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INDICADOR POLÍTICO
En una especie de testamento político escrito curiosamente en 1993 incluido en sus dos tomos de Memorias, “No hay reformadores felices”, Mijail Gorbachov había llegado a una conclusión. Fuera del poder y víctima de un golpe de Estado que lo llevó a su renuncia en diciembre de 1991, Gorbachov hizo una reflexión de su estrategia de modernización de la Unión Soviética para contestar a los reclamos de que si era primero la reforma económica y luego la política o si las dos debieron de aplicarse al mismo tiempo: “quisiera recordar a mis oponentes que, en un principio, nos imaginábamos la perestroika únicamente como reforma económica. Pero, después de no pocos batacazos, nos convencimos pronto de que sin cambios en el sistema político y, más aún, sin un cambio de régimen en nuestro país era sencillamente imposible realizar transformaciones económicas eficientes”.
¿Qué falló? En su discurso de renuncia, Gorbachov hizo un acto de contrición. “El proceso de renovación del país y de cambios fundamentales producidos en la sociedad mundial resultó mucho más complicado que lo que había podido esperarse”. Es decir, que la dimensión de la crisis fue superior a las estimaciones originales. Pero la clave del fracaso de la reforma de Gorbachov fue resumida en pocas palabras en ese discurso de despedida: “el antiguo sistema se derrumbó antes de que lograra empezar a funcionar el nuevo. La crisis de la sociedad se agudizó más”.
En noviembre de 1978 Gorbachov fue electo ministro de Agricultura del Comité Central del Partido Comunista, institución que realmente gobernaba la URSS. Su relación directa fue con Yuri Andropov, todopoderoso jefe del KGB, el comité para la seguridad política del Estado, quien se hizo cargo de la secretaría general del Partido Comunista de la Unión Soviética en noviembre de 1982, a raíz de la muerte de Leonid Brézhnev. Había comenzado la sucesión gerontocrática en el país. Andropov duró apenas un año y un trimestre: murió en febrero de 1984. Fue sustituido por Constantin Chernenko, quien arribó enfermo al poder: murió en marzo de 1985. Gorbachov, con cincuenta y cuatro años, asumió la secretaría general del PCUS.
Su carrera había sido meteórica: de 1978 a 1985 escaló las estructuras del partido. Y gobernó apenas seis años: de 1985 a 1991, los fatídicos trece años. Sus decisiones fueron rápidas: en 1985 lanzó la iniciativa de la perestroika como reforma económica, en 1986 delineó la glasnost o transparencia informativa que arrancó la reforma política. En 1987 modificó la política exterior para terminar con la guerra fría y el equilibrio nuclear. En 1988 comenzó a reducir el apoyo militar e ideológico a los países del Este de Europa. En 1989 reformó la estructura del poder y separó al partido del gobierno, quedando como presidente y jefe de Estado. En noviembre de 1989 se cayó el Muro de Berlín. En 1990 recibió el premio Nobel de la paz.
El año de 1991 fue funesto para Gorbachov. El 5 de julio estuvo en Oslo para recibir el Premio Nobel de la Paz y en su discurso explicó claramente la reforma de la URSS, pero el 18 de agosto padeció un golpe de Estado; debilitado y acosado por Boris Yeltsin, Gorbachov renunció el 25 de diciembre cuando no pudo frenar el desmembramiento de la Unión Soviética en repúblicas autónomas. En ese 1991 había ganado el referéndum para mantener la Unión de Repúblicas, aunque al final fue derrotado por la realidad. Después del golpe de Estado disolvió el PCUS y se quedó sin instrumento de poder. Al explicar las lecciones del golpe, la tercera fue reveladora: “todo cuanto sucedió durante la revuelta fue un episodio de la inevitable confrontación entre las fuerzas reaccionarias y las democráticas. Las contradicciones acumuladas tenían que encontrar una salida”.
¿Qué le falló a Gorbachov? De formación marxista, no supo leer las condiciones objetivas reales ni las contradicciones para hacer una verdadera revolución de sistema político. En julio de 1991, ya en declinación, definió los tres puntos de su reforma:
1.- Estabilización del proceso democrático sobre la base de un amplio acuerdo social y de una nueva configuración estatal de nuestra Unión como federación libre, voluntaria y auténtica.
2.- Intensificación de la reforma económica con el propósito de crear una economía de mercado mixta basada en un nuevo sistema de relaciones de propiedad.
3.- Aprobación de medidas enérgicas para introducir al país en la economía mundial mediante la convertibilidad del rublo y aceptación de las “reglas del juego” civilizadas vigentes en el mercado mundial, una vez admitida la Unión Soviética como miembro del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional.
El diseño estaba casi completo. Sólo que a Gorbachov le fallaron dos variables: primero, la sociedad no participó activamente porque no había en la URSS una demanda de democratización, sino exigencias de disponibilidad de bienes de consumo inmediato; y segundo, careció de un acuerdo político con las élites y padeció la ausencia de organizaciones de oposición comprometidas con la democratización. La batalla de Gorbachov fue solitaria, a contrapelo de la burocracia y sin un modelo de creación de una nueva clase empresarial. Al final, los operadores de los mercados negros –burócratas, militares y mafiosos– se quedaron con la economía de mercado.
Gorbachov lo sabía, pero hizo poco para subsanar esas deficiencias. “La situación se complicaba porque, pese al descontento acumulado en la sociedad, especialmente en los ámbitos de la inteligencia, no había en el país un movimiento de protesta de masas en el que apoyarse para emprender una política de transformaciones. Las razones eran varias. Una de las más importantes era la habitual sumisión de una parte considerable del pueblo, su pasividad y su tendencia al conformismo”. “Un serio defecto del sistema político fue la estatización de la vida social”.
Por tanto, “el impulso de los cambios tenía que partir de arriba”. La “esencia de los cambios efectuados era liberar a la sociedad de la sumisión, garantizar las condiciones para que permitieran a la gente tomar decisiones libremente en función de sus propios intereses y sobre la base del sentido común, sin la presión de la ideología oficial”. Pero pese a esos objetivos, la reforma de Gorbachov, en efecto, no tuvo base social. El Partido Comunista atenuaba el efecto social de los cambios y se convirtió en un obstáculo y no en correa de transmisión.
Ahí se localizó el peor defecto de la reforma: “otra conclusión extraída del pasado es la importancia de la elección justa y oportuna de los objetivos en cada etapa del camino evolutivo y el orden en el que deben lograrse esos objetivos. Reconozco sinceramente que en eso nosotros, y antes que nadie yo personalmente, no conseguimos acertar”. “Me hace sufrir la idea de que no logramos la sincronización necesaria entre la destrucción de las viejas formas de vida y el nacimiento de las nuevas”. Si bien “la Perestroika evitó la explosión revolucionaria”, la “vía reformista de la transición del totalitarismo a la democracia requiere de una preparación minuciosa y paciente de la sociedad de cara a los cambios”. Más aún, “el tránsito del totalitarismo a la democracia en cualquiera de sus variantes requiere la creación de un bloque de fuerzas políticas y sociales capaz de garantizar el apoyo real y creciente al curso de las reformas”.
Sin base social, con las élites comunistas copando negocios y poder, sin un partido funcional al cambio, con una sociedad apática y sin organización política y agobiado por las presiones externas de sus aliados, Gorbachov perdió la dirección de la reforma, no pudo con la burocracia en el poder y decidió demasiado tarde enfrentar a los mandos castrenses. En 1991 fue marginado del poder y tuvo que renunciar. La Unión Soviética se transformó en repúblicas autónomas. Rusia quedó en manos de los burócratas. Y el modelo de transición a la democracia se redujo a un esquema de viejo régimen comunista con estructuras democráticas pervertidas. La sociedad rusa es hoy más pobre que en 1985 y víctima del mismo autoritarismo de Estado que en los tiempos del comunismo.
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