
¿Por qué aumentan los escándalos de dispendio?
PACHUCA, Hgo., 1 de septiembre de 2025.- Octavio Paz habló alguna vez de la herida del conquistado: una herida que no sangra en los cuerpos, pero que persiste en la memoria y en la manera en que nos miramos a nosotros mismos. Esa herida no pertenece al pasado, sino al presente. Se cuela en las sociedades, en nuestras comunidades y en las conversaciones cotidianas. Nos dice, una y otra vez, que lo propio vale menos, que lo externo es lo valioso, que el poder y el prestigio siempre vienen de fuera. Es la marca silenciosa de una conquista que nunca terminó y que hoy se reproduce en nuestros espacios sociales. Hablar del síndrome del conquistado es, en el fondo, reconocer que seguimos viviendo bajo la sombra de esa herida.
Si lo traducimos al espacio educativo, éste lo observamos en un currículo centralista como una de las principales manifestaciones. Las efemérides escolares, los libros de texto y los programas oficiales privilegian a héroes nacionales, o incluso a figuras globales, mientras relegan a los líderes comunitarios, músicos, poetas, artesanos o luchadores sociales locales. Los estudiantes crecen admirando lo lejano y desconociendo los referentes de su propia tierra.
A ello se suma la desvalorización cultural. En numerosas escuelas, entre la misma comunidad escolar, aún se ridiculiza o invisibiliza el uso de lenguas originarias. Hablarlas se asocia con atraso o vergüenza, lo que va sembrando en las nuevas generaciones la idea de que lo propio vale menos. Este estigma lingüístico asociado al impacto de las redes sociales, no solo empobrece la diversidad cultural, sino que erosiona la autoestima de las comunidades.
Superar el síndrome del conquistado no significa encerrarse en una burbuja tradicionalista. Si solo se exaltara lo local, se correría el riesgo de caer en un aislamiento cultural, incapaz de dialogar con la modernidad y con la globalización. El reto consiste en alcanzar un equilibrio: mirar hacia el mundo sin complejos, apropiarse de conocimientos y tecnologías, pero desde una base de identidad sólida.
Para que las escuelas de nuestro país dejen de ser reproductoras del síndrome del conquistado y se conviertan en motores de progreso identitario y global, es necesario impulsar lo que se ha venido construyendo en diferentes etapas, como la revalorización de la historia y cultura local. Proponer la incorporación de efemérides locales de personajes importantes de la localidad en los actos cívicos, reconocer a músicos, escritores, danzantes, lauderos y médicos tradicionales como referentes de éxito, y fomentar en todo momento el aprendizaje de las lenguas originarias junto con el español. Así, lo propio dejaría de ser un motivo de vergüenza para convertirse en fuente de orgullo.
Mantener una apertura crítica del mundo global y promover proyectos escolares que conecten a los alumnos con la ciencia, la tecnología y los debates globales, pero desde una postura crítica. El internet no debería ser una ventana de imitación, sino de comparación y diálogo. Los estudiantes deben entender que su identidad local no los limita, sino que les permite contribuir al mundo con una voz auténtica y algo que me parece muy relevante y que de niña aprendí, educar para poder comunicarnos entre pares, entre iguales. Es urgente enseñar que la relación con políticos, académicos o visitantes extranjeros debe basarse en la igualdad y la reciprocidad. Sustituir la lógica de “ensalzar al poderoso” por prácticas de diálogo y exigencia ciudadana. Pasar del “yo te honro y tú me dominas” al “te reconozco y me reconoces”.
Romper con esta lógica no implica apostar por un nacionalismo cerrado ni por un regionalismo excluyente. Se trata de resignificar la educación para tejer un puente en el que la identidad local sea la base que permita a las nuevas generaciones entrar al mundo global con dignidad, autenticidad y orgullo.
Las de chile seco
Aceptar el síndrome del conquistado en las aulas, es simplemente, perpetuar la derrota.