Desafíos: 3 de diciembre, día de la persona migrante con discapacidad
Desde que tengo uso de razón, o sea hará un par de meses, según encuesta entre amigos cercanos, México me ha parecido siempre un país violento. Luego de sesudas consideraciones llegué a la conclusión de que no somos la única nación que podría considerarse bajo esa descripción. Basta echar una mirada de soslayo para darnos cuenta de que muchas naciones han optado por arrojar al tacho de la basura 10 mil años de proceso civilizatorio.
Cada una ha lidiado como ha podido con ese gen violento que nos caracteriza como especie y que algunos estudiosos han intentado explicar desde diferentes ángulos, bien desde el psicoanálisis, como Freud, o desde la sociología, donde abundan los estudios sobre la solución que distintas sociedades, en otros momentos, han dado a la violencia, y a los violentos.
No me propongo explicar sus enfoques; sólo quería mostrar que tampoco en esto somos originales. Y señalar que donde se ha tenido más éxito ha sido debido a dos elementos con los que pese a la larga historia de los últimos cien años en México, se ha fracasado: un Estado de Derecho fortalecido y no tolerar la impunidad que, como puede deducirlo cualquiera, van junto con pegado.
Nuestros déficits en estos campos son proverbiales. Así, cada día, el presidente (es un decir) prefiere siempre la negociación caso por caso que la aplicación de leyes claras y precisas. Me inclino a pensar que porque quiere atribuirse logros que corresponden al Estado de Derecho. Y no hablamos sólo de las mermadas y cada vez más escasas inversiones que dice querer, aunque haga hasta lo imposible por dinamitarlas, sino a cualquier asunto que precise de reglas claras, sea la extracción de petróleo o la aeronáutica, y eso que contamos con uno de los presidentes más ignorantes que hemos tenido, y hemos tenido muchos, sólo comparable con Santa Anna y Victoriano Huerta, aunque hay que reconocer que se esmera y tal vez algún día no muy lejano pueda superarlos. Por lo menos en pérdidas.
Pero volvamos a nuestro asunto. Hablábamos del Estado de Derecho (con mayúsculas, claro), y de la impunidad. Revisemos cualquier hito histórico nacional y veremos que el resultado será el mismo: no se castigó a los culpables, o lograron evadir la acción de la justicia mediante las más descocadas estratagemas. Y esta impunidad ha logrado que vivamos una especie de ficción de un país que se imagina en el discurso, que sigue siendo el del viejo PRI, que no acepta responsabilidades, y el de la realidad, donde el 97% de todos los crímenes quedan impunes, los criminales libres y el gobierno impoluto, es decir libre de toda culpa.
Cualquier criminal, del campo que se quiera, sabe que en la lotería nacional de la justicia tiene apenas el tres por ciento, en el mejor de los casos, de que pueda ser capturado y luego acusado, y que de ser así todavía cuenta con un 90% de resultar exonerado, sea por fallas al debido proceso, por deficiencias en la averiguación, por cohechos nunca desechados a jueces corruptibles o, porque, vaya usted a saber, se tienen influencias políticas, así que aquel mermado tres por ciento se reduce al dos, o el uno, de que pueda ser condenado. Y aun así, se tiene la seguridad de que la condena nunca se cumplirá cabalmente, y si purga una pena de 30 años por asesinato, seguro saldrá en dos, tres años, si cuenta con buenos abogados o influencias.
Así, México es el paraíso de la impunidad. Nada parece haber cambiado en la 4T donde, si acaso, sólo se culpa al pasado. Por las dudas.
Las opiniones y conclusiones expresadas en el artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición de Quadratín.