
Ráfagas: Fernández Hasbun, prueba de fuego
Twitter: @OswaldoRamirezG
No sé qué fue peor este fin de semana; si la rinitis alérgica estacional o ir a ver la película “¡Qué Viva México!” Palabras más, palabras menos así escribí en mi perfil de Twitter el día de ayer, y es que la tan esperada cinta dejó más que halagos un extraño sinsabor con tufo tendencioso, propagandístico y lo que es peor, alejada de la sociedad reflejando esquemas sociales en extremo exagerados, así como una visión insultante de la cultura familiar mexicana. Por lo anterior, intentaré no hacer muchos spoilers, y me disculpo pues para ejemplificar algunos aspectos de la película será inevitable hacer algunas alusiones al respecto.
Empecemos por el principio, y no es redundancia. Luis Estrada ha venido proyectando desde 1999 una serie de filmes a manera de critica sexenal de cada gobierno en turno desde hace ya varios años; La Ley de Herodes (1999), Un mundo maravilloso (2006), El Infierno (2010), La Dictadura Perfecta (2014), y ahora su más reciente entrega ¡Que Viva México! (2023). La cual se estrenó simultáneamente en nuestro país y Estados Unidos el pasado jueves 23 de marzo, luego del aplazamiento de su estreno que en principio pretendía proyectarse a finales del año pasado por la plataforma de Netflix. Pero que al cabo del cabildeo del director y la compra de los derechos de ésta estará disponible en las salas de cine.
Pues bien, la que pretendía ser una severa crítica hacia el presente sexenio y la 4T dejó mucho que desear; muy larga (más de tres horas), reiterativa, abusa del flashback, recurre a elementos de sus cintas pasadas y no los logra aterrizar. Uno esperaría que después de la hora y cuarto de desarrollo venga el meollo del asunto, pero se prolonga agónicamente al punto que el espectador al paso de determinado tiempo implora por un final, cualquiera que sea este.
Las actuaciones son magistrales y como siempre imponen un reto para los implicados. No hay mucho que decir de un Damián Alcázar, Joaquín Cosío, Ana Martin y Angelina Peláez, quienes sin dudarlo muestran el carácter histrión para nada decepcionante. No puedo decir lo mismo de Ana de la Reguera y Alfonso Herrera, los cuales no se esfuerzan y tal como en la mayoría de sus trabajos son ellos de la vida diaria vestidos de sus personajes en turno.
¿Por qué digo que es la peor de las películas de Luis Estrada hasta ahora? Porque el hecho de que sea una sátira, como el mismo señala, no dicta que ofenda a su auditorio presentando una trama entre buscada con poco ingenio y que además sin querer herir susceptibilidades raya en lo grotesco. Tal pareciese que metió a todas sus películas anteriores en una licuadora e hiciera con ellas el peor de los batidos posibles, para después servirlo en un vaso fino de cristal cortado y con ello justificar su contenido “crítico”.
¿Por qué a mi ver ofende a su público? No solo porque abusa de ciertos quiebres en la trama sino porque presenta una sociedad mexicana inexistente. De acuerdo, no se trata de “huevos al gusto”, pero tampoco de generalizaciones sin sentido. Si bien es cierto existen muchos complejos y prejuicios culturales que aun proliferan en nuestro entorno social, presentar al mexicano como el transa, envidioso, mantenido, corrupto, lujurioso, flojo, voluble y manipulador, que desprecia la cultura del esfuerzo y que como se señala casi al final de la cinta “el fracaso tuyo es la felicidad de todos”, rebaja su argumento al nivel racista de cualquier yanqui o europeo supremacista prejuicioso respecto a la cultura latina y desde luego de México.
La visión chilanga de Luis Estrada acorta la imaginación, recurriendo a los mismos escenarios clichés no solo de sus películas anteriores, sino del típico estereotipo del país y visión chilangocentrista, como si “Fuera de la Ciudad de México todo fuese Cuautitlán”, en otras palabras, como si además de la urbe citadina el resto del territorio fuese desértico y desesperanzador. En lo particular esperaba un contexto diferente, quizás retratando al sureste mexicano. Pero tal parece que el director o no lo conoce, o crea que la península de Yucatán ya es gringa; los escenarios polvorientos, las fábricas y los complejos multifamiliares fueron su siempre, confiable y trillado recurso.
Pese a que la visión del filme cierra con un mal sabor proyanqui, el único momento de critica lo encontramos cuando entrelineas se presenta al chapulineo político como el escalafón que pervive en la cultura política de nuestro país, y que por triste que parezca no dista de la realidad con lo que acontece en los estados y localidades sobre todo aquellas que hoy se jactan de morenistas o tienen un gobierno afín. Gracioso y relativamente verídico un guiño casi al final de la cinta hacia las elecciones del 2024-2030 que aluden a la perpetuidad y reelección del dictador tropical, fuera de ello, no hay mucha crítica real al sistema actual.
Al final, no hay que perder de vista los rumores y afirmaciones que el propio director ha hecho afirmando que MORENA intentó boicotear y censurar la susodicha cinta y que pese a ello y su asociación con corporativos y “con gente indeseable (sic). ¡Qué Viva México! salió en este sexenio...” Señala Luis Estrada.
Pero el director fantasea un tanto respecto al boicot y abona mediáticamente a manera de sacar beneficio y golpear políticamente. Si bien es cierto que, a diferencia de sus películas anteriores, esta no contó con ningún apoyo o fideicomisos otorgado por parte del gobierno, eso no quiere decir que ello signifique que presidencia o la 4T estén en contra del proyecto, simplemente que no estuvo en sus prioridades, cosa cual que Luis Estrada, acostumbrado a mamar de las mieles del gobierno quizás entendió mal o bien, a su conveniencia. Después de todo los resultados saltan a la vista y su crítica fílmica a la Cuarta Transformación se quedó solo en eso; una crítica de cuarta, una mala película.
Las opiniones y conclusiones expresadas en el artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición de Quadratín.