientes programas sociales que no buscarían la justicia social para todos, sino apenas algunas partidas presupuestales solo para atender las necesidades más extremas de los mexicanos empobrecidos, más de la mitad de la población nacional.
Ni Claudia ni Enrique mostraron alguna idea propia y De la Madrid junior solo exaltó el proyecto ideológico de su padre, quien en 1980 marcó, en el Plan Global de Desarrollo 1980-1982, el giro histórico del país del nacionalismo revolucionario hacia el neoliberalismo de mercado con Estado subordinado a los intereses empresariales, ese gobierno delamadridista que fue aplastado por la peor crisis económica de la historia y que acumuló un crecimiento económico anual promedio sexenal de 0%.
La línea histórica de ese PRI la continuó su sucesor Carlos Salinas de Gortari con la profundización de la neoliberalización del proyecto nacional dentro del marco del Tratado de Comercio Libre que implicó la subordinación de la economía mexicana a las necesidades del mercado estadounidense, incluyendo la liquidación del Estado social, la privatización de las empresas públicas propiedad de la nación y la definición de un estado autónomo de los compromisos con las mayorías no propietarias.
Este México neoliberal duró en estado puro hasta diciembre de 2018 y fue sustituido por un neoliberalismo vergonzante –es decir, que no se atrevía a decir su nombre– que apareció en medio de un lenguaje social sin contenido y bajo la bandera del posneoliberalismo lopezobradorista, en tanto que no se quiso llamar desarrollo social o desarrollo populista, pero que en los hechos ha sido un neoliberalismo basado en la empresa privada, el Estado gendarme y políticas públicas basada solo en el regalo de dinero a los sectores marginados, sin que se haya podido definir un nuevo modelo de desarrollo.
En este contexto, las estrellas de los diálogos por México fueron la exnacionalista revolucionaria Beatriz Paredes Rangel, hoy con huipiles de control de calidad de empresas extranjeras y que ya perdieron su sentido nacionalista e histórico, con el viejo lenguaje demagógico de que el PRI fue México y México fue el PRI y que habrá que regresar a ese modelo de populismo ya rancio, ineficaz, corruptor y disfuncional que ha sido sustituido por un populismo más dinámico y con menos carga sentimental.
Los que los corcholatazos de lunes y martes no pudieron ocultar fue que el PRI es un archipiélago de ínsulas de intereses mezquinos peleándose entre sí por los despojos del partido: los delamadridistas-salinistas, los salinistas, los peñistas, los beltronistas, los momificados del nacionalismo revolucionario, los damnificados del viejo corporativismo al servicio de… quién sea, los madracistas, los zedillistas y –¡por qué no!— los priistas-lopezobradoristas que creen en la existencia de una línea histórica de continuidad, al fin y al cabo que el ADN nunca se pierde.
El PRI neoliberal que fue humillado por López Obrador y que ahora aparece asociado al lopezobradorismo militar, pero ese PRI quiere regresar al poder, con evidencias de que no existen condiciones que lo hacen parecer más al PARM que al viejo PRI.
Las opiniones y conclusiones expresadas en el artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición de Quadratín.