
DiseñArte: Señalización, orden y salud mental
PACHUCA, Hgo., 14 de julio de 2025.- Al preguntarse: ¿Qué legado dejaré? no es una cuestión de nostalgia, sino una urgencia ética. En un mundo marcado por la aceleración tecnológica y la fragmentación del conocimiento, ¿qué puede ofrecer la Generación X —y con ella, los primeros millennials— a las generaciones que crecen en la inmediatez? El desafío no es menor: enseñar a quienes tienen acceso ilimitado a la información, pero enfrentan una escasez abismal de orientación, profundidad y sentido.
Quienes son llamados generación X, han sido testigos del paso del mundo analógico al digital: del cassete al streaming, de la carta al correo electrónico, del periódico en papel al digital, del teléfono en casa, al móvil.
De las transformaciones en la forma de trabajar: de estructuras jerárquicas a modelos híbridos, con más tecnología y menos contacto físico. Cambios en las formas de socializar y educarse: antes la información era escasa y había que buscarla; hoy está al alcance de un clic.
Ellos crecieron valorando el esfuerzo por obtener el conocimiento, y vivieron la transición de paradigmas: del esfuerzo físico al cognitivo, de lo local a lo global, del papel a la nube. Fueron formados en una cultura del conocimiento, basada en la escasez; buscar información requería tiempo, esfuerzo, mediadores. La biblioteca era un templo, no había ruidos, solo concentración y la espera, parte del proceso. En ese mundo, aprender significaba construir paciencia, desarrollar estructuras mentales complejas y sostener la frustración. Hoy, ese modelo parece obsoleto. Las generaciones Z y Beta habitan una realidad de sobreabundancia informativa: todo está disponible, todo es inmediato, todo es líquido. Pero esa abundancia no garantiza comprensión. En palabras de Zygmunt Bauman, vivimos tiempos en los que lo sólido se desvanece: el saber estructurado es sustituido por fragmentos, datos sueltos, estímulos constantes.
La transformación es más que tecnológica: es cognitiva. Como advirtió Marc Prensky, los nativos digitales no solo operan dispositivos, sino que procesan el mundo de manera distinta. Su atención es fragmentada, su lenguaje es visual, su tiempo es el presente continuo. Para quienes fueron formados en otros marcos, esto puede parecer un déficit. Pero no lo es: es simplemente otra forma de estar en el mundo. Y ahí radica el verdadero reto pedagógico para la Generación X: no imponer su modelo, sino aprender a traducirse.
Ese aprendizaje implica una inversión ética y emocional. Ya no basta con transmitir contenidos; hay que cultivar habilidades que permitan navegar la complejidad: pensamiento crítico, discernimiento ético, alfabetización digital, creatividad colaborativa. Y, sobre todo, aprender a enseñar sin la verticalidad de antaño. No se trata de erigirse en guardianes del saber, sino en mentores capaces de acompañar sin imponer. Como sugiere Ronald Heifetz con su noción de liderazgo adaptativo, el rol del adulto no es dar respuestas definitivas, sino generar espacios seguros para que las nuevas generaciones formulen sus propias preguntas.
Es necesario romper con la narrativa de la deuda intergeneracional. La frase “yo te doy lo que no tuve” puede ser un acto de amor, pero también encierra una expectativa de restitución monetaria. Las generaciones jóvenes no exigen lo que faltó, sino lo que aún no hemos sabido ofrecer: acompañamiento significativo, curiosidad compartida, no eliminar los obstáculos, presencia sin juicio. Como lo señaló Paulo Freire, enseñar no es transferir contenidos, sino posibilitar que el otro descubra, imagine, construya, madure. Hoy, eso se traduce en enseñar a discernir lo relevante, a resistir la lógica del clic, a habitar la incertidumbre con pensamiento.
Dejar un legado en este contexto, no es imponer certezas, sino modelar el modo en que nos hicimos las preguntas. No se trata de proteger el pasado, sino de habilitar futuros.
Las de chile seco
Z y Beta no se -rompen la cabeza- como nosotros, pero olvidamos que aprendimos a punta de escasez... no porque fuera virtuoso, sino porque no había opción.