
¿Quién habla con ella?
PACHUCA, Hgo., 21 de abril de 2025.- En medio de los embates del poder, las universidades han sido históricamente refugio y trinchera de pensamiento libre. La decisión del expresidente Donald Trump de retirar apoyos económicos a universidades como Harvard fue mucho más que una medida presupuestaria: fue un mensaje político. Un intento de doblegar la autonomía crítica de las instituciones de educación superior, bajo el pretexto de combatir supuestos excesos ideológicos o privilegios académicos.
Pero las universidades no son empresas ni oficinas del gobierno. Son espacios donde se gesta el pensamiento que incomoda, donde se cuestionan los dogmas y donde, con suerte, nace la transformación social. La verdadera fuerza de una universidad no está en su presupuesto, ni en el número de títulos que otorga, sino en su capacidad para vivir en la verdad, incluso cuando todo a su alrededor insiste en la mentira.
En una era marcada por la posverdad, la manipulación informativa y la polarización política, vivir en la verdad es un acto profundamente subversivo. No se trata solo de decir lo correcto, sino de atreverse a sostener principios éticos y epistemológicos cuando resulta inconveniente. Cuando el poder —cualquiera que sea su ideología— busca moldear la narrativa, las universidades deben ser el contrapeso, el espacio donde todavía se puede pensar con libertad.
La autonomía universitaria no puede ser negociable. No es una concesión del Estado, sino una garantía constitucional que protege la función crítica del saber. Por eso, cuando un gobierno intenta castigar financieramente a una universidad por su perfil ideológico o su pensamiento disidente, está atentando no solo contra una institución, sino contra la inteligencia colectiva de una nación.
La misión más alta de la universidad: sostener la dignidad del pensamiento, aún cuando todo el entorno sucumba a la propaganda o la indiferencia. Resistir desde la palabra, desde el argumento, desde la ciencia.
Los gobiernos pasan. Los regímenes cambian. Las ideologías se transforman. Pero las universidades permanecen. Algunas llevan más de quinientos años formando conciencias, incomodando al poder y alumbrando caminos. Mientras que los gobernantes terminan siendo apenas una nota al pie en los historias que se cuentan, las universidades —cuando son fieles a su esencia— se convierten en faros duraderos de la civilización.
En nuestro país, la autonomía de las universidades es un derecho conquistado con años de lucha, consagrado en el artículo 3o constitucional. Supone que estas instituciones pueden gobernarse a sí mismas, elegir a sus autoridades, definir sus programas
1.- Educativos y administrar sus recursos sin injerencias externas. Pero esa letra en la ley no siempre encuentra un reflejo sólido en la práctica. El debate sobre la autonomía universitaria parece estar siempre latente, como una batalla que nunca termina del todo, aunque rara vez estalla abiertamente.
Hoy más que nunca, defender la dignidad y la autonomía universitaria es defender la posibilidad de una sociedad libre. Es proteger el derecho a pensar, disentir, investigar y crear sin miedo. Y eso, aunque no lo parezca, es una forma profunda de esperanza.
Como en el caso estadounidense, no se trata solo de dinero. Se trata de control del pensamiento. Cuando un gobierno, sea cual sea su signo, pretende domesticar la voz de las universidades, está atentando contra la posibilidad misma de una sociedad democrática. Las universidades deben ser ese espacio incómodo, resistente, que no busca agradar al poder sino servir al país. Porque mientras los gobiernos duran cuatro, seis o 20 años, las universidades pueden perdurar siglos. Y el juicio de la historia no se mide en votos, sino en legado.
Hoy más que nunca, la autonomía universitaria que tenemos en México no es un gesto simbólico. Es un acto de ciudadanía crítica. Es asegurarnos que el país siga teniendo un espacio donde se pueda pensar libremente. Porque sin eso, no hay democracia, ni futuro.
La de chile seco
México cuenta con aproximadamente 1,078 universidades públicas. Más de tres millones de conciencias recorren sus pasillos, sabiendo que el conocimiento no es un refugio sino herramienta para cambiarlo todo.
De la autora:
Académica, experta en políticas educativas. Ha participado en la creación de instituciones como las Universidades Politécnicas y la Universidad Digital de Hidalgo. Su experiencia combina la educación, la ciencia, la comunicación y la gestión pública, destacando por su liderazgo en el sector educativo y legislativo.
Cuenta con doctorado en Educación Internacional por la Universidad Autónoma de Tamaulipas; Maestría en Comunicación Política y Pública por la Universidad Panamericana; Maestría en Tecnología Educativa por la Universidad Autónoma de Tamaulipas
Experiencia Destacada