Ráfagas: ¿Malos manejos en la Comisión de Búsqueda de Personas?
La frase que se ha hecho popular en estos días en México -«el problema es que la solución está en manos del problema»-, tiene un defecto: aún no hay solución al coronavirus, pero viene en camino de la mano de la ciencia.
Para atenuar los múltiples efectos de la pandemia y proteger a la población, los gobiernos responsables han tomado un amplio abanico de medidas.
Ahí sí, en México, el problema es el presidente. Está encerrado en su narcisismo y dejó de escuchar.
Debe cambiar porque su falta de visión puede provocar una mortandad colectiva y el desgajamiento de la nación llamada Estados Unidos Mexicanos.
Sí, el país se puede fracturar porque los disparates en que se van a gastar los impuestos comienzan a provocar conatos secesionistas.
¿Cómo que dinero, ahora, para un Tren Maya?
¿Cómo que dinero, ahora, para una refinería que está condenada a números rojos?
¿Cómo que dinero, ahora, para un aeropuerto en Santa Lucía, cuando estaba fondeado uno en Texcoco?
¿Cómo que dinero extra, ahora, a Pemex, para que explore y explote nuevos campos cuando es antieconómico hacerlo?
¿Cómo que no vamos a invertir fuerte en la construcción de un mejor sistema salud (la secretaría del ramo sólo tuvo 0.1 por ciento de aumento presupuestal para este años)?
¿Cómo que el presidente de la República se codea con un cártel de las drogas, del crimen y de la extorsión, cuyo abogado dice en entrevista -con Azucena Uresti- que la orden del Chapo Guzmán es proteger a AMLO cada vez que vaya a Sinaloa?
Los disparates tienen un límite.
Ya han comenzado ciudadanos y organizaciones civiles de estados productivos del país a exigirle a sus gobernadores que dejen de aportar a la Federación, pues tira el dinero en los caprichos de una persona que tiene las prioridades al revés.
La realidad obliga a replantear el gasto para este año y atender lo prioritario: salud e ingresos de la población.
Destinar recursos a infraestructura hospitalaria.
Recursos a las empresas para que puedan pagar el sueldo a sus empleados y mantengan sus signos vitales.
Transferir dinero a las personas que viven en la economía informal y no salgan a la calle.
Apoyo a los estados o municipios que viven de las remesas, pues la caída será brutal y urge impedir la hambruna que se avecina en esas localidades.
Ahí está el problema: López Obrador tiene otras prioridades porque no entiende el problema.
Debió haber encendido todas las alarmas, en la sociedad y en su equipo de trabajo, cuando el 28 de febrero dijo a la nación que el coronavirus «no es algo terrible, fatal, ni siquiera equivale a la influenza».
Caray. El virus infecta los pulmones y los bronquios. Daña el funcionamiento de los riñones y el corazón. Además, mata a un cinco o diez por ciento de los infectados, y no hay ninguna certeza de que al sobrevivir a él desarrollemos inmunidad.
El dos de marzo el presidente informó que «en cuanto a México, siento que no vamos a tener problemas mayores. Ese es mi pronóstico».
Y añadió este «visionario» hombre de Estado:
«Los conservadores que quisieran que nos fuera mal, van a decir que está mal mi pronóstico y que vamos a tener una crisis económico y financiera. Yo digo: no. Está bien nuestra economía» y en materia de salud «no hay que exagerar, estamos preparados».
Después siguió con las bromas -me cuida un billete de dos dólares, un trébol de cuatro hojas- y con los dislates: «hay que abrazarse, no pasa nada, o sea, y así, o sea, nada de confrontación». Y hace un par de semanas llamaba a salir a comer a la calle.
Para entonces ya se había cometido el crimen de venderle a China los cubre bocas que teníamos, según lamentó Hugo López-Gatell en entrevista con The Economist, «y ahora se compran esas mascarillas a 30 veces su costo».
Los médicos, enfermeras y paramédicos se contagian porque no se compraron a tiempo materiales de protección.
El gobierno oculta la cifra de contagiados y de muertes (López-Gatell se cubre y ya desliza que hay que multiplicar por ocho) para que el Presidente pueda pavonearse de que es de los mejores del mundo ante la crisis.
Otro desplante triunfalista y de egolatría de López Obrador. Basta. Sea humilde presidente, que tiene motivos de sobra para serlo.
Ya se habían recortado los presupuestos de áreas claves del sector salud, como las relacionadas con epidemiología.
La secretaria de Salud, para este año, tuvo un aumento presupuestal de 0.18 por ciento en términos reales, mientras se dispararon los destinados a financiar los caprichos antieconómicos del presidente.
«Paguen salarios completos señores empresarios, pues de lo contrario habrá sanciones penales».
Nada de diferir impuestos ni aportaciones como IMSSS e Infonavit a las empresas que se vieron obligadas a cerrar. Cero plazos para pagar la luz.
Sí, hay que repartir dinero para salvar gente, sostener el consumo y mantener vivas a las empresas.
Pero eso no es sostenible si se mata a unos, a los que crean la riqueza.
Llueven buenas ideas para que México resista. De empresarios, de economistas, de eminencias médicas, de la Cepal, de la OMS, del Fondo Monetario, de la ONU, incluso de los partidos políticos opositores y sus bancadas en el Congreso.
López Obrador no quiere saber nada de ellas.
Nos conduce a una mortandad de personas, de empresas formales e informales, a hambruna en algunas zonas del país, y no sería remoto que también al desgajamiento de la república.