Radar Político: Parra, se adorna…
PACHUCA, Hgo., 17 de enero de 2017.- El 16 de enero de 1869, el presidente Benito Juárez emite un decreto aprobado por el Congreso de la Unión que erige el Estado de Hidalgo, así un gran territorio del Estado de México se convierte instantáneamente en una nueva entidad, se trata del territorio que el 7 de junio de 1862, ante la invasión francesa, fue configurado como el Segundo Distrito Militar del Estado de México. Es motivo de celebración si podemos afirmar los ciudadanos nuestro orgullo por ser de Hidalgo, algo nada difícil si cada vez más valoramos la singularidad de ser de estas tierras o los que están fuera de Hidalgo añoran los valores de su tierra natal. Sigo entonces en esta labor de hablar de Hidalgo, nuestra patria chica, de su historia y sus valores culturales, como fue en la anterior entrega.
Llegan los conquistadores a Anáhuac encabezados por Hernán Cortés, las tierras hoy hidalguenses, sagradas aún para los pueblos de Mesoamérica, estaban próximas a Tenochtitlan, Hernán Cortés pasó por el Altiplano huyendo después del episodio conocido como la noche triste, luego de la batalla que libra en Otumba donde muchos otomíes mueren en un incompatible combate, las guerras prehispánicas se ganaban cuando el jefe militar era derrotado, cuando el jefe otompa fue asesinado los españoles lograron la rendición incondicional a pesar de la superioridad del enemigo.
Las crónicas nos hablan de que Cortés logró un trato con los tepeapolcas, era natural que se llegara a un pacto antes de derramar más sangre pues los españoles estaban cansados, los conquistadores pasan por Apan y llegan a Tlaxcala para tener la tan afamada alianza que le permite a los hispanos retornar al valle para derrotar a Tenochtlitan. La porción sureste de lo que hoy es Hidalgo, parte del reino de Acolhuacán con cabecera en Texcoco deja de ser domino de Tenochtitlan, en reconocimiento al apoyo, los españoles respetan la vida de los pobladores, redimen y restituyen sus derechos a los pueblos otomíes otrora sometidos por los tenochcas.
Este panorama da a entender por qué en el altiplano comienza de inmediato la siguiente conquista, la espiritual, la evangelización, la cual se da con poca resistencia pues los pobladores consideraban que los barbados los habían salvado de la esclavitud mexica. Así desde Texcoco llegan los primeros frailes franciscanos, el primer convento en construirse es el de Tepeapulco, el cual toma como cimiento un antiguo templo dedicado a Huitzilopochtli. En zonas más agrestes del territorio la resistencia fue dura, eso sucedió en la Huasteca, y al derrotar a los señoríos otomíes de Metztitlán y Tutotepec.
Hay que comprender que a pesar de todo (la guerra y la casi extinción de una cultura milenaria), este es el momento en que surge una identidad propia que posteriormente constituirá el México que conocemos, hoy podemos reconocernos como americanos y herederos de Europa con todas sus vertientes. Llegan a estas tierras personajes como Fray Andrés de Olmos y Fray Bernardino de Sahagún, notables hombres del renacimiento que traían intenciones de cristianizar, pero también de comprender la vida de estas poblaciones en un momento anterior a su llegada, gracias a sus estudios, en los cuales entrevistaron a los sabios ancianos, hoy se conoce la palabra ancestral de los pueblos de Anáhuac y la obra de Fray Bernardino es un documento elocuente de todos los aspectos en el cual da cuenta de qué comían, cómo se curaban, en qué creían, entre otros aspectos que hoy son valores, algunos históricos y otros perenes de la mexicanidad.
Aunque es de lamentar los daños de la conquista militar y espiritual con el acabose de una gran civilización y otros tantos grupos humanos con sus elocuentes valores, la historia nos enseña que hay ciclos y cambios, que a veces los estados-nación se acaban; este cambio fue radical pero también trajo novedades como el pensamiento renacentista, si bien las armas de los conquistadores y las enfermedades mermaron a la población indígena, llegan también hombres que traían las ideas más avanzadas del nuevo mundo que se sumarían a las ideas humanas que ya en estas tierras se tenían (es erróneo creer que Mesoamérica fue de incivilización y barbarie), un ejemplo es Fray Francisco de Tembleque, quien emprende la dura tarea de traer agua para la población creyente, uniendo a Otumba y Zempola con una magna obra de ingeniería basada en los cánones romanos y la filosofía renacentista del bienestar común, ejemplo que también toma de otros franciscanos en Tepeapulco que ya habían construido un acueducto.
Luego de los frailes franciscanos no tardan en aparecer los sacerdotes agustinos, quienes se dispersan por el territorio y comienzan una incesante labor del resto del siglo de construir conventos y misiones. Fray Alonso de Borja, un agustino que comienza la labor de evangelizar en Atotonilco el Grande, puso un ejemplo de empatía al aprender a hablar el otomí para poder predicar entre una enorme población que hablaba dicha lengua.
Es un siglo de grandes construcciones religiosas, al haber amplias poblaciones era necesario construir un convento, por eso tenemos tantos: Ixmiquilpan, Tula, Alfajayucan, Zempoala, Epazoyucan, Actopan, Huichapan, Acatlán, Huejutla… más de treinta monasterios de las dos órdenes hoy testifican esa labor de transformar las creencias de una enorme población indígena, la cual también fue útil para construir en un tiempo breve los conventos y en su momento se resiste pacíficamente a dejar de lado sus creencias, con ello son capaces de dejar guiños de su culto a sus dioses en medio de templos de factura cristiana, gracias a ese afán en Ixmiquilpan está la más grande joya de arte colonial de todo Hidalgo: la pintura mural de paredes y bóveda del convento en donde aparecen escenas guerreras y de deidades prehispánicas trazadas por manos otomíes, que quizá más que un decorado sacro, el enorme mural es un códice que algo nos dice sobre el pasado espiritual.
Por otro lado comienzan las encomiendas, los europeos que llegan a América quieren riquezas, algunos las saquean pero no hay una justa repartición, el propio Cortés las acumula, otros las explotan con el trabajo propio, pero también con el de los indígenas y esclavos. En cada población indiana que subsiste se crean encomiendas, algunas son agrícolas o ganaderas, a mediados del siglo XVI comienza la incesante actividad de la minería cuando en la labor de pastoreo en la zona de Pachuca, o quizá del bosque de El Chico o Real del Monte, se encuentra por accidente la presencia de la plata, un muy ambicionado metal en Europa.
Para que exista la productividad se requiere estudio, conocimientos y mano de obra, todo se conjuga en este territorio de la Nueva España, la historia retrata a un minero que llegó de Sevilla llamado Bartolomé de Medina, un trasnochado alquimista que considera que hay un método para poder separar la plata de otros minerales extraídos de la mina, su experimento se logra y con ello obtiene el segundo invento más utilizado del siglo XVI y XVII en el mundo (el primero es la imprenta), así el sistema llamado de beneficio de patio hace eficiente la labor minera, aunque es también piedra de sacrificio de vidas humanas por la toxicidad del método. Así el Real de Minas de Pachuca y el Real del Monte son distritos mineros que comienzan a dar las más grandes riquezas del mundo, no sólo por la abundancia, también por la calidad de su plata, surge también la clase trabajadora de los obreros de mina que también forjan la historia de Hidalgo.
En las llanuras empieza la necesidad de cultivar alimentos para la población de los centros industriales mineros del distrito de Pachuca y del centro textil de Tulancingo, surgen las haciendas en donde además se crían animales para alimento y para el trabajo, con ello surge un modo de vida auténticamente novohispano-mexicano, comienza la charrería, la cual no es española o indígena, es criolla, también es notable cómo por un lado la administración del trabajo y los espacios correspondían al modo europeo, pero el trabajo mismo, sobretodo el de sembrar y cosechar, correspondía a los conocimientos prehispánicos y a sus creencias.
Destaca el inicio de otra industria importante que junto con la minería sería la fortaleza de lo que hoy es Hidalgo: el aprovechamiento del maguey, la producción de pulque y de fibras, necesarias para múltiples usos como los encordados y la fabricación de ayates. Un uso ancestral y sagrado, que fuera casi prohibido por los evangelizadores y virreyes, se vuelve fuente de ingresos de un nuevo sistema industrial, el de las haciendas pulqueras en donde el Conde de Regla, el conde de Tepa y el Conde de Xala, alcanzan su título nobiliario gracias a las ganancias de producciones magueyeras, el primero de ellos después se enfocó en la minería.