Ráfagas: Voracidad panalista
“Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego”
Mahatma Gandhi
Los mexicanos tememos a la violencia, pero la forma clara de percibirla es cuando nos hablan de grupos criminales o crimen organizado o del terrorismo y guerrilla a nivel mundial, creemos en la violencia cuando esperamos que no nos suceda que algún cartel de la droga se pasee por nuestras ciudades controlando su territorio o cuando nos imaginamos que un asalto bancario necesariamente se da cuando un comando armado ataca por sorpresa y dispara armas de fuego de alto calibre, nos llena de rabia la desaparición forzada o un secuestro que se presenta de forma grandilocuente y escandalosa, quizá esperamos que la violencia se presente de forma súbita y sorpresiva como en estado de guerra con el alto costo de perder la propia vida o la de nuestros seres queridos.
Lamentablemente la violencia existe en todo el país, se puede afirmar aunque es de baja intensidad pero constante, la violencia es incubada desde la inconsciencia y el mal uso del lenguaje. Hechos aparentemente simples proyectan múltiples casos de violencia, esto nos explica la tremenda cantidad de víctimas que día con día se van acumulando, hay que ir comprendiendo entonces que son muchos tipos de violencia que se acumula como en una olla de presión que se va volviendo incontenible; ante ese panorama es difícil que la autoridad solucione el problema o lo reduzca, pues no todos los asuntos de violencia se desprenden de las acciones de seguridad pública. La violencia es entonces un mecanismo con múltiples causas que se hace presente en situaciones tan cotidianas que no nos imaginamos qué tan latente es esa maquinaria.
Para comenzar a entender el problema hay formas violentas que nada tienen que ver con el crimen organizado, la violencia puede comenzar en el hogar, entre los miembros de la familia, la violencia doméstica es un asunto común en las poblaciones urbanas, es fruto de la discriminación, del machismo, del abuso de unos hacia otros, desde ahí se proyecta el abuso escolar y ahí también reside la llamada violencia de género, esa que se da en pareja desde la más baja intensidad hasta la más intolerante agresión a gritos y golpes, esta violencia se da a escondidas porque avergüenza a víctima y victimario, por ello es todavía una violencia poco percibible, aunque se proyecta fácilmente en el carácter de los protagonistas.
Las consecuencias fatales están en el homicidio de mujeres, hay que entender que muchos de los casos de feminicidios no son necesariamente ataques de asesinos a mujeres desconocidas, en muchos casos hay mujeres asesinadas por su pareja o parientes consanguíneos que por alguna enajenación o falta de entendimiento se violentaron, se volvieron parte de esa violencia que tanto temían, o se trata del victimario que se vuelve victimario porque temía ser víctima.
En la violencia doméstica también se debe entender la relación que ésta tiene con el consumo adictivo de sustancias, ya sean las ilegales (cocaína o heroína) o las blandas (alcohol) y los fármacos. Los problemas de adicciones son altamente graves en todo el territorio mexicano, los mexicanos parecemos tan enfermos de nuestras emociones que tratamos de encontrar una salida fácil, aunque indecorosa a esos problemas estimulando y dañando al cuerpo con sustancias. La industria que produce y distribuye estas sustancias obtiene ganancias enormes de esta herida abierta de México.
En días recientes la senadora y campeona olímpica Ana Gabriela Guevara fue agredida, aparentemente por un incidente de tránsito, la víctima conducía su motocicleta por la carretera México-Toluca (iba sola, no llevaba escoltas como pudiera pensarse andan todos los senadores) y, ante lo que comúnmente sucede en las calles hubo un riesgo de accidente por parte de una camioneta que circulaba también por la vía y pudo haber embestido a la moto, ante lo cual hubo respuesta verbal por parte de la senadora, acto seguido, los tripulantes de la camioneta agresora descendieron para golpear entre cuatro a Guevara. No fue violencia política, ellos no sabían a quién agredían, a todas luces fue violentada por ser mujer, andar en motocicleta y protestarles su falta vial, los causantes eran un grupo de enajenados que se creyó con el valor de atacar y salir impunes.
La senadora fue ingresada al hospital e intervenida en el quirófano a consecuencia de los golpes. No bastó con esta agresión física, la respuesta inmediata sí fue de solidaridad por parte de la opinión pública, pero a la vez en redes sociales no faltaron burlas al físico y apariencia de Ana Gabriela y a justificar con burlas la misoginia. Los mensajes fueron vergonzosos e hirientes, no solo a la víctima, a toda la sociedad.
Esto nos lleva a pensar que la violencia verbal es también parte del mecanismo de la violencia de baja intensidad, la discriminación, el sexismo y el clasismo se multiplican en un habla cotidiana tan falta de valores éticos como en la comunicación de redes sociales, ya mucha gente no guarda pudor al hablar con despropósitos. Otro espacio generador de violencia son las ideas trasmitidas desde los medios masivos de comunicación, causantes en mayor medida de clichés que alteran la conciencia colectiva. Nunca una canción o un discurso ha violentado a una persona, pero sí la reiteración de ciertos mensajes que estereotipan y provocan el odio.
La violencia crece y con ella el temor de la ciudadanía, cualquier mexicano se siente inseguro en sus espacios y teme la pérdida de bienes, lo cual hace que “justificadamente” aparezcan lonas impresas en las calles y colonias urbanas que amenazan y advierten a cualquier delincuente de que en caso de incurrir en alguna propiedad privada serán linchados, algo que la realidad no deja mentir pues se han dado linchamientos (que ante sólo se daban en zonas rurales), y en ciertos casos a inocentes, ya no son hechos tan aislados, las causas van desde presunciones de secuestro, violación o robo.
El común y frecuente asalto en unidades de transporte, que por años se ha padecido en todo el Valle de México, incluyendo la porción norte la cual corresponde a territorio hidalguense, tiene poca esperanza de reducirse por el aumento de la seguridad pública, ahora la esperanza está en que un “justiciero vengador” como los que ahora se han hecho famosos por matar asaltantes, venga con un arma a hacer lo que no hacen las autoridades: castigar, lo cual es aplaudido por la sociedad sin considerar que estos hechos son un desdoblamiento más violento aún.
El aprobar la amenaza, pedir la pena de muerte, celebrar los linchamientos y la justicia por propia mano nos mete en la violencia que tanto debiéramos de temer, la violencia se desdibuja cuando no aceptamos que somos parte de ella y nos aleja de la ansiada solución del problema que debe ser de raíz, como resolver las causas de la desigualdad o mejorar el sistema de justicia reduciendo a cero la impunidad. Todo nos lleva a creer que las armas de fuego son un derecho urgente, nuestro temor a la violencia nos pide ser violentos y nos hace creer en que la violencia es la esperanza de solución a la crisis, nos hace victimarios, nos hace enemigos entre nosotros y eso aumenta la sensación de inseguridad.