Radar Político: Parra, se adorna…
William Hazlitt. Historiador, escritor y periodista inglés (1778-1830).
México es un país de contradicciones, mismas que al tiempo que nos hacen actuar como incluyentes y progre de vez en cuando nos hacen aflorar nuestra naturaleza, soberbia, resentimiento y complejos de inferioridad.
Somos el reflejo de nuestra cultura e historia y como tal, queramos o no nuestro subconsciente fue sembrado con las semillas del guadalupanismo, la enajenación social televisiva, futbolera, machista y corrupta. Ello aun sin ser católicos, futbolistas, usuarios de Televisa o Tv Azteca o incluso sin participar en la política y desentendernos de todo ese aspecto. Un gran porcentaje de nosotros en algún momento de nuestras vidas actuamos consciente o inconscientemente de manera xenófoba, machista, malinchista, racista o clasista.
¿A qué viene todo ello? Simple. A las actitudes racistas de una cadena de restaurantes a cuyo caso el título lleva esta nota y la confirmación de las mismas por medio de Tik Tok de una ex empleada, el cual fue detallado en Tik Tok por una ex empleada de una cadena de restaurantes en donde se queja amargamente de las distinciones de los clientes sea por presentación (tipo de ropa) y apariencia física.
Detalles como el estilo de ropa o la apariencia física (morenos o caucásicos) fueron entre otras cosas el centro del problema, mismo que escaló la atención hacia el gobierno capitalino (lugar donde pasaron los hechos), para verificar si en efecto se trataba de algún tipo de discriminación.
No ahondaré en más detalles, pues ustedes mismos pueden constatarlos consultando esta cuestión en videos y diversidad de posturas que surgieron al respecto. Mi objetivo en cambio es adentrarme un tanto más en la indignación y lo que va más allá de memes y parodias a propósito de este hecho:
“Todo México es S-Grill, pero no están listos para esa conversación” Sentenció uno de tantos memes y comentarios en redes sociales. Y ¡Oh sorpresa! Sí lo somos, pero no de manera deliberada sino selectiva y circunstancial.
Lo somos cuando hacemos mofa (bullying) de aquel que salió del CONALEP y lo segregamos porque nosotros egresamos de una preparatoria de paga o CCH. Lo somos cuando nuestra manera “cálida” de brindarle amistad a estudiantes que van a la Ciudad de México a estudiar hacemos gala de nuestro chilangocentrismo o para el mismo caso la relación social que se establece entre las personas provenientes de poblados a una capital o urbe con cierto desarrollo.
No es el mismo trato para un migrante salvadoreño que para uno polaco, pues ¿Acaso no se trata de mejorar la raza? No es lo mismo un egresado del posgrado de una universidad estatal a uno del COLMEX, El Instituto Mora el CIDE o la UNAM, aun cuando en este caso sobrepese en algunos caso más el prestigio que la calidad de los egresados (y no hablo de la calidad educativa sino moral y humana).
Por su puesto que el mundo de la política no se salva. Aquí confluyen aspectos complejos pero algunas lógicas siguen el mismo tono y pese que en la administración de la 4T ha querido romper con esto, tampoco esta se salva; los apellidos, procedencia institucional, “meritos” políticos (supuestamente) y coincidentemente al igual que en los otros ejemplos, el color de piel coinciden con el “liderazgo”. Pero no me mal entiendan, tampoco se trata de darle en todo la razón en este punto a Tenoch Huerta para luego contradecirme y exhibirme como un progre doble moral como es su caso.
La pigmentación de piel que juega como si fuese una parodia en nuestras relaciones sociales, nos ha introducido un “chip” desde la separación de castas desde la Colonia y a lo largo del tiempo se ha matizado según la circunstancia. Parte del adoctrinamiento de esta se lo debemos a Televisa y sus versiones telenoveleras del bien el mal y el amor, muy al estilo de Disney en sus tramas cinematográficas de la vieja escuela.
En el entorno religioso los matices son más sutiles, aunque no falta el contexto en el que cierto grupo sea por “abolengo” o bien por posición social ejerza el poder de facto. De cualquier manera este aspecto tiene un desarrollo particular en las minorías, no así en el catolicismo, por ejemplo.
En el entendido de esto, sabemos ahora por qué ciertos grupos de poder, empresarios, personajes públicos y comunicadores siguen dando un discurso descarado al que disfrazan de sutil cuando se refieren a las críticas ociosas del actual sexenio y se limitan a burlarse de los zapatos del nuestro Huey Tlatoani o de los vestidos utilizados en diversos eventos de la Dra. Beatriz Gutiérrez Müller.
Los de buena memoria recordarán que así ha sido siempre, incluso más de uno traerá a la memoria aquella anécdota en la que un cadenero de algún antro o discoteque no lo dejó entrar a él o a sus amigos “solo porque no cumplía con los estándares de imagen del lugar”. Sin embargo, no porque esto sea un fenómeno de toda la vida implica que deba normalizarse. Lejos de que solo se convierta en una tendencia temporal, el caso del Sonora Grill debe implicar que como sociedad tendremos que avanzar realmente hacia la tolerancia, empatía y la modificación y ruptura de viejos patrones prejuiciosos; no solo como un discurso temporal en medios ni como la tomada de pelo de lo progre “políticamente” correcto.