
Ráfagas: Cardonal, alcaldesa ausente
PACHUCA, Hgo., 25 de agosto de 2025.- Vivimos en tiempos en los que la palabra diversidad ocupa titulares y discursos oficiales. Se habla de diversidad cultural, de pluralidad de ideas, de inclusión política. Sin embargo, en lugar de convertirse en un motivo de orgullo y fortaleza social, esa pluralidad se transforma cada día en un campo de batalla. La riqueza de perspectivas que debería alimentar el debate democrático se convierte en motivo de confrontación, en trincheras digitales desde las cuales se dispara con ironías, insultos y verdades a medias.
Antes, en la mesa del café, hablar de política o religión era casi un tabú. Hoy, las redes sociales han convertido esas conversaciones privadas en espectáculos públicos. Facebook, X o TikTok funcionan como un ring abierto, donde cada ciudadano puede expresarse y, al mismo tiempo, enfrentarse con otros, sin reglas claras y bajo la mirada de millones. Lo que antes se discutía en voz baja, ahora se grita con mayúsculas y hashtags.
El debate político en redes se ha reducido muchas veces a descalificaciones personales a quienes piensan distinto. La conversación se desplaza de lo importante que requieren saber los ciudadanos que son: las políticas públicas, la rendición de cuentas, la evaluación de resultado a lo trivial y polarizante. El foco ya no está en explicar cómo mejorar la educación o el sistema de salud o la infraestructura de los bachilleratos, las becas para estudios de posgrado, sino en ver, quién gana la pelea en el timeline.
Ese espectáculo genera clics, likes y tendencias, pero no resuelve los problemas de fondo. Este estilo de comunicación digital ha sembrado un clima de pasivo-agresividad en la sociedad. El ciudadano común, que debería estar al centro de las decisiones, se ve arrastrado a debates estériles. Participa con sarcasmo, replica mensajes que muchas veces no ha verificado y se enfrasca en discusiones interminables que poco o nada aportan a la construcción de consensos.
El resultado es un tejido social desgastado, donde la desconfianza crece y la posibilidad de encontrar puntos de coincidencia se diluye. La polarización en redes no solo enfrenta a políticos, sino que fractura amistades, familias y comunidades enteras. Lo que era un espacio de libre expresión se convierte en una arena de agresiones constantes, donde la empatía queda marginada.
La pregunta es obligada: ¿cómo recuperar la comunicación política en medio de esta tormenta digital? La respuesta no está en callar voces, sino en aprender a comunicar de manera clara, transparente y pedagógica. Los gobiernos, en todos sus niveles, deben entender que no basta con presumir cifras o inaugurar obras. La ciudadanía exige explicaciones: ¿cómo me beneficia esa política? ¿De qué manera impacta en mi vida cotidiana?
La diversidad de pensamientos en México no es un obstáculo, es una fortaleza. Pero para que lo sea, debemos impedir que la conversación pública se reduzca al espectáculo de la descalificación. El reto no es silenciar el debate, sino darle un cauce productivo: que la crítica se convierta en propuesta, que las diferencias sirvan para enriquecer y no para dividir.
Todos, al final, aspiramos a lo mismo: una educación de calidad, un sistema de salud digno, empleos que permitan una vida estable y un gobierno que rinda cuentas con transparencia. El debate social debe girar en torno a nuestros derechos universales.
Las redes sociales son un espejo de la sociedad: ahí se refleja lo mejor y lo peor de nuestra convivencia. El reto de la comunicación política en el siglo XXI es lograr que ese espejo, no solo nos devuelva una imagen polarizada, sino que también, se convierta en una ventana, para construir empatía, confianza y soluciones reales. Porque, al final, lo que los ciudadanos pedimos, no son insultos ni trending topics, sino respuestas claras y acciones concretas.
Las de chile seco
Las redes amplifican cada palabra; de nosotros depende si ese altavoz se usa para dividir o para sumar.